“Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas” (Sal 127,1b).
Todos nuestros esfuerzos humanos tienen siempre un límite, que el Padre mismo, en su sabiduría, ha fijado. Nosotros, los hombres, fácilmente nos ensalzamos y olvidamos de quién procedemos, hacia dónde vamos y quién es el que nos ha dado todo cuanto tenemos.