“Si la verdad constituye un escándalo, que se produzca el escándalo y se diga la verdad” (San Ambrosio).
Nunca se puede sacrificar el bien supremo de la verdad en aras de una falsa unidad. De hecho, sería solo una aparente unidad que no podría perdurar. Sería como pretender vivir en comunión y en paz con nuestro Padre y, al mismo tiempo, despreciar sus mandamientos y no esforzarnos por cumplirlos. Esto se puede aplicar a muchos ámbitos y siempre llegaríamos a la misma conclusión: la verdad es un bien tan alto que debemos someternos a ella. Dios mismo es la verdad y nunca puede actuar sin ella.
