Resistencia contra el mal

Lc 4,31-37

En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, población de Galilea, y los sábados les enseñaba. La gente quedaba asombrada de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía el espíritu de un demonio impuro y se puso a gritar a grandes voces: “¡Ah! ¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: el Santo de Dios.” Jesús entonces le conminó: “Cállate y sal de él.” Y el demonio, arrojándole en medio, salió de él sin hacerle ningún daño.

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El Señor en Nazaret

Lc 4,16-30

En aquel tiempo, Jesús fue a Nazaret, donde se había criado. El sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él.

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Poned por obra la palabra

St 1,17-18.21b-22.27

Toda dádiva buena y todo don perfecto que recibimos viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni fase de sombra. Nos engendró por su propia voluntad, con palabras de verdad, para que fuésemos las primicias de sus criaturas. Por eso, desechad todo tipo de inmundicia y de mal, que tanto abunda, y recibid con mansedumbre la palabra sembrada en vosotros, capaz de salvar vuestras almas. Poned por obra la palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. La religiosidad pura e intachable ante Dios Padre es ésta: ayudar a huérfanos y viudas en sus tribulaciones y conservarse incontaminado del mundo.

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Mi Juez es el Señor

1Cor 4,1-5 

Que la gente nos tenga por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se exige de los administradores es que sean fieles. Aunque a mí lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano. ¡Ni yo mismo me juzgo! Cierto que mi conciencia nada me reprocha, pero eso no significa que carezca de culpa. Mi juez es el Señor. Así que no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor. Él iluminará los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones de los corazones. Entonces recibirá cada cual la alabanza que le corresponda.

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La necedad de la cruz

1Cor 1,17-25

No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio, y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan –para nosotros- es fuerza de Dios. Porque dice la Escritura: “Destruiré la sabiduría de los sabios y desecharé la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto?” ¿Dónde el intelectual que se ciñe a simples criterios humanos? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo, mediante su propia sabiduría, no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación.

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El Martirio de San Juan Bautista

Mc 6,14-29

En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Algunos decían: “Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él fuerzas milagrosas.” Otros decían: “Es Elías”; otros: “Es un profeta como los demás profetas.” Al enterarse Herodes, comentó: “Seguro que aquel Juan, a quien yo decapité, ha resucitado.” leer más

SERIE SOBRE LA ORACIÓN: La oración del corazón (Parte III)

Quien se haya adentrado en la oración del corazón por un buen tiempo y la practique con regularidad, podrá experimentar la dicha de que esta oración realmente se hace presente en el corazón. Se nos vuelve fácil retirarnos a esa “celda interior” que se ha formado gracias a la oración, precisamente en aquellos momentos en que el ruido estorba y estamos más expuesto al peligro de la dispersión. Pero aun si nuestro entorno no es tan ruidoso, nos retiraremos gustosamente a esta “celda interior”, para allí estar a solas con el Señor. Con el paso del tiempo, se nos convierte en algo natural. Por supuesto que, para llegar ahí, habrá que seguir los impulsos de la gracia y cultivar la oración interior. Así, llega a ser un buen hábito espiritual el de retirarnos gustosamente a la oración, hallando, a través de ella, nuestro hogar en el Señor.

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SERIE SOBRE LA ORACIÓN: “La oración del corazón” (Parte II)  

La oración del corazón –u oración de Jesús– requiere una cierta preparación. En este sentido, escuchemos nuevamente al metropolita Serafim Joanta:

“Las disposiciones para la oración de Jesús son, al igual que para cualquier otra oración, las siguientes: Estar en paz con el prójimo, liberarse de excesivas preocupaciones, una cierta disposición del alma, un lugar tranquilo… Nadie puede rezar una oración pura –esto es, una oración que no esté empañada por pensamientos extraños, por impresiones externas de los sentidos y recuerdos– mientras no esté en paz con el prójimo. La falta de perdón y la permanencia en la discordia nos llenan de fuerzas negativas que enturbian el corazón. Lo mismo sucede con el exceso de preocupaciones.

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  SERIE SOBRE LA ORACIÓN: “La oración del corazón” (Parte I)                

El que quiera enriquecer e intensificar su vida de oración, encontrará una práctica muy valiosa en la tradición de la Iglesia oriental: Es la así llamada “oración del corazón” u “oración de Jesús”.

Para no dar lugar a malos entendidos, vale aclarar que esta forma de oración hace parte del rico tesoro de la Iglesia Universal, si bien es practicada sobre todo por los fieles de la ortodoxia. No es, de ninguna manera, una práctica ajena que provenga de las formas de meditación de otras religiones orientales; sino que es genuinamente cristiana. Actualmente se está introduciendo también cada vez más en la Iglesia católica romana. En efecto, la oración del corazón puede responder de forma fructífera a nuestro anhelo de silencio y recogimiento.

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SERIE SOBRE LA ORACIÓN: El Santo Rosario

Después de haber reflexionado sobre los padecimientos de la oración y sobre la Adoración eucarística, dirijámonos ahora a las diversas formas de oración. A pesar de que la oración es, en sí misma, algo sencillo, no siempre nos resulta fácil orar, y menos orar bien. También esto es un arte, y para aprenderlo conviene estudiar las variadas formas y métodos de oración que existen, y, sobre todo, practicar fervorosamente la oración como tal. Una oración bastante difundida y querida en nuestra Iglesia Católica, sobre todo en ciertos círculos, es el Santo Rosario. En muchas de sus apariciones auténticas, la Virgen María nos dice cuán importante es para ella el rezo del Rosario. Por eso vale la pena dedicarle esta meditación a esta valiosa oración.

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