HACERSE TODO PARA TODOS

“Me hago pequeño con los pequeños; mediano con los de mediana edad; me hago semejante a los ancianos, para que todos entiendan lo que quiero decirles para su santificación y para mi gloria” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Este pasaje del Mensaje del Padre nos recuerda a las palabras de San Pablo: “Me he hecho todo a todos para salvar a algunos al precio que sea” (1Cor 9,22b).

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GRANDIOSA SENCILLEZ

“Conozco vuestras necesidades, vuestros deseos y todo lo que hay en vosotros. Pero ¡cuán feliz y agradecido estaría al veros venir a mí, confiándome vuestras necesidades, así como lo hace un niño que tiene plena confianza en su padre! ¿Cómo podría negaros algo, sea de mínima o de gran importancia, si me lo pidierais?” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

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GRATITUD INFINITA

“Cuando constaté que ni los patriarcas, ni los profetas habían podido darme a conocer y hacerme amar entre los hombres, decidí venir Yo mismo” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Un profundo dolor y, al mismo tiempo, una inmensa gratitud puede invadir nuestro corazón al escuchar estas palabras. Un profundo dolor porque a los hombres nos resulta tan difícil entender el lenguaje de Dios. Ni siquiera la presencia de los patriarcas y el mensaje de los profetas pudo tocar suficientemente los corazones. De hecho, sabemos cuál fue el destino de los profetas. El dolor se intensifica aún más cuando consideramos lo que hicieron los hombres con el mismo Hijo de Dios.

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LA CONSTANTE PRESENCIA DEL PADRE 

“Pensad que no vivís solos; sino que un Padre que está por encima de todos los padres vive cerca de vosotros; más aún, vive en vosotros, piensa en vosotros y os invita a participar de los incomprensibles privilegios de su amor” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Nuestro Padre exhorta a todos los hombres a pensar en Él. Estas palabras suyas nos recuerdan a la exhortación que San Benito dirigía a sus monjes, llamándoles a hacerlo todo bajo la presencia de Dios.

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OJOS ABIERTOS 

“Cuanto contemplo con ojos abiertos lo que Tú, mi Dios, has creado, poseo ya aquí el cielo” (Santa Hildegarda de Bingen).

Necesitamos ojos que ven y oídos que escuchan (Mt 13,16). Una vez que éstos se abren, empezamos a contemplar la gloria de Dios. Descubrimos por doquier el amor del Padre en acción, ya sea para darnos a conocer directamente su amor, ya sea para colmarnos en sobreabundancia con su belleza, ya sea para curar lo enfermo, apartar de nosotros el mal e impulsarnos a hacer todo el bien infinito que el infinitamente Bueno dispuso que hiciéramos.

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VIGILANCIA AL HABLAR

“Que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor” (Sal 103,34).

La vigilancia al hablar es muy grata al Señor. De hecho, Él mismo nos exhorta a la claridad y a que no haya ambigüedad en nuestro hablar: “Que vuestro modo de hablar sea: ‘Sí, sí’; ‘no, no’. Lo que exceda de esto, viene del Maligno” (Mt 5,37). Las palabras que salgan de nuestros labios han de ser como agua cristalina, sin turbidez, que broten de un corazón purificado y alegren a Dios y a los hombres.

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EL RETORNO DE LOS HIJOS PRÓDIGOS

“Si hay algo que deseo (…) es el retorno de los hijos pródigos a la Casa del Padre, especialmente de los judíos…” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Si los deseos de nuestro Padre nos resultan sumamente sagrados, podremos entender fácilmente que una de sus grandes preocupaciones es que el Pueblo judío, su “Primogénito”, retorne a Él. El Apóstol Pablo estaba tan encendido de amor por su pueblo que, en su celo, profirió estas palabras: “Desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne” (Rom 9,3).

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LA VERDAD DEL AMOR 

“Envíame, Señor, envía a mi corazón el apaciguamiento, la mansedumbre de tu Espíritu; no sea que el amor por la verdad me induzca a perder la verdad del amor” (San Agustín).

Anunciar la verdad con amor y vivir en el verdadero amor es lo que sellaría nuestro testimonio con una profunda credibilidad. En efecto, es también esto lo que nuestra Iglesia necesita para su renovación.

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ALCANZAR LA LIBERTAD ASPIRANDO A LA VERDAD 

“La libertad no se alcanza aspirando a la libertad; sino aspirando a la verdad. La libertad no es una meta, sino un efecto” (León Tolstoi). 

“La verdad os hará libres” (Jn 8,32) –nos dice el Señor mismo. Esto es lo que deben aprender todas las personas que luchan por la libertad. Sólo al vivir en conformidad con la Voluntad del Padre se puede alcanzar la verdadera libertad. Sólo entonces puede hacerse realidad en nuestra vida el plan con el que Él nos creó.

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