EL PADRE NOS REGALA LO MÁS PRECIOSO 

“¿Podría acaso dar un regalo más precioso a los hombres que a mi Hijo Unigénito?” (Palabra interior).

En estos días en que las así llamadas “Antífonas O” nos preparan para la Venida del Salvador, podemos echar una mirada profunda al Corazón de nuestro Padre. En efecto, fue Él quien nos envió a su Hijo, dándonos así lo que más ama y haciendo por nosotros lo máximo que podría haber hecho.

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UN CORAZÓN CONTRITO 

“Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias, Señor” (Sal 50,19).

Un corazón contrito es un gran tesoro para nuestro Padre. Un corazón contrito ha dejado de lado toda defensa propia y ha adquirido una profunda conciencia de los abismos que aún hay en él. Ha descubierto que, por sí mismo, no sería capaz de hacer el bien, y que su inclinación al mal prevalecería si quedara a merced de sí mismo y no contara con la gracia. Esta conciencia sacude al alma, haciéndola dispuesta a arrojarse por completo en los brazos de Dios, sin vanidades ni condiciones. Por eso, un corazón contrito es un tesoro para el Padre.

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 “ADÁN, ¿DÓNDE ESTÁS?” (Parte II) 

La angustiada búsqueda del Padre Celestial por nosotros continúa desde que el hombre perdió la unión con Dios de la que gozaba en el Paraíso. Cada vez que el hombre se descarrila, cada vez que se aparta del “manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas agrietadas” (Jer 2,13), escuchamos en el fondo el llamado del Padre:

“Adán, ¿dónde estás?” (Gen 3,9b).

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“¿QUIÉN SE DA CUENTA DE SUS YERROS?” 

“¿Quién se da cuenta de sus yerros? De las faltas ocultas límpiame” (Sal 19,13).

Con sincero conocimiento de sí mismo, el salmista se dirige confiadamente al Padre Celestial, sabiendo bien con qué facilidad el hombre permanece atrapado en un autoengaño: “¿Quién se da cuenta de sus yerros?” Quiere asegurarse de que nada se interponga entre Él y su Dios, y nos da así un ejemplo de cómo podemos orar: “De las faltas límpiame”.

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CUÁN DULCE ES VIVIR EN LA VERDAD 

“Vosotros, que estáis en la verdadera luz, decidles cuán dulce es vivir en la verdad” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Nuestro Padre tiene siempre en mente la salvación de todos los hombres, que están llamados a vivir de tal manera que se cumpla a plenitud el sentido de su existencia y experimenten “cuán dulce es vivir en la verdad”. Por eso, no es de sorprender que nuestro Padre anime a los suyos a transmitir la verdad a los demás, especialmente a aquellos que aún están atrapados en las tinieblas.

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LA PRIMERA PALABRA AL DESPERTAR

Cuando despierto en la mañana, Tú, Padre, ya estás ahí, y toda la noche has velado sobre mí. Entonces esperas que me dirija a Ti y que mi primera palabra te sea consagrada a Ti. ¡Sí, Padre, de buena gana y con alegría lo haré! Pero a veces lo olvido y me dejo llevar por los estados de ánimo. ¡Qué lástima!

Cuán importante es esta primera palabra: ¡el saludo a Ti! Ella me coloca en la verdad del ser, pues ¿quién en el orden de la Creación redimida no te saludaría?

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LA GLORIA DE JESÚS ES TAMBIÉN LA GLORIA DEL PADRE

Cuanto más amemos a Jesús, más amaremos a nuestro Padre Celestial, quien lo envió al mundo. Todo lo que hacemos para gloria y honra del Hijo de Dios, glorifica también a Aquel de quien Él procede. A través de Jesús, llegamos al Padre (cf. Jn 14,6).

Sin embargo, el Padre desea ser honrado con una Fiesta y un culto propios, aun más allá de la Solemnidad de la Santísima Trinidad. En el Mensaje a la Madre Eugenia, Él expresa este deseo que le es tan importante:

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EL MAYOR REGALO DE DIOS

¡Qué gran misericordia tuviste hacia nosotros al enviarnos a tu Hijo Jesús! Con incomparable amor posaste tu mirada sobre nosotros, que tantas veces huimos de ti o incluso nos volvemos en contra tuya, que te ofendemos con nuestros pecados o simplemente te olvidamos. Tú, en cambio, estás siempre presente y nos miras con amor. Te preocupas atentamente por nosotros, porque no quieres que llevemos una vida sin sentido, ni mucho menos que nos perdamos para siempre.

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EL CIELO DE DIOS

“Vuestro cielo, criaturas mías, está en el Paraíso, con mis elegidos, porque será ahí, en el cielo, donde me contemplaréis en una visión perenne y gozaréis de una gloria eterna. Mi cielo, en cambio, está en la tierra con todos vosotros, oh hombres. Sí, es en la tierra y en vuestras almas donde busco mi felicidad y mi alegría. Vosotros podéis darme esta alegría; e incluso es un deber para con vuestro Creador y Padre, que desea y espera esto de vosotros” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

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