AMAR A DIOS SIN MEDIDA

“¿Quieres que te diga por qué y cómo debemos amar a Dios? En una palabra: el motivo de amar a Dios es simplemente Dios mismo, y la medida es amarle sin medida” (San Bernardo de Claraval).

¡San Bernardo da en el clavo! Ciertamente podríamos encontrar incontables motivos por los que debemos amar a Dios y nunca terminaríamos de enumerarlos. Pero todos estos se resumen en que amamos a Dios sencillamente porque es Dios y amamos a nuestro Padre por ser como es. Al descubrirlo cada vez más, exclamaremos desde lo más profundo de nuestro corazón: “Oh Dios, te doy gracias por ser nuestro Padre y por ser como eres”.

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EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 19,1-12): “Pilato quiere liberar a Jesús”  

Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a él, le decían: «Salve, Rey de los judíos.» Y le daban bofetadas. Volvió a salir Pilato y les dijo: «Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en él.» Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: «Aquí tenéis al hombre.» Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!» Les dice Pilato: «Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en él.» Los judíos le replicaron: «Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios.» Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más.

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EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 18,25-40): “El verdadero Rey”    

Simón Pedro estaba calentándose y le dijeron: “¿No eres tú también de sus discípulos?” Él lo negó y dijo: “No lo soy”. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: “¿No te he visto yo en el huerto con él?” Pedro volvió a negarlo, e inmediatamente cantó el gallo. De Caifás condujeron a Jesús al pretorio. Era muy temprano. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y así poder comer la Pascua. Entonces Pilato salió fuera, donde estaban ellos, y dijo: “¿Qué acusación traéis contra este hombre?” “Si éste no fuera malhechor no te lo habríamos entregado” -le respondieron. Les dijo Pilato: “Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley”. Los judíos le respondieron: “A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie” -así se cumplía la palabra que Jesús había dicho al señalar de qué muerte iba a morir

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LA VIGILANCIA DE DIOS

 

“Él te librará de la red del cazador, de la peste funesta” (Sal 90,3).

Aunque, sin duda, estamos a salvo bajo las alas de nuestro Padre y Jesús cuida de los suyos, como nos asegura el Evangelio según San Juan (17,12), nuestra vida sigue estando rodeada de peligros. No en vano, la Sagrada Escritura nos advierte de que «el diablo anda rondando como león rugiente, buscando a quién devorar» (1Pe 5,8). Por eso debemos estar alerta en todos los sentidos para no caer en las trampas y en los lazos que el enemigo de nuestra alma tiende a nuestro alrededor. Pero, como sabemos, no solo es el diablo quien nos pone en peligro, sino también nuestra carne y el mundo. Por ello, debemos refrenar nuestras apetencias para no caer en dependencias y permanecer vigilantes para no sucumbir a los seductores placeres y vanidades de este mundo.

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EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 18,12-24): “La actitud correcta hacia las autoridades religiosas”      

Entonces la cohorte, el tribuno y los servidores de los judíos prendieron a Jesús y le ataron. Y le condujeron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, el sumo sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: ‘Conviene que un hombre muera por el pueblo’. Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este otro discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el atrio del sumo sacerdote. Pedro, sin embargo, estaba fuera, en la puerta. Salió entonces el otro discípulo que era conocido del sumo sacerdote, habló con la portera e introdujo a Pedro. La muchacha portera le dijo a Pedro: “¿No eres también tú de los discípulos de este hombre?” “No lo soy” -respondió él. Estaban allí los criados y los servidores, que habían hecho fuego, porque hacía frío, y se calentaban. Pedro también estaba con ellos calentándose. 

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EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 18,1-11): “Lo impensable sucede”  

Cuando acabó de hablar, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto en el que entraron él y sus discípulos. Judas, el que le iba a entregar, conocía el lugar, porque Jesús se reunía frecuentemente allí con sus discípulos. Entonces Judas se llevó con él a la cohorte y a los servidores de los príncipes de los sacerdotes y de los fariseos, y llegaron allí con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a ocurrir, se adelantó y les dijo: “¿A quién buscáis?” “A Jesús el Nazareno” -le respondieron. Jesús les contestó: “Yo soy”. Judas, el que le iba a entregar, estaba con ellos. Cuando les dijo: ‘Yo soy’, se echaron hacia atrás y cayeron en tierra.

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PARA GLORIA DE DIOS PADRE

“Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Fil 2,11).

Reconocer a Jesús como el Señor no solo es importante en el ámbito religioso personal, sino que es la realización del plan de Dios para con toda la humanidad. Este es el designio de nuestro Padre: reunir en Cristo a toda la humanidad para concederle todo lo que le tiene preparado. Muchos pasajes de la Sagrada Escritura dan testimonio de ello.

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EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 17,13-26): “Últimas palabras de Jesús antes de su Pasión”  

[Dijo Jesús mirando al cielo:] “Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos la perfecta alegría que yo tengo. Yo les he dado tu palabra, pero el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad. No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que creerán en mí por medio de su palabra, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a  mí.

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