Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo: “El Reino de Cristo”

Lc 23,35b-43

En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas y decían: “Ha salvado a otros; que se salve a sí mismo si es el Cristo de Dios, el Elegido.” También los soldados se burlaban de él; se acercaban, le ofrecían vinagre y le decían: “Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!” Había encima de él una inscripción: “Éste es el rey de los judíos.” Uno de los malhechores crucificados lo insultaba: “¿No eres tú el Cristo? ¡Pues sálvate a ti y a nosotros!” Pero el otro le increpó: “¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho.” Y le pedía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino.” Jesús le contestó: “Te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso.”

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La virtud de la fortaleza (Parte II)  

La fortaleza –que es considerada como una de las cuatro virtudes cardinales­– hace parte del equipamiento básico de un soldado. Si éste no se vuelve valiente, no se podrá contar con él en las batallas más duras, pues el miedo se apoderaría de él, de tal manera que la situación se pondría peligrosa para todos sus compañeros.

Es fácil hacer esta constatación cuando pensamos en una guerra física. Pero la guerra física es un reflejo del combate espiritual en el que nos encontramos. En el capítulo 6 de la carta a los Efesios, San Pablo nos hace entender que nuestra lucha se dirige contra “los principados, las potestades, los dominadores de este mundo tenebroso y los espíritus del mal que están en el aire” (v. 12).

La guerra en la que nos encontramos debe librarse a muchos niveles, y el Señor no nos exonera de hacer la parte que nos corresponde. Cada uno a su manera y según las circunstancias en que se encuentra, necesita la virtud de la fortaleza y debe aprender a vencer toda cobardía y a refrenar su temerosidad, para que no le impida hacer aquello que el Señor quiere de él.

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La virtud de la fortaleza (Parte I)  

Las lecturas de los últimos días nos presentaron impresionantes ejemplos de fe, fidelidad y fortaleza. Por ello, he decidido dedicar la meditación de hoy y de los próximos días a la virtud cardinal de la fortaleza. En estos tiempos de confusión, resulta particularmente importante aspirar y practicar esta virtud, para poder resistir a las diversas tentaciones que se nos ofrecen. Tomemos como modelo a aquellas personas que conocimos en las lecturas de los últimos días, que nos mostraron que la obediencia y la fidelidad a Dios están por encima de todos los valores terrenales y que, con la ayuda de Dios, incluso es posible vencer el miedo.

La fortaleza no significa ausencia de miedo. No es, entonces, ese ideal de valentía que nos transmiten las historias de los héroes, que no le temen a nada ni a nadie. También una persona miedosa puede, por la gracia, llegar a ser fuerte y valiente, porque es Dios quien la hace capaz de ello. Pero ella, por su parte, tendrá que ejercitarse en esta virtud e irla adquiriendo. No es que podamos simplemente evitar que nos invada ese miedo que aparece sin que lo busquemos, pero lo que sí podemos hacer son actos concretos, para que no nos paralice, impidiéndonos hacer lo que nos ha sido encomendado.

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Obedecer a Dios antes que a los hombres

1Mac 2,15-29

Los enviados del rey, encargados de imponer la apostasía, llegaron a la ciudad de Modín para los sacrificios. Muchos israelitas acudieron donde ellos. También Matatías y sus hijos fueron convocados. Tomando entonces la palabra los enviados del rey, se dirigieron a Matatías y le dijeron: “Tú eres jefe ilustre y poderoso en esta ciudad, y estás bien apoyado de hijos y hermanos. Acércate, pues, el primero y cumple la orden del rey, como la han cumplido todas las naciones, los notables de Judá y los que han quedado en Jerusalén. Entonces tú y tus hijos seréis contados entre los amigos del rey, y os veréis honrados, tú y tus hijos, con plata, oro y numerosas dádivas.”

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Extraordinaria valentía

2Mac 7,1.20-31

En aquellos días, siete hermanos fueron apresados junto con su madre. El rey, para forzarlos a probar carne de puerco (prohibida por la Ley), los flageló con azotes y nervios de buey. Admirable de todo punto y digna de glorioso recuerdo fue también aquella madre que, al ver morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día, sufría con valor porque tenía la esperanza puesta en el Señor. Animaba a cada uno de ellos en su lenguaje patrio y, llena de generosos sentimientos y estimulando con ardor varonil sus reflexiones de mujer, les decía: “Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora, por amor a sus leyes, no miráis por vosotros mismos.” Antíoco creía que se le despreciaba a él y sospechaba que eran palabras injuriosas.

