LA CORAZA DE LA JUSTICIA

“Revestíos con la coraza de la justicia” (Ef 6,14b).

Esta afirmación nos da a entender que la justicia protege a la persona. Justicia significa dar a cada cual lo que le corresponde, estar atentos a los casos en que la dignidad de la persona se ve amenazada por la injusticia y, en la medida de nuestras posibilidades, garantizar sus derechos. Esto se aplica al ámbito personal, pero también a la sociedad en general.

leer más

LOS HIJOS DE DIOS

“¿Acaso entonces este amor que me ofreceríais [como hijos] no se convertiría, bajo mi impulso, en un amor activo, que se extendería al resto de la humanidad, que aún no conoce esta comunidad de los cristianos ni mucho menos a Aquél que los creó y que es su Padre?” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

leer más

DIOS NOS AMÓ PRIMERO

“Nosotros amamos, porque Él nos amó primero” (1Jn 4,19).

Debemos tener en claro que el amor a Dios no se define en primera instancia por los sentimientos. Éstos suelen ser muy efímeros y pueden cambiar de un momento al otro. También sucede con frecuencia que sentimos que nuestro corazón está frío y, por tanto, tememos que no estamos amando suficientemente a nuestro Padre.

Aquí entra en juego nuestra voluntad: queremos amar a Dios. La carta de San Juan nos da la razón más convincente: Porque Él nos amó primero.”

Se trata, pues, de corresponder a nuestro Padre, cuyo amor por nosotros precede a nuestro amor por Él. Una joven me lo expresó de forma muy hermosa. Me dijo: “Yo quiero amar al Señor tanto como Él merece”.

Podríamos encontrar un sinnúmero de razones por las que debemos amar al Señor, razones por las que Él merece ser amado. Pero, a fin de cuentas, volveremos siempre al punto de partido: Porque Él nos amó primero.” Esta es la mayor razón para amarle, buscarle y servirle con toda nuestra voluntad.

También es una respuesta sencilla para cuando las personas nos pregunten por qué amamos a Dios. Es posible que, a partir de ahí, se interesen por saber más, de modo que podamos entablar una fructífera conversación.

Y este amor a nuestro Padre Celestial también debe extenderse a nuestros hermanos, como nos dice San Juan más adelante en su carta:

“Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, que ame también a su hermano” (1Jn 4,21).