LA IRA DE DIOS

“Incluso cuando los hombres experimenten mi ‘ira’, han de saber que los amo y los llamo a la conversión” (Palabra interior).

El concepto de la «ira de Dios» puede infundir miedo a las personas. Sin embargo, debemos aprender a entenderla correctamente desde la perspectiva del amor de nuestro Padre. Debido a nuestra libertad, nuestro Padre permite que hagamos el mal. Por tanto, somos capaces de abusar de nuestra libertad y, en cierta forma, emplearla en contra de Dios. Si no fuera así, seríamos como criaturas irracionales, sin capacidad de elección y siguiendo instintivamente las leyes preestablecidas de la naturaleza.

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VIGILANCIA, VALENTÍA Y RECOGIMIENTO

“Vigilancia, pero sin miedo; valentía, pero sin temeridad; recogimiento, pero activo” (Palabra interior).

He aquí un consejo sobre cómo podemos vivir de forma fructífera nuestro seguimiento de Cristo. La vigilancia forma parte de nuestro equipamiento básico como cristianos. No se trata solo de identificar y rechazar los insidiosos ataques del diablo, sino de estar atentos a toda nuestra forma de vivir, conforme a la exhortación del Apóstol San Pablo:  “Mirad atentamente cómo vivís; que no sea como imprudentes, sino como prudentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos” (Ef 5,15-16).

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LA DIVINA PROVIDENCIA TODO LO GOBIERNA

“La divina Providencia todo lo gobierna, y lo que nosotros consideramos un mal es un remedio” (San Jerónimo).

Estas palabras suponen un desafío espiritual y deberían infundirnos una fe más profunda. Por razones comprensibles, todos nos resistimos a los males que puedan sobrevenirnos, y es correcto que lo hagamos, pues no se puede tolerar el mal sin más. Sin embargo, puesto que nuestro Padre Celestial integra incluso los males en su plan de salvación, Él se valdrá de ellos para el bien de los suyos. Aquí hay que hacer una distinción tan sutil como esencial: Dios nunca puede querer activamente un mal, pero puede permitirlo y convertirlo así en una medicina que nos sane y fortalezca.

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NO DAR CABIDA A LA TRISTEZA

«La tristeza es un gran obstáculo: sofoca la vida, empaña la luz y extingue el fuego del amor» (Juan Taulero).

Los maestros de la vida espiritual nos advierten insistentemente contra los pensamientos lúgubres a los que damos cabida en nuestro interior. Los padres del desierto los designan como “tristitia”, refiriéndose a una tristeza desordenada. Esta es totalmente distinta a la tristeza que podemos sentir por nuestros pecados personales y que lleva al arrepentimiento, o a la tristeza por los pecados del mundo, que nos lleva a orar y sacrificarnos por la humanidad.

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EL AMOR DE DIOS NOS PRECEDE

«Si el alma busca a Dios, mucho más la busca su Amado a ella» (San Juan de la Cruz).

Siempre debemos estar pendientes del Señor y buscarle en todo. Este es el lenguaje del amor, y es Dios mismo quien nos invita a ello: «Buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá» (Mt 7, 7). Si seguimos la invitación interior de nuestro Padre, nuestra alma habrá emprendido el camino preparado para ella. «Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti» –exclamaba San Agustín, cuya profunda búsqueda de Dios conocemos gracias a sus Confesiones.

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LA CAUSA DE DIOS ES MI CAUSA

«La causa de Dios es mi causa: nada de lo que le concierne me es ajeno» (San Bernardo de Claraval).

Así habla un alma encendida de amor, que ya se ha acercado mucho a nuestro Padre Celestial y a la que Él ha colmado de su amor. Se puede percibir la intimidad entre San Bernardo y nuestro Padre, y reconocemos esta profunda relación en otra hermosa frase en la que invita a sus hermanos a acercarse al Padre. En esta amorosa invitación, que escucharemos a continuación, vemos cómo había hecho de la causa de Dios su propia causa, pues sabemos bien que nuestro Padre anhela ardientemente que todos los hombres estén cerca de Él para conocerle, honrarle y amarle. Entonces podrá darles todo lo que les tiene preparado.

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ALEGRÍA INAGOTABLE

«Tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino» (Sal 4,9).

Los placeres terrenales, aunque puedan conmocionar e incluso deleitar nuestros sentidos, pasan de prisa y luego hace falta repetirlos. Los goces espirituales, en cambio, dejan una profunda huella en nuestra alma y son capaces de moldearla. Si aspiramos con demasiada intensidad a los placeres terrenales, corremos el peligro de caer en dependencias y de buscar cada vez menos las alegrías espirituales. Por tanto, aunque podamos deleitarnos en el «trigo y el vino», solo debemos hacerlo en tal medida que no adquieran un valor demasiado alto para nosotros y no perdamos de vista las verdaderas alegrías.

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NO PRESTAR ATENCIÓN NI PRACTICAR LA CALUMNIA

 

«La calumnia sólo perjudica a aquellos que se la toman a pecho» (San Francisco de Sales).

Una de las horribles afrentas que nosotros, los hombres, nos infligimos mutuamente son las calumnias. En otras palabras, se trata del vicio tan común de hablar mal de otras personas. Si lo miramos más de cerca, es una especie de homicidio psicológico contra la persona afectada. Por desgracia, no ocurre solo de vez en cuando. Incluso hemos tenido que presenciar una especie de «ejecución pública» de personas a través de los medios de comunicación y, hoy en día, también a través del internet.

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