“A ÉL SOLO LE PERTENEZCO”

“Yo vengo de Dios, Mi Padre; a Él vuelvo; a Él solo le pertenezco” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Detengámonos hoy en la última parte de esta frase del Mensaje del Padre: “A Él solo le pertenezco.”

El Padre nos ha dado esta certeza, y nosotros hemos de repetirla una y otra vez:“Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño” (Sal 99,3).

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DE CAMINO A CASA

“Yo vengo de Dios, Mi Padre; a Él vuelvo; a Él solo le pertenezco” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Con qué sencillez el Padre nos revela nuestra identidad más profunda, haciéndonos descubrir al mismo tiempo el sentido de nuestra existencia, que consiste en conocer, honrar y amar a éste nuestro Padre.

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EL TIEMPO ES ORO

“El tiempo es oro. Aprovéchalo a plenitud” (Palabra interior).

Nuestro Padre Celestial nos ha encomendado el breve tiempo de nuestra vida terrena para que lo empleemos alabándolo y sirviéndole como verdaderos hijos. Aunque “nuestros años se acaban como un suspiro” (Sal 89,9), son tiempo suficiente para atesorar tesoros imperecederos en el cielo (Mt 6,20). El grado de cercanía que tengamos con nuestro Padre en la eternidad dependerá también de qué tanto respondamos a su amor y trabajemos en su Reino durante esta vida.

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APÓSTOLES DEL AMOR DE DIOS 

Si escuchamos al Señor y seguimos su llamado, Él nos hace partícipes de su plan de salvación. Las Sagradas Escrituras nos relatan cómo Jesús envía a sus apóstoles para que lleven el mensaje de la salvación a todas partes: “Seréis mis testigos (…) hasta los confines de la tierra.” (Hch 1,8b)

En el Mensaje a la Madre Eugenia, Dios Padre nos dice:

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DIOS SIEMPRE AMA

“Si supieras cuánto te amo, estarías siempre alegre” (Palabra interior).

Si interiorizamos una afirmación tal, nuestro Padre podrá atravesar todas las tinieblas que pueden difundirse en nuestra alma. Así, todos los “no” en nosotros podrán desvanecerse a través de su amoroso “sí”.

La gran promesa del Corazón de Dios y la seguridad de su amor es más fuerte que todo lo demás, y nos hace entender las palabras de San Pablo: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos” (Fil 4,4).

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LA PUREZA DEL AMOR DEL PADRE

En ninguna parte podremos experimentar tal pureza del amor como en el encuentro con Dios. Nosotros, los hombres, estamos necesitados del amor y no podemos vivir sin él. Esto no es una deficiencia; sino que hace parte de la naturaleza con que Dios, en su sabiduría, nos creó. Así, somos receptivos al amor y, a su vez, se lo damos a otras personas, sirviéndoles de esta manera.

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