Luchar sin decaer

Gal 5,18-25

Hermanos: Si os dejáis conducir por el Espíritu, no estáis sujetos a la Ley. Ahora bien, están claras cuáles son las obras de la carne: la fornicación, la impureza, la lujuria, la idolatría, la hechicería, las enemistades, los pleitos, los celos, las iras, las riñas, las discusiones, las divisiones, las envidias, las embriagueces, las orgías y cosas semejantes. Sobre ellas os prevengo, como ya os he dicho, que los que hacen esas cosas no heredarán el Reino de Dios. En cambio, los frutos del Espíritu son: la caridad, el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre, la continencia. Contra estos frutos no hay ley. Los que son de Jesucristo han crucificado su carne con sus pasiones y concupiscencias. Si vivimos por el Espíritu, caminemos también según el Espíritu. leer más

Procesos de purificación

Jn 15,1-8 (Lectura correspondiente a la memoria de Santa Teresa de Ávila)

A la hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada.

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LA PURA GRACIA DEL SEÑOR

“Yo sanaré su infidelidad, los amaré por pura gracia” (Os 14,5).

Éstas son palabras que nuestro Padre Celestial dirige al Pueblo de Israel, que tantas veces se apartaba de sus caminos y debía entender al menos al sentir las consecuencias qué es lo que sucede cuando uno se vuelve a otros dioses. Pero, por desgracia, muchas veces los hombres no están dispuestos a escuchar a Dios. Incluso cuando les sobrevienen terribles plagas, que deberían despertarlos, puede suceder que sigan pecando y no abandonen sus rumbos abominables.

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El signo del Señor y su Iglesia

Lc 11,29-32

En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir a la gente reunida junto a él: “Esta generación es una generación malvada; pide un signo pero no se le dará otro signo que el de Jonás. Porque así como Jonás fue signo para la gente de Nínive, así lo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón; y aquí hay algo más que Salomón. La gente de Nínive se levantará en el Juicio con esta generación y la condenarán, porque al menos ellos se convirtieron por la predicación de Jonás; y aquí hay algo más que Jonás.”

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TESOROS EN EL CIELO

“Atesorad tesoros en el cielo” (Mt 6,20).

El Señor nos ha abierto muchas posibilidades de acumular tesoros en el cielo. Todo lo que hayamos hecho y sufrido por amor nos será contado como mérito en la eternidad. Eso no sólo significa que recibiremos la recompensa a nivel personal, sino que el “excedente” de las buenas obras se pone a disposición de la Iglesia, tal como sucede, por ejemplo, en las vidas de los santos. En ese sentido, escuchamos a menudo en las oraciones litúrgicas que nosotros no somos capaces de hacer nada por nuestras propias fuerzas, pero que por los méritos de los santos se nos conceden bendiciones y gracias.

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El joven rico

Mc 10,17-27

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo y, arrodillándose ante él, le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para tener la vida eterna?” Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre.” Él, entonces, le dijo: “Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud.” Jesús, fijando en él su mirada con cariño, le dijo: “Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme.” Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes.

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La Ley como pedagogo

Gal 3,22-29

La Escritura encerró todas las cosas bajo el pecado, para que la promesa fuese dada a los creyentes por la fe en Jesucristo. Antes de que llegara la fe, estábamos prisioneros, custodiados por la Ley, en espera de la fe que debía ser revelada. Por consiguiente, la Ley ha sido nuestro pedagogo, que nos condujo a Cristo, para que fuéramos justificados por la fe; pero cuando ha llegado la fe, ya no estamos sujetos al pedagogo. En efecto, todos sois hijos de Dios por medio de la fe en Cristo Jesús. Porque todos los que fuisteis bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay diferencia entre judío y griego, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer, porque todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús. Si vosotros sois de Cristo, sois también descendencia de Abrahán, herederos según la promesa.

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