“ISRAEL NO QUISO OBEDECER”

“Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado,
para que anduviesen según sus antojos”
(Sal 80,12-13).

Estos versos del salmo describen la consecuencia de no escuchar la voz de nuestro Padre. Dios nos hace ver que con nuestra voluntad nos negamos a obedecerle: “Israel no QUISO obedecer”.

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“OJALÁ ME ESCUCHASES, ISRAEL”


“Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti; ¡ojalá me escuchases Israel!” (Sal 80,9).

Conocemos un poco el gran sufrimiento que resulta cuando no escuchamos la voz del Señor, cuando no prestamos atención a sus advertencias y directrices, cuando nos desviamos de sus mandamientos… Cuando esto sucede, el hombre se aleja de la guía del Señor e incluso puede caer bajo el dominio de influencias hostiles a Dios. Así, la vida puede convertirse en un desastre.

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“OS HABLO A TODOS”

En el Mensaje a la Madre Eugenia, el Padre Celestial nos dice: “Vosotros no me veis; a excepción de una sola persona: aquella a la que dicto este mensaje. ¡Una sola en toda la humanidad! Sin embargo, aquí estoy, hablándoos, y, a través de aquella a quien veo y a quien hablo, os veo a todos, os hablo a todos y a cada uno de vosotros, y os amo como si estuvierais viéndome” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

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“EXPONGO ANTE ÉL MI ANGUSTIA”

“Desahogo ante El mis afanes, expongo ante Él mi angustia” (Sal 141,2).

Podemos e incluso debemos hablar abiertamente con nuestro Padre sobre todo lo que nos angustia; plantearle las preguntas que llevamos en nuestro corazón, especialmente aquellas para las cuales no hemos hallado respuesta y cuya respuesta quizá incluso tememos en cierto modo. Conocemos muchos versos de los salmos en los que el salmista expresa lo más profundo de sus angustias. No es capaz de superarlas por sí mismo y así se dirige al Padre Celestial.

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“¿QUIÉN SE DA CUENTA DE SUS YERROS?”

“¿Quién se da cuenta de sus yerros? De las faltas ocultas límpiame” (Sal 19,13).

La preocupación de nuestro Padre Celestial por nuestra salvación eterna no sólo abarca el ámbito del pecado y las malas actitudes de las que estamos conscientes y por cuya superación podemos trabajar; sino que incluye también todas aquellas esferas de las que no estamos conscientes y que, no obstante, surten efecto en nuestro interior.

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PERMANECER EN LA DOCTRINA

“Quien permanece en la doctrina, ése posee al Padre y al Hijo” (2Jn 1,9b).

Nuestro Padre nos ha encomendado un gran tesoro, que la Iglesia ha custodiado fielmente: la doctrina de Cristo. Ésta proporciona a nuestro entendimiento la luz sobrenatural, para que no nos extraviemos y caigamos así en los lazos que el Maligno nos tiende. El error en materia de fe empaña nuestra relación con Dios, porque es una “falsa luz”, un fuego fatuo que penetra en nuestra alma, ocupando el lugar del verdadero conocimiento de Dios. Así, la falsa doctrina afecta también a nuestra capacidad de amar, porque obstaculiza un conocimiento más profundo de Dios, que, a su vez, despertaría cada vez más nuestro amor por Él.

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MIRAD CONMIGO AL PADRE

“Mirad conmigo al Padre y todo lo conseguiréis, sea lo que sea” (Palabra interior).

Al mirar con Jesús al Padre, todo lo que sucede se transforma y se convierte en una entrega constante a nuestro Padre Celestial. Nada de lo que Jesús dijo e hizo fue jamás contrario a la Voluntad de Dios. Antes bien, el Hijo de Dios conduce de regreso al Padre a toda la humanidad necesitada de redención.

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LA VICTORIA SOBRE EL MUNDO 

“Todo el que ha nacido de Dios, vence al mundo” (1Jn 5,4a).

Es una ilusión creer que nosotros, como cristianos, podemos vivir como se vive en el mundo. Es una ilusión si los pastores de la jerarquía eclesiástica piensan que habría que adaptarse más al mundo para poder ganar a las personas de este tiempo. Es una ilusión colocar a la fe cristiana a un mismo nivel con las otras religiones, o incluso querer crear una entidad religiosa ecuménica, en la que tengan cabida todas las personas independientemente de su credo, y pretender que ésta sea mayor que la Iglesia Católica.

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