ESTAD TRANQUILOS

“Estad tranquilos y despreocupados, sin perder jamás la vigilancia y concentración del alma” (Palabra interior).

Combinar estos dos elementos es un arte espiritual muy fino. Esta tranquilidad despreocupada surge de la seguridad de saberse cobijado en Dios y de vivir concretamente en esta certeza. Entonces, todas las situaciones que se nos presentan no serán superadas en primer lugar a través de los esfuerzos de nuestra voluntad; es decir, con nuestras propias fuerzas, lo cual fácilmente lleva a una tensión interior. Antes bien, serán afrontadas escuchando atentamente las directrices del Señor. Nuestra voluntad sigue entonces el hilo del Espíritu Santo y se acopla dócil y tiernamente a él.

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ABANDONARSE A LA VOLUNTAD DE DIOS EN LAS ADVERSIDADES

“Si nos abandonáramos serenamente a la Voluntad de Dios en todas las adversidades, estaríamos en camino hacia la santidad y seríamos las personas más felices de la Tierra” (San Alfonso María de Ligorio).

Estas palabras nos vienen de personas que han tenido una profunda experiencia con Dios. Sus consejos, extraídos de la riqueza de su camino de seguimiento de Cristo, nos asisten especialmente en las situaciones difíciles.

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PONER NUESTRA CONFIANZA EN DIOS

“En cuanto a la confianza, basta con conocer nuestra propia debilidad y decirle al Señor que queremos depositar en Él toda nuestra confianza” (San Francisco de Sales).

Una y otra vez se nos invita a exponer ante el Señor nuestras debilidades. No cabe duda de que debemos esforzarnos por superarlas, en la medida en que nos sea posible. Pero experimentaremos repetidas veces que volvemos a caer en ellas.

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FAMILIARIDAD CON DIOS

“Os he hecho a mi imagen para que no encontréis nada extraño cuando habléis y os acerquéis a vuestro Padre, vuestro Creador y vuestro Dios, pues por mi bondad misericordiosa os habéis convertido en los hijos de mi amor paternal y divino” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

El trato cercano con nuestro Padre Divino es una fuente de constante alegría para nosotros, los hombres, y en realidad forma parte esencial de nuestra vida; más aún, es nuestra vida.

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RECOMPENSA DIVINA

“Servimos a un rey grande y excelso, que paga a sus siervos no con recompensa regia o imperial, sino divina” (San Arnoldo Janssen).

Los reyes y emperadores sólo pueden pagar nuestros servicios con recompensas mundanas, con cosas de las que ellos pueden disponer, pero que son pasajeras. Lo que pueden ofrecernos es sólo una participación en su poder terrenal o en su honor. Dios, en cambio, paga cada uno de nuestros servicios con recompensa divina, haciéndonos partícipes de su inmortalidad, de su ser imperecedero.

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EL CRISTIANO HA NACIDO PARA LUCHAR

“Cuanto más encarnizada sea la batalla, más segura es la victoria, con la ayuda de Dios” (Papa León XIII).

Día a día y a diferentes niveles, el Padre nos hace librar esta batalla. Mientras dure nuestra peregrinación hacia la visión gloriosa de Dios en la eternidad, el combate es nuestra constante compañía. ¡Dichosos los que lo asumen y ocupan su lugar en el “ejército del Cordero”!

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LA VERDADERA DICHA

“La única razón para tener miedo de entregarle a Dios toda tu vida es creer que tu propio proyecto es mejor” (Esther María Magnis).

La autora de esta frase describe con mucho acierto lo que nos impide abandonarnos por completo en nuestro Padre Celestial. En efecto, no puede haber motivos ni del entendimiento ni de la fe y del amor que pudieran desaconsejar la entrega confiada a nuestro amoroso Padre. Entonces, ¿qué nos hace titubear a la hora de seguir su invitación, como correspondería al amor y a la verdad?

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INFLAMADOS POR EL AMOR

“Si los santos del cielo pudieran volver una vez más a la Tierra, se empeñarían incansablemente, inflamados por el amor, en difundir la fe por todo el mundo, con la intención de dar a conocer al mundo entero el infinito amor de Dios por las almas. Porque los santos saben mucho mejor que cualquier habitante de la Tierra cuánto merecen ser conocidos el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ellos quedan extasiados al ver con cuánta gloria se recompensa en el cielo aun el más mínimo acto que se haya realizado por difundir la fe” (San Vicente Pallotti).

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