LA VIGILANCIA DE DIOS

 

“Él te librará de la red del cazador, de la peste funesta” (Sal 90,3).

Aunque, sin duda, estamos a salvo bajo las alas de nuestro Padre y Jesús cuida de los suyos, como nos asegura el Evangelio según San Juan (17,12), nuestra vida sigue estando rodeada de peligros. No en vano, la Sagrada Escritura nos advierte de que «el diablo anda rondando como león rugiente, buscando a quién devorar» (1Pe 5,8). Por eso debemos estar alerta en todos los sentidos para no caer en las trampas y en los lazos que el enemigo de nuestra alma tiende a nuestro alrededor. Pero, como sabemos, no solo es el diablo quien nos pone en peligro, sino también nuestra carne y el mundo. Por ello, debemos refrenar nuestras apetencias para no caer en dependencias y permanecer vigilantes para no sucumbir a los seductores placeres y vanidades de este mundo.

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EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 18,12-24): “La actitud correcta hacia las autoridades religiosas”      

Entonces la cohorte, el tribuno y los servidores de los judíos prendieron a Jesús y le ataron. Y le condujeron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, el sumo sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: ‘Conviene que un hombre muera por el pueblo’. Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este otro discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el atrio del sumo sacerdote. Pedro, sin embargo, estaba fuera, en la puerta. Salió entonces el otro discípulo que era conocido del sumo sacerdote, habló con la portera e introdujo a Pedro. La muchacha portera le dijo a Pedro: “¿No eres también tú de los discípulos de este hombre?” “No lo soy” -respondió él. Estaban allí los criados y los servidores, que habían hecho fuego, porque hacía frío, y se calentaban. Pedro también estaba con ellos calentándose. 

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