«La única razón para temer entregarle la propia vida a Dios es cuando uno cree que tiene un plan mejor» (Esther Maria Magnis).
«La única razón para temer entregarle la propia vida a Dios es cuando uno cree que tiene un plan mejor» (Esther Maria Magnis).
«Todos han de reconocer mi infinita bondad; una bondad que se dirige a todos, pero especialmente a los pecadores, a los enfermos, a los moribundos y a todos los que sufren» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Aquí radica el origen de la caridad cristiana, que se apiada del sufrimiento humano, y la razón por la que, desde sus inicios hasta hoy, la Iglesia se preocupa especialmente por los necesitados. La compasión de nuestro Padre Celestial ha contagiado a los cristianos y ha despertado en ellos el espíritu de la caridad, de manera que la suave clemencia de Dios se refleja en las obras de misericordia que practican. La caridad cristiana va mucho más allá de una mera compasión humana y trasciende con creces la preocupación por los más cercanos.
«La obra de esta Tercera Persona de mi divinidad se realiza sin bullicio, y a menudo el hombre no la percibe» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio). leer más
«La Cruz es mi camino para descender hacia mis hijos, porque fue por medio de ella que os redimí a través de mi Hijo. Para vosotros, la Cruz es el camino para ascender hacia mi Hijo, y desde mi Hijo hasta mí. Sin ella nunca podríais llegar, porque con el pecado el hombre ha atraído sobre sí mismo el castigo de la separación de Dios» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).
«El Señor no solo nos concedió el fruto del vientre de la mujer, el Redentor, que venció a la muerte con su muerte. También nos concedió a la misma mujer, la siempre Virgen y Madre de Dios, María, como constante intercesora ante su Hijo, nuestro Dios. Ella ha aplastado y sigue aplastando la cabeza de la serpiente en cada generación y es una protectora invencible e insuperable para los pecadores más desesperados. Por eso a la Madre de Dios también se la llama ‘herida incurable para los demonios’, pues el diablo no puede llevar a la condenación a ninguna persona a menos que deje de refugiarse en la ayuda de la Madre de Dios» (San Serafín de Sarov).
«El tiempo para dar pruebas de nuestro amor es breve, y solo tenemos una vida» (San Maximiliano María Kolbe).
Tienes razón, querido Maximiliano Kolbe. El tiempo apremia y, a menudo, somos perezosos y lentos a la hora de hacer el bien. Esto se debe a que aún no amamos lo suficiente a nuestro Padre celestial y no alcanzamos a comprender la increíble oportunidad que tenemos de ser luz en medio de la oscuridad, honrando así a Dios y sirviendo a los hombres. En efecto, cada día es un regalo para dar pruebas de nuestro amor.
«Dentro de poco sabremos con exactitud cómo será el paraíso. Seguramente dentro de cien años ninguno de nosotros caminará ya sobre esta tierra (…). Dentro de poco, pues, siempre que nos preparemos bien, bajo la protección de la Inmaculada.» (San Maximiliano María Kolbe).
«Observad los mandamientos del Señor. No hay nada más noble y excelso que servir a Dios» (San Lorenzo Justiniano).
Estas palabras fueron pronunciadas por San Lorenzo Justiniano, patriarca de Venecia, cuya fiesta celebramos hoy según el calendario tradicional. Este fue su último discurso antes de morir. Luego murió diciendo: «Vengo a ti, oh Jesús».
«¿No tenemos todos nosotros un mismo Padre? ¿No nos ha creado el mismo Dios?» (Mal 2,10).
En estas palabras, amado Padre, vislumbramos la unidad entre todos los hombres, tal y como Tú la dispusiste. Todos hemos sido creados a tu imagen y semejanza, y todos estamos llamados a estar contigo en la eternidad. Sin embargo, esto solo puede suceder si vivimos conforme al orden que Tú has establecido. Puesto que nos has creado con libre albedrío, podemos fallar en nuestra meta si abusamos de la libertad que nos has otorgado.
«Cuanto más leamos el Evangelio, más fuertes seremos» (San Pío X).
Asimilar las palabras del Señor, interiorizarlas y ponerlas en práctica es la brújula segura en nuestro camino en pos de Cristo, siempre y cuando lo hagamos en consonancia con el auténtico Magisterio de la Iglesia. Se trata de la Palabra de Dios, no de reflexiones humanas. Es capaz de iluminarnos y fortalecernos, como dicen las mismas Escrituras: