Nuestro Padre nos llama a volver a casa…
La conversión significa abrirse al amor y a la bondad de Dios, alejarse de los caminos equivocados o inútiles, volverse de corazón al Señor.
Nuestro Padre nos llama a volver a casa…
La conversión significa abrirse al amor y a la bondad de Dios, alejarse de los caminos equivocados o inútiles, volverse de corazón al Señor.
“Confiádselo todo a mi Madre” (Palabra interior).
Al considerar los regalos más grandes que el Padre Celestial nos ha concedido a los hombres, nuestra mirada se posa en la Virgen María, la Madre de su Hijo divino.
“Mándala [la sabiduría] de tus santos cielos y de tu trono de gloria envíala, para que me asista en mis trabajos y venga yo a saber lo que te es grato” (Sab 9,10).
Día a día deberíamos hacer nuestra esta oración de Salomón, para poder reconocer mejor lo que agrada a Dios.
“Ellos [los santos ángeles] serán tus más fieles amigos y te asistirán en todo” (Palabra interior).
Nuestro Padre no sólo nos acompaña Él mismo y habita en nosotros, sino que además envía a sus santos ángeles para que tengamos comunión con ellos. Él quiere que sean nuestros acompañantes y que estén unidos a nosotros en su amor. Hemos de tener una verdadera amistad con ellos y deleitarnos en estos poderosos ayudantes.
“Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo? ‘Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino los pensamientos’” (Jer 17,9-10).
Ayer reflexionábamos sobre el corazón que, tras haber sido puesto a prueba, ha demostrado su fidelidad a Dios, como fue el caso del Profeta Jeremías. Hoy, en cambio, se nos recuerda el deplorable estado de nuestro corazón, del que también el Señor nos advierte en el Evangelio (cf. Mt 15,19). Para que un corazón resista la prueba, necesita atravesar primero una purificación, porque a menudo ni siquiera está consciente de su maldad.
“Tú, Señor, me conoces y me ves; has comprobado que mi corazón está contigo” (Jer 12,3).
¡Dichoso el hombre que pueda unirse a las palabras de Jeremías! Muchas adversidades precedieron a esta declaración del profeta, pues Dios había puesto a prueba su fidelidad y, a través de muchas luchas, Jeremías supo resistir.
“El mundo debe conocer que amo al Padre y que obro tal y como me ordenó” (Jn 14,31).
En estas palabras, el Señor expresa el gran amor de su Corazón: es su Padre Celestial.
Quizá solemos tener más presente el amor de Jesús por nosotros, los hombres, y con justa razón decimos que nunca podremos agradecerle lo suficiente por lo que ha hecho por nuestra salvación. Sin embargo, si queremos comprender mejor el Corazón de nuestro Salvador, debemos asimilar profundamente estas palabras del Evangelio de San Juan: “El mundo debe conocer que amo al Padre y que obro tal y como me ordenó.” Esto es lo que le mueve y lo que quiere que entendamos: Su amor por el Padre Celestial.
“‘Aquí estoy -como está escrito en mi libro- para hacer tu voluntad’. Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas.” (Sal 39,8-9).
La fuente de la verdadera alegría consiste en estar unidos a la Voluntad de nuestro Padre y recibir así el mismo alimento que llenaba al Hijo de Dios: Hacer la Voluntad del Padre (Jn 4,34).
“Yo soy tu futuro” (Palabra interior).
¡Cuánto nos gustaría a veces echar una mirada a nuestro futuro! No pocas personas se ven tentadas a intentarlo de diversas maneras y acaban en prácticas cuestionables.
En Dios, en cambio, no es difícil ver el futuro, porque Él mismo es nuestro futuro. Esto basta, porque lo dice todo.
“El Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su Nombre es santo” (Lc 1,49).
¡Cuánto se complace nuestro Padre Celestial en la Virgen María, que acogió plenamente su llamado y se convirtió así en Madre de su Hijo! ¿Podríamos imaginar una elección de Dios más digna que la Virgen de Nazaret, que estaba preparada para dar su consentimiento a la enorme gracia que el Señor le mostraba y a cooperar con su “fiat” en el plan de la salvación?