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Fidelidad hasta la muerte

2Mac 6,18-31

En aquellos días, a Eleazar, uno de los principales escribas, hombre de edad avanzada y semblante muy digno, le abrían la boca a la fuerza para que comiera carne de cerdo. Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia, escupió la carne y avanzó voluntariamente al suplicio, como deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida. Los que estaban encargados del banquete sacrificial contrario a la Ley, como ya conocían de antiguo a este hombre, lo ponían aparte y le invitaban a traer carne preparada por él mismo, que le fuera lícita, y a simular como si comiese la mandada por el rey, tomada del sacrificio. Lo hacían para que, obrando así, se librara de la muerte, y por su antigua amistad hacia ellos alcanzara benevolencia.

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San Gregorio Taumaturgo: Milagros al servicio de la evangelización

En el calendario tradicional, se celebra hoy la memoria de San Gregorio Taumaturgo. Se trata de un santo a quien el Señor acreditó con extraordinarios milagros. En la meditación de hoy, describiré algunos de ellos. Sabemos que el ministerio de Nuestro Señor y de los apóstoles también estuvo acompañado de grandes milagros, que manifiestan la amorosa omnipotencia de Dios.

Aunque los milagros no deben ocupar la posición central en nuestra fe, ni debemos caer en una especie de sensacionalismo buscando fenómenos extraordinarios, de ningún modo podemos pasarlos por alto ni mucho menos negarlos. Los milagros siguen ocurriendo hoy en día, como es el caso de Lourdes (Francia), donde incluso se los somete a una investigación científica.

Podemos maravillarnos de los muchos milagros que San Gregorio obró en nombre de Dios, que acreditaron su mensaje y llevaron a muchas personas a la fe. En efecto, este último es el gran milagro que puede suceder en la vida de una persona: despertar a la verdadera fe y comenzar a vivir como hijo de Dios.

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San Otmar, abad: Calumniado y desterrado

Hoy se conmemora a un santo muy vinculado a la región del Lago de Constanza, donde se encuentra la casa madre de la Comunidad Agnus Dei.

Otmar nació alrededor del año 690, probablemente en el seno de una familia noble del pueblo alamán. Gracias a su hermano, fue recibido de niño en la corte del conde Víctor en Chur (Suiza), donde gozó de una buena educación y destacó no solo por su talento y diligencia, sino también, y sobre todo, por su devoción y piedad.

Fue ordenado sacerdote y, durante un tiempo, prestó sus servicios en la iglesia de San Florín. Sin embargo, poco después, el tribuno Waltram lo puso al frente de la ermita de San Galo, el mismo lugar donde hoy se encuentra el monasterio de San Galo. La celda eremítica de este misionero irlandés, que había traído la fe a esa región, estaba a punto de caer en ruinas apenas un siglo después de su construcción. La pequeña comunidad cristiana que aún se congregaba en torno a la tumba de San Galo estaba a punto de extinguirse. Otmar logró fundar una comunidad monástica allí y sustituyó la celda de madera del santo por una iglesia de piedra.

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Orar sin desfallecer

Lc 18,1-8

Jesús les propuso una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer: “Había en un pueblo un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquel mismo pueblo una viuda que acudió a él y le dijo: ‘¡Hazme justicia contra mi adversario!’ Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que deje de importunarme de una vez’.” Y añadió el Señor: “Ya oís lo que dijo el juez injusto. ¿No hará entonces Dios justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche? ¿Les hará esperar? Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la Tierra?” leer más

San Serapio: Mártir de la fe y de la caridad cristiana

Cuando la necesidad es grande, Dios envía a sus mensajeros para ofrecer ayuda y consuelo. Grande era la necesidad de los cristianos cautivos bajo el yugo musulmán. Al ver su sufrimiento, San Serapio se conmovió tanto que se entregó a sí mismo como rehén, ya que no había suficiente dinero para pagar el rescate de todos los prisioneros.

¿Quién era este Serapio?

Nacido en Inglaterra hacia finales del siglo XII, había emprendido la carrera militar en su juventud y participó en una campaña contra los moros en España bajo el mando del duque de Austria. Decidió quedarse en la Península al servicio del rey Alfonso IX de Castilla, pero luego dejó las armas para ingresar en la Orden de la Merced, que acababa de ser fundada en Aragón por san Pedro Nolasco, con el expreso propósito de rescatar a los cristianos cautivos y esclavizados por los musulmanes.

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