En el sentido de la “discretio”, resulta ineludible abordar la crisis actual de la Iglesia, porque, ¿cómo podríamos si no sacar las conclusiones correctas para afrontarla como discípulos del Señor? Si la pasamos por alto, seguiremos comportándonos como si nada hubiera cambiado y terminaremos convirtiéndonos nosotros mismos en portadores de los errores modernistas. Si incluso estamos de acuerdo con tales errores, entonces, aun sin darnos cuenta, estamos trabajando en el bando de aquellos que quieren destruir a la Iglesia o transformarla en una institución humanitaria, como lo describió tan acertadamente el filósofo Dietrich von Hildebrand. Si callamos a pesar de percibir los errores, entonces deberíamos tomarnos a pecho las siguientes palabras del Papa Félix III: “No oponerse a un error es consentirlo, y no defender la verdad es reprimirla.”
Por otro lado, la constatación de que la jerarquía eclesiástica ha emprendido un rumbo equivocado no debe sacudirnos ni confundirnos hasta el punto de llevarnos a la resignación o a abandonar la Iglesia y adherirnos a otra denominación. Esa sería una conclusión errónea. La Iglesia católica sigue siendo la Iglesia fundada por Cristo, incluso cuando sea atacada desde dentro y desde fuera.
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