Respondió Jesús y les dijo: “En verdad, en verdad os digo que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; pues lo que Él hace, eso hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que Él hace, y le mostrará obras mayores que éstas para que vosotros os maravilléis. Pues así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo da vida a quienes quiere. El Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio lo ha dado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que le ha enviado. En verdad, en verdad os digo que el que escucha mi palabra y cree en el que me envió tiene vida eterna, y no incurre en juicio, pues ha pasado de la muerte a la vida.
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Evangelio de San Juan (Jn 5,1-18 ): Una curación en la piscina de Betesda
Con ocasión de una fiesta de los judíos, Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén una piscina Probática llamada en hebreo Betzatá, que tiene cinco pórticos. En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban la agitación del agua. Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo tiempo, le dijo: “¿Quieres recobrar la salud?” Le respondió el enfermo: “Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro se mete antes que yo.” Jesús le dijo: “Levántate, toma tu camilla y anda.” El hombre recobró al instante la salud, tomó su camilla y se fue andando.
Evangelio de San Juan (Jn 4,43-54): El segundo signo de Jesús en Caná
Pasados los dos días, partió de allí para Galilea. (Pues Jesús mismo había afirmado que un profeta no goza de prestigio en su patria). Cuando llegó, pues, a Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido.
Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaún. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue a rogarle que bajase a curar a su hijo, porque estaba a punto de morir. Entonces Jesús le dijo: “Si no veis signos y prodigios, no creéis.” El funcionario replicó: “Señor, baja antes de que muera mi hijo.” Jesús le dice: “Vete, que tu hijo vive.” Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino.
Evangelio de San Juan (Jn 4,27-42): Los samaritanos abrazan la fe
En esto llegaron sus discípulos y se sorprendieron de que hablara con una mujer. Pero nadie le preguntó qué quería o qué hablaba con ella. La mujer, dejando su cántaro, corrió al pueblo y dijo a la gente: “Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?” Salieron del pueblo y se encaminaron hacia él.
Entretanto, los discípulos le insistían: “Rabbí, come.” Pero él replicó: “Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis.” Los discípulos se decían entre sí: “¿Le habrá traído alguien de comer?” Jesús les dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. ¿No decís vosotros: ‘Cuatro meses más y llega la siega’? Pues bien, yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos, que amarillean ya para la siega.
Evangelio de San Juan (Jn 4,16-26): Yo soy, el que está hablando contigo
Jesús dijo a la samaritana: “Vete, llama a tu marido y vuelve acá.” La mujer le dijo: “No tengo marido.” Jesús le respondió: “Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco, y el que ahora tienes no es marido tuyo. En eso has dicho la verdad.” La mujer replicó: “Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, pero vosotros decís que el lugar donde se debe adorar es Jerusalén.” Jesús le contestó: “Créeme, mujer, que llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren.
Evangelio de San Juan (Jn 4,1-15): La mujer junto al pozo
Cuando supo Jesús que los fariseos habían oído que él hacía más discípulos y bautizaba más que Juan, aunque no era Jesús quien bautizaba, sino sus discípulos, abandonó Judea y se marchó otra vez a Galilea. Tenía que pasar por Samaría. Llegó entonces a una ciudad de Samaría, llamada Sicar, junto al campo que le dio Jacob a su hijo José. Estaba allí el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del viaje, se había sentado en el pozo. Era más o menos la hora sexta. Vino una mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dijo: “Dame de beber” (sus discípulos se habían marchado a la ciudad a comprar alimentos). Entonces le dijo la mujer samaritana: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?” (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva”.
Evangelio de San Juan (Jn 3,31-36): “La decisión crucial”
El que viene de lo alto está sobre todos. El que es de la tierra, de la tierra es y de la tierra habla. El que viene del cielo está sobre todos, y da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie recibe su testimonio. El que recibe su testimonio confirma que Dios es veraz; pues aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en sus manos. El que cree en el Hijo tiene vida eterna, pero quien rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.
Evangelio de San Juan (Jn 3,22-30): El amigo del Esposo
Jn 3,22-30
Después de esto fue Jesús con sus discípulos a la región de Judea, y allí convivía con ellos y bautizaba. También Juan estaba bautizando en Ainón, cerca de Salim, porque allí había mucha agua, y acudían a que los bautizara, porque aún no habían encarcelado a Juan. Se originó una discusión entre los discípulos de Juan y un judío acerca de la purificación. Y fueron a Juan a decirle: “Rabbí, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, está bautizando y todos acuden a él”.
Evangelio de San Juan (Jn 3,9-21): Nicodemo y el mensaje de Jesús
Nicodemo preguntó: “¿Cómo puede ser eso?” Jesús le respondió: “Tú, que eres maestro en Israel, ¿no sabes estas cosas? En verdad, en verdad te digo que nosotros hablamos de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. Si al deciros cosas de la tierra no creéis, ¿cómo vais a creer si os hablo de las cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo: el Hijo del hombre. Y, del mismo modo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga en él la vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no es juzgado; pero el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios.
Evangelio de San Juan (Jn 2,23-25; 3,1-8): Nacidos del Espíritu
Jn 2,23-25; 3,1-8
Mientras estuvo en Jerusalén, por la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos; y no necesitaba que alguien le dijera cómo son las personas, pues él conocía lo que hay en el ser humano. Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue éste donde Jesús de noche y le dijo: “Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar los signos que tú realizas, si Dios no está con él.” Jesús le respondió: “En verdad, en verdad te digo que el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios.” Nicodemo le preguntó: ¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?” Respondió Jesús: “En verdad, en verdad te digo que el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.