Como judíos fieles a la Ley del Señor, a los ocho días de Tu Nacimiento Tus padres te circuncidaron y te pusieron el nombre de Jesús, el Salvador (Lc 2,21).
Cuando, cuarenta días después, te llevaron al Templo para presentarte al Señor, te encontraste con Simeón, uno de los fieles de Tu Pueblo (Lc 2,22-25). El Espíritu Santo le había revelado que no moriría antes de haberte visto. ¡Y así sucedió! Lleno del Espíritu Santo y tomándote en Sus brazos, pronunció sobre Ti aquellas inolvidables palabras:
“Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos; luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.” (Lc 2,29-32).
En la figura de Simeón, podemos ver lo que Tú quieres conceder a tu Pueblo. Después de un largo peregrinar, finalmente llegó a la meta, porque te reconoció a Ti.
Ahora puede derribarse el muro divisorio que separaba a Tu Pueblo escogido de los otros pueblos (Ef 2,14). ¡Sólo a través de Ti y en Ti se vuelve posible! Ahora, gracias a Ti, podemos caminar juntos: las naciones que fueron iluminadas por Ti y el Pueblo de Israel, cuya gloria eres Tú.
Pero, Amado Niño, Tú sabes que aún no hemos llegado a ese punto. Incluso Tú mismo te conviertes en “signo de contradicción”, destinado para “caída y elevación de muchos”, y las intenciones de muchos corazones quedan al descubierto (Lc 2,35).
Tristemente sucede así, hermoso Niño: las personas pueden pasar de largo ante la gracia que les ofreces, pueden escandalizarse por Ti e incluso volverse en contra Tuya.
Una espada atravesará el alma de tu madre –profetiza el anciano Simeón (v. 35). Es un sufrimiento inevitable, mientras la humanidad no acoja el ofrecimiento de Tu gracia.
¡Pero la puerta de la misericordia permanece abierta de par en par, y Tú la mantendrás así hasta la hora que sólo el Padre conoce!
¿Sabes, Jesús? Creo que nos hemos vuelto bastante tibios en el anuncio. Tal vez incluso algunos piensen que no sería tan importante seguirte. ¡Qué error tan garrafal!
Las personas pasan de largo ante los tesoros de la Redención y se vuelven hacia cisternas agujereadas (cf. Jer 2,13).
¡Así no debería ser!
Tú nos has invitado a participar en la difusión de la Buena Nueva. Reaviva en nosotros el amor a Ti, para que se convierta en una llama ardiente, que ayude a derretir la capa de hielo que rodea los corazones de los hombres.