LA PRIMACÍA DE LA VERDAD

“Si la verdad constituye un escándalo, que se produzca el escándalo y se diga la verdad” (San Ambrosio).

Nunca se puede sacrificar el bien supremo de la verdad en aras de una falsa unidad. De hecho, sería solo una aparente unidad que no podría perdurar. Sería como pretender vivir en comunión y en paz con nuestro Padre y, al mismo tiempo, despreciar sus mandamientos y no esforzarnos por cumplirlos. Esto se puede aplicar a muchos ámbitos y siempre llegaríamos a la misma conclusión: la verdad es un bien tan alto que debemos someternos a ella. Dios mismo es la verdad y nunca puede actuar sin ella.

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DIOS NOS ESPERA EN NUESTRO CORAZÓN

“Dios está siempre en nosotros; somos nosotros quienes rara vez estamos en casa” (Maestro Eckhart).

¡Con qué insistencia los místicos nos exhortan a buscar la vida interior, es decir, la vida de Dios en nuestra propia alma! Es allí donde la Santísima Trinidad ha establecido su morada. Nuestro Padre está siempre presto a entablar el diálogo más íntimo con nosotros. Pero, como dice el Maestro Eckhart, rara vez estamos en casa, es decir, nuestros pensamientos y aspiraciones a menudo están centrados en lo exterior y, por tanto, nos dejamos llevar fácilmente por la inquietud de este mundo.

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UN AMOR INCOMPARABLE

“¿Quién nos ama más que el Padre Celestial? ¡Nadie!” (Palabra interior).

Nosotros, los hombres, dependemos fundamentalmente del amor. Fue él quien nos llamó a la existencia, es nuestra vida y nos perfecciona. Por eso siempre estamos en busca del amor. Una vida sin amor es difícil, casi insoportable y acaba marchitándose.

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GLORIFICAR UNÁNIMEMENTE A NUESTRO PADRE

“Que el Dios de la paciencia y de la consolación os dé un mismo sentir entre vosotros según Cristo Jesús, para que unánimemente, con una sola voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Rom 15,5-6).

He aquí la fuente más profunda de verdadera unidad entre nosotros, los seres humanos. Jesús conduce a los suyos a esta unanimidad cuando aceptan la gran oferta de amor del Padre, creen en su Hijo y le siguen. Esto glorifica a nuestro Padre y nos introduce en nuestra verdadera destinación, porque a esto hemos sido llamados. ¡Esta es nuestra verdadera alegría y mayor felicidad!

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IMITAR LA ACTITUD DEL SEÑOR

“Una persona no debe dar demasiada importancia a las faltas de nadie si quiere que Dios pase por alto sus propias faltas con misericordia” (Juan Taulero).

Ciertamente, nos damos cuenta de las faltas de los demás y, si está dentro de nuestras posibilidades, sería bueno ayudarles a superarlas con nuestro ejemplo y consejo. Sin embargo, nada tiene que ver con esta actitud la tendencia a hablar extensa y detalladamente de las faltas ajenas, a divulgarlas y a señalarlas una y otra vez. De esta manera, es como si uno mantuviera a la otra persona prisionera de su error y difícilmente podrá uno mismo escapar del peligro de la soberbia.

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LA VERDADERA CONTRICIÓN

“Una verdadera contrición es una segunda inocencia” (Juan Taulero).

Podemos entender bien esta frase si pensamos, por ejemplo, en el arrepentimiento de Pedro, que lloró amargamente tras haber reconocido que negó al Señor, por quien había declarado estar dispuesto a dar la vida (Lc 22,55-62). Lo que Jesús le había predicho habrá ardido en su corazón y, cuando cobró conciencia de su negación, este recuerdo y el dolor lo habrán llevado a una profunda conversión, porque amaba al Señor.

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LA IRA DE DIOS

“Incluso cuando los hombres experimenten mi ‘ira’, han de saber que los amo y los llamo a la conversión” (Palabra interior).

El concepto de la «ira de Dios» puede infundir miedo a las personas. Sin embargo, debemos aprender a entenderla correctamente desde la perspectiva del amor de nuestro Padre. Debido a nuestra libertad, nuestro Padre permite que hagamos el mal. Por tanto, somos capaces de abusar de nuestra libertad y, en cierta forma, emplearla en contra de Dios. Si no fuera así, seríamos como criaturas irracionales, sin capacidad de elección y siguiendo instintivamente las leyes preestablecidas de la naturaleza.

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VIGILANCIA, VALENTÍA Y RECOGIMIENTO

“Vigilancia, pero sin miedo; valentía, pero sin temeridad; recogimiento, pero activo” (Palabra interior).

He aquí un consejo sobre cómo podemos vivir de forma fructífera nuestro seguimiento de Cristo. La vigilancia forma parte de nuestro equipamiento básico como cristianos. No se trata solo de identificar y rechazar los insidiosos ataques del diablo, sino de estar atentos a toda nuestra forma de vivir, conforme a la exhortación del Apóstol San Pablo:  “Mirad atentamente cómo vivís; que no sea como imprudentes, sino como prudentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos” (Ef 5,15-16).

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LA DIVINA PROVIDENCIA TODO LO GOBIERNA

“La divina Providencia todo lo gobierna, y lo que nosotros consideramos un mal es un remedio” (San Jerónimo).

Estas palabras suponen un desafío espiritual y deberían infundirnos una fe más profunda. Por razones comprensibles, todos nos resistimos a los males que puedan sobrevenirnos, y es correcto que lo hagamos, pues no se puede tolerar el mal sin más. Sin embargo, puesto que nuestro Padre Celestial integra incluso los males en su plan de salvación, Él se valdrá de ellos para el bien de los suyos. Aquí hay que hacer una distinción tan sutil como esencial: Dios nunca puede querer activamente un mal, pero puede permitirlo y convertirlo así en una medicina que nos sane y fortalezca.

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