“ENSÉÑANOS A CALCULAR NUESTROS AÑOS”

“Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato” (Sal 89,12).

Una oración sencilla, pero de gran alcance… Todos estamos de camino y tendremos que atravesar la muerte como último puente hacia la eternidad. Nadie conoce la hora en que le llegará. Pero para las personas de fe, este “último enemigo a ser vencido” (1Cor 15,26) va perdiendo su espanto en la medida en que conocemos el amor del Padre y comprendemos que, habiendo atravesado la muerte, retornaremos a nuestro hogar, donde Jesús nos ha preparado las moradas (Jn 14,2-3).

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“ME SIENTO TRANQUILO”

“Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla; si me declaran la guerra, me siento tranquilo” (Sal 26,3).

Esta actitud de tranquilidad es distinta a un optimismo meramente humano. Éste último radica en la naturaleza del hombre; mientras que la tranquilidad de la que aquí se habla resulta de haber depositado toda la confianza  en el Señor, que a su debido tiempo pone fin a las guerras y protege a los suyos.

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TODO LO ENCONTRAMOS EN EL SEÑOR

“Todo lo encontrarás en mí, aun en medio de la mayor oscuridad” (Palabra interior).

Incluso en las tinieblas más densas que puedan cernirse sobre nuestra vida, nuestro Padre sigue estando presente. Puede que entonces no seamos capaces de sentirlo, pero Él está ahí. Simplemente tenemos que aferrarnos a esta certeza con un “acto desnudo de fe”.

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“¿QUIÉN INVOCÓ AL SEÑOR Y FUE DESATENDIDO?”

“¿Quién invocó al Señor y fue desatendido?” (Sir 2,10b).

Nuevamente podemos responder con toda certeza: ¡Nadie!

Sería impensable que Dios simplemente nos desatendiera. Él conoce incluso nuestros pensamientos. “Nada se puede esconder ante ti, en tu ciencia amorosa envuelves todo y a todos” (Himno del Oficio a Dios Padre).

Escuchemos lo que nos dice el Padre en el Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio:

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“¿QUIÉN CONFIÓ EN EL SEÑOR Y QUEDÓ DEFRAUDADO?”

“¿Quién confió en el Señor y quedó defraudado?” (Sir 2,10).

¡Nadie! Podemos decirlo con firme convicción.

Si surgen decepciones, el problema está de nuestra parte, porque no comprendemos la Voluntad de Dios y tal vez teníamos expectativas que no se cumplieron como hubiéramos deseado. La confianza plena en Dios significa aferrarse a la certeza de que, pase lo que pase, “en todas las cosas interviene Dios para nuestro bien” (Rom 8,28), aun si no lo entendemos y la situación permanece a oscuras para nosotros.

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EL PAJARILLO EN MI VENTANA

“Mirad las aves del cielo: no siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿Es que no valéis vosotros mucho más que ellas?” (Mt 6,26).

Seguimos hoy con el tema de la amorosa Providencia de nuestro Padre Celestial. Él quiere que vivamos verdaderamente despreocupados. ¿No es fácil comprenderlo, si consideramos que somos sus hijos? ¿Acaso no es natural que Él, siendo nuestro bondadoso Padre, se haga cargo de proveernos con todo lo que necesitamos para nuestro bien temporal y eterno? Incluso nosotros, los hombres, cuidamos de aquellos que nos han sido confiados.

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SOSTENIDOS POR EL AMOR

“Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde,
que comáis el pan de vuestros sudores: ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!”
(Sal 126,2).

Al igual que en la meditación de ayer, el Padre nos permite, por medio de este verso del salmo, echar un vistazo en su corazón, que se ocupa siempre de nosotros. Dios no quiere dificultarnos el camino de nuestra vida; sino, al contrario, aliviárnoslo. Hemos de recorrerlo en la sencillez divina.

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LECCIÓN DE HUMILDAD Y AMOR

“Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas.”
(Sal 126,1).

Nuestro Padre nos recuerda el fundamento de nuestra vida. En la lengua alemana tenemos un refrán que refleja lo que expresa este verso del salmo: “De la gracia de Dios todo depende”.

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“EL QUE PERMANECE EN LA DOCTRINA…”

“El que permanece en la doctrina posee al Padre y al Hijo” (2Jn 1,9).

Nuestro Padre Celestial nos ha mostrado un camino seguro para permanecer en comunión con Él. La Sagrada Escritura nos insiste una y otra vez que nos mantengamos en la doctrina que nos ha sido revelada. San Pablo incluso afirma que, aun si un ángel bajara del cielo y nos anunciara un evangelio distinto al que hemos recibido,  “sea anatema” (Gal 1,8). Ninguna falsa doctrina debe encontrar cabida en nosotros, para que la comunión con nuestro Padre pueda desplegarse en la plenitud de la verdad.

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