Después de lavarles los pies se puso la túnica, se recostó a la mesa de nuevo y les dijo: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y tenéis razón, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que, como yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros. En verdad, en verdad os digo: no es el siervo más que su señor, ni el enviado más que quien le envió. Si comprendéis esto y lo hacéis, seréis bienaventurados. No lo digo por todos vosotros: yo sé a quienes elegí; sino para que se cumpla la Escritura: ‘El que come mi pan levantó contra mí su talón’. Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que cuando ocurra creáis que yo soy. En verdad, en verdad os digo: quien recibe al que yo envíe, a mí me recibe; y quien a mí me recibe, recibe al que me ha enviado”. Cuando dijo esto Jesús se conmovió en su espíritu, y declaró: “En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar”.
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Evangelio de San Juan (Jn 13,1-11): “El servicio de Jesús”
La víspera de la fiesta de Pascua, como Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Y mientras celebraban la cena, cuando el diablo ya había sugerido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, que lo entregara, como Jesús sabía que todo lo había puesto el Padre en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la cena, se quitó la túnica, tomó una toalla y se la puso a la cintura. Después echó agua en una jofaina, y empezó a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había puesto a la cintura. Llegó a Simón Pedro y éste le dijo: “Señor, ¿tú me vas a lavar a mí los pies?” “Lo que yo hago no lo entiendes ahora -respondió Jesús-. Lo comprenderás después”. Le dijo Pedro: “No me lavarás los pies jamás”. “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo” -le respondió Jesús. Simón Pedro le replicó: “Entonces, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”.
Evangelio de San Juan (Jn 12,44-50): “La palabra de Jesús juzga”
Jesús clamó y dijo: “El que cree en mí, no cree en mí, sino en Aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo soy la luz que ha venido al mundo para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas. Y si alguien escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. Quien me desprecia y no recibe mis palabras tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado, ésa le juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por mí mismo, sino que el Padre que me envió, Él me ha ordenado lo que tengo que decir y hablar. Y sé que su mandato es vida eterna; por tanto, lo que yo hablo, según me lo ha dicho el Padre, así lo hablo”.
Evangelio de San Juan (Jn 12,34-43): “Creed en la luz”
La multitud le replicó: “Nosotros hemos oído en la Ley que el Cristo permanece para siempre; entonces, ¿cómo dices tú: ‘Es necesario que sea levantado el Hijo del Hombre’? ¿Quién es este ‘Hijo del Hombre’?” Jesús les dijo: “Todavía estará un poco de tiempo la luz entre vosotros. Caminad mientras tenéis la luz, para que las tinieblas no os sorprendan; porque el que camina en tinieblas no sabe adónde va. Mientras tenéis la luz, creed en la luz para que seáis hijos de la luz”. Jesús les dijo estas cosas, y se marchó y se ocultó de ellos. Aunque había hecho Jesús tantos signos delante de ellos, no creían en él, de modo que se cumplieran las palabras que dijo el profeta Isaías: ‘Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje?, y el brazo del Señor, ¿a quién ha sido revelado?’ Por eso no podían creer, porque también dijo Isaías: ‘Les ha cegado los ojos y les ha endurecido el corazón de modo que no vean con los ojos ni entiendan con el corazón ni se conviertan, y yo los sane’. Isaías dijo esto cuando vio su gloria y habló sobre él. Sin embargo, creyeron en él incluso muchos de los judíos principales, pero no le confesaban a causa de los fariseos, para no ser expulsados de la sinagoga, porque amaron más la gloria de los hombres que la gloria de Dios.
Evangelio de San Juan (Jn 12,25-33): “Ha llegado la hora”
“El que ama su vida la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna. Si alguien me sirve, que me siga, y donde yo estoy allí estará también mi servidor. Si alguien me sirve, el Padre le honrará. Ahora mi alma está turbada; y ¿qué voy a decir?: ‘¿Padre, líbrame de esta hora?’ ¡Pero si para esto he venido a esta hora! ¡Padre, glorifica tu nombre!” Entonces vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré”. La multitud que estaba presente y la oyó decía que había sido un trueno. Otros decían: “Le ha hablado un ángel”. Jesús respondió: “Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo va a ser arrojado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Decía esto señalando de qué muerte iba a morir.
