“Dios permite que surjan todo tipo de dificultades para los que se proponen servirle, pero, mientras se confíen a Él, nunca permite que sucumban bajo la carga” (San Francisco de Sales).
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CREER EN EL AMOR DE DIOS
“Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto” (Sal 129,4).
LA TRAMPA SE ROMPIÓ Y ESCAPAMOS
“Hemos salvado la vida como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió, y escapamos.
Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.” (Sal 124,7)
EL ARDIENTE DESEO DEL CORAZÓN DE JESