LÍBRANOS DEL MAL

“…y líbranos del mal” (Mt 6,13).

Este es el clamor constante y suplicante que el alma afligida dirige a Dios Padre: que la libre del mal que hay en ella misma, del mal que la rodea y de todas las fuerzas destructoras del mal. Nunca debemos acostumbrarnos a la malicia, a todas las perversidades y absurdos que encontramos en la tierra y en el mundo humano. ¡Dios nunca quiso nada de esto! Nuestro Padre nunca tuvo en mente abandonar a sus criaturas al mal, sino que proyectó para ellas una vida distinta. Sin embargo, puesto que dotó a sus criaturas de la libertad que correspondía a su dignidad, éstas pudieron abusar de ella y volverse contra Dios, pervirtiendo así el sentido de su existencia.

¡Líbranos del mal, amado Padre!

Para ello enviaste a tu Hijo al mundo, que vino para destruir las obras del diablo (1Jn 3,8). Él, el sin pecado, no solo nos dio ejemplo de cómo debemos vivir, sino que nos comunicó la gracia para sustraernos a la seducción del mal. Cuando dejamos entrar su Espíritu en nuestro corazón, Él lo transforma para que sea dócil al impulso de la gracia y no se deje llevar por los múltiples engaños que se le presentan. Quiere convertirnos en pacificadores en medio de un mundo discorde.

¡Líbranos del mal, amado Padre!

Siempre podemos acudir a ti después de haber caído en las trampas del Maligno. Tu amor es más fuerte que todo lo demás. Tu amor puede limpiarnos y levantarnos. Puede impulsarnos a servir al Reino de Dios aun en medio de este «valle de lágrimas».

¡Líbranos del mal, amado Padre!

Queremos que las tinieblas sean ahuyentadas y que se expanda tu Reino de amor: no más guerras, no más injusticia, no más perversión, no más errores. Anhelamos la comunión con los santos ángeles y con todos aquellos que te pertenecen, en la medida de lo posible ya en esta vida terrenal y, luego, sin más perturbaciones, en la eternidad.

NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN

“No nos dejes caer en la tentación” (Mt 6,13).

Todos sabemos que nuestro Padre no permite que nos sobrevengan tentaciones que superen nuestra capacidad. Antes bien, nos ayuda a combatirlas y a crecer en esta lucha: “Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de poder resistirla con éxito” (1Cor 10,13).

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TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS

“…como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12).

Sabemos bien cuán importante es para nuestro Padre que, habiendo experimentado su misericordia una y otra vez, también nosotros seamos misericordiosos con los demás. De hecho, una de las peores actitudes es cuando las personas no quieren perdonar. Cierran su corazón y, con su acusación, siguen ejerciendo un cierto poder sobre aquellos que, en su opinión, han hecho cosas imperdonables.

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PERDONA NUESTRAS OFENSAS

 

“Perdona nuestras ofensas” (Mt 6,12).

El gran acto de amor de Dios consiste en perdonarnos nuestras culpas en virtud del sacrificio de su Hijo. ¿Quién podría resistir si no fuera por este amor, siendo así que todos hemos contraído deudas, no sólo por nuestras malas obras, sino también por nuestras omisiones?

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NUESTRO PAN DE CADA DÍA

“Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt 6,10).

Jesús nos invita a incluir con naturalidad en nuestra oración las necesidades de nuestra vida cotidiana. Nuestro alimento diario también procede de nuestro Padre celestial, aunque tengamos que trabajar con el sudor de nuestra frente para conseguirlo (cf. Gen 3,17b). En última instancia, nuestras capacidades y el éxito de nuestro trabajo dependen de la gracia de Dios.

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HÁGASE TU VOLUNTAD

“Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10).

Cumplir la santa voluntad del Padre era el alimento de nuestro Señor Jesucristo (Jn 4,34). Con estas palabras, Jesús expresa la alegría y la naturalidad con la que cumplía la voluntad del que lo había enviado. ¡Esa era su vida!

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VENGA TU REINO (II)

“Venga a nosotros tu Reino” (Mt 6,10).

El Reino de nuestro Padre está lleno de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo (cf. Rom 14,17). Ya aquí, en nuestra vida terrenal, pueden hacerse realidad estas aspiraciones, porque, como decimos en el Padre Nuestro, el Reino de Dios ha de venir a la tierra como es en el cielo.

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VENGA TU REINO

“Venga a nosotros tu Reino” (Mt 6,10).

¿La edificación del Reino de Dios aquí en la tierra es solo un hermoso sueño o un piadoso deseo? ¿Es una promesa cuyo cumplimiento está pendiente o es un mero recuerdo del Paraíso perdido?

Jesús nos enseñó a orar así, y esta petición se eleva desde todos los rincones del mundo. Por tanto, no puede ser una mera ilusión, sino una súplica a Dios para que su Reino, que ya existe en el cielo, se haga realidad también en la tierra.

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SANTIFICADO SEA TU NOMBRE

“Santificado sea tu nombre” (Mt 6,9).

El Nombre de nuestro Padre debe ser santificado por los hombres en la Tierra, así como sucede sin duda en el cielo, donde los ángeles y los santos adoran a nuestro Padre con reverencia y amor, como describe el Libro del Apocalipsis: “Y todos los ángeles estaban de pie alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro seres vivos, y cayeron sobre sus rostros ante el trono y adoraron a Dios, diciendo: ‘Amén. La bendición, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, el honor, el poder y la fortaleza pertenecen a nuestro Dios por los siglos de los siglos’” (Ap 7,11-12).

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PADRE NUESTRO

“Padre nuestro, que estás en el cielo” (Mt 6,9).

La sugerencia de un hermano y la costumbre de arrodillarse durante la oración del Padrenuestro en la Liturgia de las Horas del Tiempo Cuaresmal me han impulsado a hacer una serie de meditaciones sobre esta oración, deteniéndome en cada una de sus afirmaciones y situándolas en contexto con el Mensaje de Dios Padre a sor Eugenia.

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