Evangelio de San Juan (Jn 12,12-24): “Hosanna al Hijo de David”
Al día siguiente las muchedumbres que iban a la fiesta, oyendo que Jesús se acercaba a Jerusalén, tomaron ramos de palmas, salieron a su encuentro y se pusieron a gritar: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel!” Jesús encontró un borriquillo y se montó sobre él, conforme a lo que está escrito: “No temas, hija de Sión. Mira a tu rey que llega montado en un borrico de asna”. Al principio sus discípulos no comprendieron esto, pero cuando Jesús fue glorificado, entonces recordaron que estas cosas estaban escritas acerca de él, y que fueron precisamente éstas las que le hicieron. La gente que estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro y le resucitó de entre los muertos, daba testimonio. Por eso las muchedumbres le salieron al encuentro, porque oyeron que Jesús había hecho este signo. Entonces los fariseos se dijeron unos a otros: “Ya veis que no adelantáis nada; mirad cómo todo el mundo se ha ido tras él.” leer más
Evangelio de San Juan (Jn 12,1-11): «La resolución de matar también a Lázaro»
Jesús, seis días antes de la Pascua, marchó a Betania, donde estaba Lázaro, al que Jesús había resucitado de entre los muertos. Allí le prepararon una cena. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con él. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se llenó de la fragancia del perfume.
Evangelio de San Juan (Jn 11,47-57): «El Sanedrín decide la muerte de Jesús”
Entonces los príncipes de los sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín: “¿Qué hacemos, puesto que este hombre realiza muchos signos? -decían-. Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar y nuestra nación”. Uno de ellos, Caifás, que aquel año era sumo sacerdote, les dijo: “Vosotros no sabéis nada, ni os dais cuenta de que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca toda la nación” -pero esto no lo dijo por sí mismo, sino que, siendo sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos. Así, desde aquel día decidieron darle muerte. Entonces Jesús ya no andaba en público entre los judíos, sino que se marchó de allí a una región cercana al desierto, a la ciudad llamada Efraín, donde se quedó con sus discípulos. Pronto iba a ser la Pascua de los judíos, y muchos subieron de aquella región a Jerusalén antes de la Pascua para purificarse.
Evangelio de San Juan (Jn 11,28-46 ): «La resurrección de Lázaro»
En cuanto dijo esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en un aparte: “El Maestro está aquí y te llama”. Ella, en cuanto lo oyó, se levantó enseguida y fue hacia él. Todavía no había llegado Jesús a la aldea, sino que se encontraba aún donde Marta le había salido al encuentro. Los judíos que estaban con ella en la casa y la consolaban, al ver que María se levantaba de repente y se marchaba, la siguieron pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Entonces María llegó donde se encontraba Jesús y, al verle, se postró a sus pies y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Jesús, cuando la vio llorando y que los judíos que la acompañaban también lloraban, se estremeció por dentro, se conmovió y dijo: “¿Dónde le habéis puesto?” Le contestaron: “Señor, ven a verlo”. Jesús rompió a llorar. Decían entonces los judíos: “Mirad cuánto le amaba”. Pero algunos de ellos dijeron: “Éste, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que no muriera?” Jesús, conmoviéndose de nuevo, fue al sepulcro.
Evangelio de San Juan (Jn 11,17-27): “Yo soy la Resurrección y la Vida”
Al llegar Jesús, encontró que Lázaro ya llevaba sepultado cuatro días. Betania distaba de Jerusalén como quince estadios. Muchos judíos habían ido a visitar a Marta y María para consolarlas por lo de su hermano. En cuanto Marta oyó que Jesús venía, salió a recibirle; María, en cambio, se quedó sentada en casa. Le dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano, pero incluso ahora sé que todo cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá”. “Tu hermano resucitará” -le dijo Jesús. Marta le respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección, en el último día”. “Yo soy la Resurrección y la Vida -le dijo Jesús-; el que cree en mí, aunque hubiera muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?” “Sí, Señor -le contestó-. Yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido a este mundo”. leer más