MEDITACIONES PARA LA CUARESMA: “La luz se oscurece”

En la meditación de ayer, al profundizar en el discernimiento de los espíritus, señalamos algunas derivas de la jerarquía eclesiástica que pueden afectar concretamente a la vida de los fieles. Pero es aún más trágico el hecho de que el rostro de la Iglesia se desfigure de tal manera que, en lugar de ser el faro del Evangelio para las naciones, se adapta al espíritu del mundo en muchos ámbitos.

Debemos cobrar conciencia una y otra vez de que la tarea más esencial de la Iglesia consiste en llevar a los hombres la salvación que el Padre Celestial les ofrece. En otras palabras, tal y como se ha entendido la evangelización hasta el día de hoy, se trata de la salvación de las almas. El hombre no es capaz de salvarse a sí mismo de su miseria, sino que necesita la gracia de Dios, que se le ofrece en Jesucristo. Una vez que abraza la fe, la Iglesia acompaña al creyente con todos los medios que Dios le ha confiado.

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NUNCA DUDES EN DECIR LA VERDAD

“¡Nunca dudes en decir la verdad!” (Palabra interior).

La verdad es un bien invaluable. Sin ella, todo se difumina y la realidad adopta rasgos ilusorios. Como cristianos, hemos tenido la dicha de conocer a Aquel que es la verdad misma (Jn 14,6) y que viene a nosotros desde el trono del Padre. Ante el procurador Pilato, Jesús declara: “Para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37); es decir, para anunciar al Padre Celestial de quien todo procede.

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