“¿QUIÉN CONFIÓ EN EL SEÑOR Y QUEDÓ DEFRAUDADO?”

“¿Quién confió en el Señor y quedó defraudado?” (Sir 2,10).

¡Nadie! Podemos decirlo con firme convicción.

Si surgen decepciones, el problema está de nuestra parte, porque no comprendemos la Voluntad de Dios y tal vez teníamos expectativas que no se cumplieron como hubiéramos deseado. La confianza plena en Dios significa aferrarse a la certeza de que, pase lo que pase, “en todas las cosas interviene Dios para nuestro bien” (Rom 8,28), aun si no lo entendemos y la situación permanece a oscuras para nosotros.

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EL PAJARILLO EN MI VENTANA

“Mirad las aves del cielo: no siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿Es que no valéis vosotros mucho más que ellas?” (Mt 6,26).

Seguimos hoy con el tema de la amorosa Providencia de nuestro Padre Celestial. Él quiere que vivamos verdaderamente despreocupados. ¿No es fácil comprenderlo, si consideramos que somos sus hijos? ¿Acaso no es natural que Él, siendo nuestro bondadoso Padre, se haga cargo de proveernos con todo lo que necesitamos para nuestro bien temporal y eterno? Incluso nosotros, los hombres, cuidamos de aquellos que nos han sido confiados.

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SOSTENIDOS POR EL AMOR

“Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde,
que comáis el pan de vuestros sudores: ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!”
(Sal 126,2).

Al igual que en la meditación de ayer, el Padre nos permite, por medio de este verso del salmo, echar un vistazo en su corazón, que se ocupa siempre de nosotros. Dios no quiere dificultarnos el camino de nuestra vida; sino, al contrario, aliviárnoslo. Hemos de recorrerlo en la sencillez divina.

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LECCIÓN DE HUMILDAD Y AMOR

“Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas.”
(Sal 126,1).

Nuestro Padre nos recuerda el fundamento de nuestra vida. En la lengua alemana tenemos un refrán que refleja lo que expresa este verso del salmo: “De la gracia de Dios todo depende”.

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“EL QUE PERMANECE EN LA DOCTRINA…”

“El que permanece en la doctrina posee al Padre y al Hijo” (2Jn 1,9).

Nuestro Padre Celestial nos ha mostrado un camino seguro para permanecer en comunión con Él. La Sagrada Escritura nos insiste una y otra vez que nos mantengamos en la doctrina que nos ha sido revelada. San Pablo incluso afirma que, aun si un ángel bajara del cielo y nos anunciara un evangelio distinto al que hemos recibido,  “sea anatema” (Gal 1,8). Ninguna falsa doctrina debe encontrar cabida en nosotros, para que la comunión con nuestro Padre pueda desplegarse en la plenitud de la verdad.

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“SI ALGUNO AMA AL MUNDO…”

 “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1Jn 2,15).

Como nos dice el Evangelio, “nadie puede servir a dos señores” (Mt 6,24). Nuestro corazón ha de pertenecer indivisamente al Padre Celestial, y entonces aprenderemos a amar al mundo con el amor del Padre: “Tantó amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito” (Jn 3,16).

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AGRADECER AL PADRE CON ALEGRÍA

Cuando empezamos a dar gracias de corazón a nuestro Padre, nos adentramos cada vez más profundamente en la realidad de nuestra existencia. Vamos descubriendo más y más cuánto nos ha dado. Todo lo que a menudo damos por sentado, se nos convierte desde esta perspectiva en un motivo para agradecer incesante y alegremente al Padre, y nos permite crecer en la consciencia de su amor por nosotros.

En la Carta a los Colosenses, San Pablo exhorta a dar gracias con alegría: “Dad con alegría gracias al Padre, que os hizo capaces de participar en la luminosa herencia de los santos” (Col 1,11b-12).

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LA LONGANIMIDAD DEL PADRE

“El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad” (Sal 144,8).

Una de las maravillosas cualidades de nuestro Padre es su longanimidad. Él nos espera con paciencia. Una y otra vez les ofrece a los hombres la posibilidad de convertirse y lucha hasta el último momento para salvarlos.

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EL TEMOR DEL SEÑOR

„Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor“ (Sal 33,12) -nos dice el salmista, y el Libro de los Proverbios recalca: “Inicio de la sabiduría es el temor del Señor“ (Prov 9,10).

Conocemos el temor de Dios como uno de los siete dones del Espíritu Santo. Éste nos enseña una gran delicadeza en nuestro trato con Dios, que luego repercutirá también en el trato con el prójimo.

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“CONTEMPLADLO Y QUEDARÉIS RADIANTES” 

 “Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará”  (Sal 33,6).

Cuando intentamos elevar siempre nuestra mirada al Padre, toda nuestra vida queda iluminada y transfigurada por su luz. La vida se vuelve transparente, porque, cuando vivimos conscientemente bajo la mirada de nuestro Padre, nada impuro puede resistir. San Benito instaba a sus monjes a vivir siempre en la consciencia de la presencia de Dios.

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