“Envíame, Señor, envía a mi corazón el apaciguamiento, la mansedumbre de tu Espíritu; no sea que el amor por la verdad me induzca a perder la verdad del amor” (San Agustín).
Anunciar la verdad con amor y vivir en el verdadero amor es lo que sellaría nuestro testimonio con una profunda credibilidad. En efecto, es también esto lo que nuestra Iglesia necesita para su renovación.