“ME COMPLAZCO EN ESTAR ENTRE VOSOTROS”

“¡Cuánto me complazco en estar entre vosotros, hora tras hora, día tras día!” (Palabra interior).

Las declaraciones de amor de nuestro Padre son incontables y conmueven el corazón.

Si nosotros, los hombres, interiorizásemos estas palabras, se nos abriría un maravilloso horizonte en nuestra vida. En efecto, ¡qué distinto es vivir con la certeza de ser hijos amados y buscados por Dios, a creer que tenemos que mendigar amor para sentirnos valiosos, como ocurre con bastante frecuencia! No, no es necesario luchar por este amor, sino que ya está ahí, desde siempre y para siempre. ¡Es indestructible! Sólo nosotros mismos podemos alejarnos del amor de Dios, pero sin que nuestro Padre deje de amarnos, porque “Dios es amor” (1Jn 4,8b).

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“ENTRÉGAME TODO”

“Entrégame todo lo que quiera agobiarte. ¡Yo soy tu Padre!” (Palabra interior).

¿No es acaso una gran contradicción si, a pesar de conocer a nuestro Salvador y experimentar la bondad de nuestro Padre Celestial, seguimos pareciendo abatidos y deprimidos en la vida? ¿Acaso no sabemos adónde ir con nuestras culpas? ¿Ignoramos cuán dispuesto está Dios a perdonarlas una vez que nos arrepentimos sinceramente?

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EL AMOR DE LOS NIÑOS POR EL PADRE

“¡Cuán grande sería mi alegría al ver a los padres enseñando a sus hijos a llamarme frecuentemente con el nombre de “Padre”, lo que realmente soy!” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Aquí nuestro Padre se dirige a los padres de familia, pidiéndoles lo más valioso que ellos pueden darle a Él y a sus hijos: enseñarles a invocar al Dios santo con el nombre de “Padre” y a encontrar su hogar en la “gran familia de Dios”, en la comunión con el Padre Celestial y con todos los santos y ángeles, a la que todos los hombres están llamados. ¡Qué horizonte se abre aquí para los niños! ¡Qué cobijamiento experimentan! Así, se les da un fundamento para sus vidas, capaz de sostenerlos y mantenerlos firmes cuando lleguen las crisis.

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EL SANTÍSIMO SACRAMENTO

“Hijos míos, no os describiré toda la magnitud de mi infinito amor, porque basta con abrir los Libros Sagrados, contemplar el Crucifijo, el Sagrario y el Santísimo Sacramento, para poder comprender hasta qué punto os he amado” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Hay comunidades y parroquias en las que se adora con frecuencia el Santísimo Sacramento expuesto. Incluso hay lugares donde se practica la “adoración perpetua”. Ciertamente esto es una realización ya aquí en la Tierra de lo que haremos sin cesar y sin límites en la eternidad: adorar a la Santísima Trinidad. Si se lleva a cabo esta “adoración perpetua” las 24 horas del día y de la noche, ciertamente ésta fomenta la vigilante espera del Retorno del Señor y nos prepara para recibirlo.

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EL SAGRARIO

“Hijos míos, no os describiré toda la magnitud de mi infinito amor, porque basta con abrir los Libros Sagrados, contemplar el Crucifijo, el Sagrario y el Santísimo Sacramento, para poder comprender hasta qué punto os he amado” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Nuestro Padre no nos dejó huérfanos (cf. Jn 14,18) cuando su Hijo, después de haber resucitado, volvió a su derecha con toda su gloria. Jesús instituyó la Santa Eucaristía, y la Iglesia puede actualizar diariamente su sacrificio, en que Él se nos da a sí mismo como alimento.

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LA CRUZ

“Hijos míos, no os describiré toda la magnitud de mi infinito amor, porque basta con abrir los Libros Sagrados, contemplar el Crucifijo, el Sagrario y el Santísimo Sacramento, para poder comprender hasta qué punto os he amado” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

La insuperable prueba del amor de Dios por nosotros es la Cruz de nuestro Salvador. En ella se muestra hasta dónde llega el amor de nuestro Padre, que no escatima ni el sufrimiento ni la muerte con tal de salvarnos. Todos sabemos que el Señor cargó un sufrimiento inconmensurable; a saber, el pecado del mundo entero y de todos los tiempos.

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LA SAGRADA ESCRITURA

“Hijos míos, no os describiré toda la magnitud de mi infinito amor, porque basta con abrir los Libros Sagrados, contemplar el Crucifijo, el Sagrario y el Santísimo Sacramento, para poder comprender hasta qué punto os he amado” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Nosotros, los hombres, aún no podemos captar el amor de nuestro Padre en toda su magnitud. Sin embargo, lo que ya podemos apreciar es suficiente para responderle con todo nuestro amor y confianza.

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TODOS SON LLAMADOS

“Si yo no sería la esperanza de la humanidad, el hombre estaría perdido. Pero es necesario que sea conocido como tal, para que la paz, la confianza y el amor entren en el corazón de los hombres y surja así una relación viva con su Padre, el Dios del cielo y de la tierra” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

A nivel objetivo, nuestro Padre es la esperanza de la humanidad, así como es su Juez, Redentor y Salvador. Habiendo recibido el don de la fe, uno se vuelve cada vez más consciente de esta realidad, y ésta empieza a marcar todo nuestro pensar y actuar. Entonces, surge esa relación de la que el Padre habla; una relación que ha de ser confiada, natural y tierna; una relación que será nuestra gran dicha aquí en la tierra y nuestra felicidad eterna en la otra vida. También para nuestro Padre es una fuente de gran alegría.

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