EL HIJO REVELA AL PADRE

Seguimos meditando detalladamente el capítulo 17 de San Juan, que es expresión eminente de la profunda relación entre el Padre y el Hijo. Alzando los ojos al cielo, Jesús dijo a su Padre:

“He manifestado tu Nombre a los hombres que del mundo me diste. Eran tuyos y me los diste, y han guardado tu palabra” (Jn 17,6).

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LA GLORIA DE JESÚS

“Glorifícame tú, Padre, junto a ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera” (Jn 17,4).

Para Jesús ha llegado la hora de volver al Padre. Ha cumplido su misión y ha dejado a los suyos todo lo que necesitan para avanzar hacia la eternidad y llegar a la morada eterna que Él les prepara en la Casa de su Padre (cf. Jn 14,2-3).

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HONRAR AL PADRE

Dios anhela que nosotros, los hombres, lo amemos y que este amor se exprese también en un culto y una veneración especial.

Podemos imaginar cómo es cuando nosotros mismos estamos llenos de amor y queremos compartir este amor con las personas… Y si a nosotros, que somos tan imperfectos, nos urge transmitir este amor a los demás, ¡cuánto más a nuestro Padre, que es la fuente misma del amor! En efecto, el culto y la veneración que Dios Padre pide, tienen como profundo objetivo que nuestros corazones se dirijan a Él y que descubramos y correspondamos al verdadero sentido de nuestra existencia.

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EL TESORO DE DIOS EN NOSOTROS

Dios nos creó a partir de la nada. Su única motivación fue su amor por nosotros. Por ello, creó al hombre a su imagen y semejanza (Gen 1,27) y lo revistió de una gran dignidad.

Así nos lo transmite el Padre en el Mensaje a la Madre Eugenia:

“Cuando Yo creo a una persona de la nada, del polvo, del elemento de la tierra, le concedo algo muy grande; algo que procede de mí: el espíritu, el alma. Así, cuando la persona llega a este mundo, es ya muy grande, pues porta en sí misma aquel tesoro de la belleza que procede de Dios, su Padre, y que hace que esta alma sea divina.”[1]

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LA VERDADERA LIBERTAD

“Si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres” (Jn 8,36).

Sólo Dios puede darnos la verdadera libertad, pues ésta consiste en vivir en su Voluntad, correspondiendo así al amoroso plan con que Él nos creó. Muchas veces las personas creen que la libertad consiste en hacer lo que a uno le plazca, y así caen en muchas dependencias. Pero no, la verdadera libertad consiste en hacer lo correcto, vivir en la verdad y adherirse a ella de todo corazón. Esto es lo que Dios, en su amor, nos ofrece, al mismo tiempo que nos da la gracia para ponerlo en práctica.

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LA SENCILLEZ

El Padre ama la sencillez. En el evangelio escuchamos cómo Jesús se regocija en ello: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien” (Lc 10,21).

Sencillez no significa falta de inteligencia; sino simpleza de corazón.

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TODO COOPERA PARA EL BIEN DE LOS QUE AMAN A DIOS

“A aquellos que aman a Dios, Él todo lo convierte en bien. Incluso sus extravíos y errores Dios los revierte en bien para ellos” (San Agustín de Hipona).

Probablemente en ningún otro momento nos encontramos con más fuerza con la amorosa Omnipotencia de nuestro Padre que en el perdón de nuestros pecados. Él se dirige a nosotros, los hombres, con su gran misericordia, para llamarnos a la conversión, para llamarnos de regreso a casa… La hora de la gracia está en vigencia; las puertas del Corazón de Dios están abiertas de par en par.

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EL CAPITÁN 

Un niño estaba a la orilla de un gran lago y con sus brazos hacía señas para llamar a un barco que ya se encontraba en pleno curso. Se le acercó un hombre y le dijo: “¡No seas tonto! ¿Crees que el barco cambiará de rumbo sólo porque lo estás llamando?” Pero, efectivamente, el barco giró hacia la orilla, atracó y subió al niño a bordo. Mientras éste subía, le dijo al hombre: “¡No, señor, no soy tonto! El capitán es mi papá.”

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