HIJOS DE DIOS

“Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos!” (1Jn 3,1).

Como hijos de nuestro Padre atravesamos esta vida. Pero “aún no se ha manifestado lo que seremos” –nos dice más adelante el Apóstol San Juan. Sólo nos será plenamente revelado cuando contemplemos cara a cara a nuestro Padre en la eternidad.

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“¿QUÉ PODRÁ HACERME EL HOMBRE?” 

“En Dios, cuya palabra alabo (…), en Dios confío y no temo; ¿qué podrá hacerme un hombre?” (Sal 55,11-12)

En ningún sitio encontraremos verdadera paz y seguridad mientras la palabra de nuestro Padre no se nos convierta en alimento cotidiano. En todas las situaciones que se nos presenten, la Palabra del Señor nos nutrirá. Si nos entregamos sin reservas a nuestro Padre, sabremos aceptar de su mano aun las situaciones difíciles de nuestra vida, de modo que éstas experimentarán una transformación desde dentro. Aunque normalmente tales situaciones son capaces de subyugarnos, no sucederá así si nuestra alma está unida a Dios. Puesto que nuestro Padre es el Señor de toda circunstancia en nuestra existencia, la confianza podrá surgir aun en medio de la espesura que quiere engullirnos.

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“TODO ESTÁ CONSUMADO”

“’Todo está consumado.’ E inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn 19,30).

Hoy, junto con el Padre Celestial y todos los fieles, nuestra mirada se posa en la Cruz de la que pendió el amado Hijo. Allí, en la Cruz erigida sobre el Calvario, fue quebrantado el poder del mal por el amor manifiesto de Dios. Es el Padre quien nos concede la verdadera vida a través del sacrificio de su Hijo; una nueva vida, que ya no tiene que esconderse de Dios a causa de sus culpas. “Él mismo cargó nuestros pecados en su cuerpo” (1Pe 2,24), y hemos sido liberados. ¡Hoy es el gran viernes, el viernes santo! Dios, el Bueno, todo lo ha hecho bien (cf. Mc 7,37).

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“HÁGASE TU VOLUNTAD” 

“¡Abbá, Padre! Todo te es posible, aparta de mí este cáliz; pero que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mc 14,36).

Estas palabras de Jesús han quedado profundamente marcadas en todos aquellos que han sabido aceptar un sufrimiento de manos del Padre. No es fácil reconocer en ellos su amor paternal, menos aún cuando se trata de sufrimientos que no hemos atraído por nuestra propia culpa. La persona puede encontrarse sumida en una profunda oscuridad y sólo la fe desnuda le ayuda a atravesar aquella situación: la fe en el amor del Padre.

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LA MAYOR FELICIDAD DEL PADRE 

“Yo vivo cerca del hombre (…). Yo veo sus necesidades, sus penas, todos sus deseos; y mi mayor felicidad está en ayudarle y salvarlo” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Hoy nos fijamos en otro aspecto que hace feliz al Padre. Hace dos días habíamos meditado su alegría al estar entre nosotros; hoy consideramos su felicidad tierna y paternal al asistirnos en todas las situaciones, al hacernos bien y cuidar de los que ama.

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“ENTRÉGAME TODO LO QUE QUIERE AGOBIARTE”

“Entrégame todo lo que quiere agobiarte. Yo soy tu Padre” (Palabra interior).

El Padre nos invita a entregarle constantemente las sombras que se ciernen sobre nuestra alma, queriendo agobiarla y –de ser posible– llevarla al desánimo. Ciertamente no se refiere a aquella noble tristeza que podemos sentir, por ejemplo, ante nuestros pecados o por la muerte de un ser querido. Se trata más bien de aquel vicio que los padres del desierto llamaban “tristitia”. Ellos incluso veían en ella a un demonio, que se apodera de los sentimientos melancólicos o incluso los provoca.

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“MI ALEGRÍA AL ESTAR ENTRE VOSOTROS”

Mi alegría al estar entre vosotros no es menor a la que experimentaba cuando estaba junto a mi Hijo Jesús durante su vida terrenal” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

¡Qué afirmación de nuestro Padre! Él nos introduce en el misterio de su amor a tal punto que apenas podemos captarlo. ¿Podría haber un amor más grande que el del Padre por su Hijo Unigénito, quien le fue obediente hasta la muerte (Fil 2,8), en quien halló su complacencia y a quien nos mandó que escucháramos (Mt 3,17)? ¡El Señor nos introduce y nos hace partícipes del amor intratrinitario!

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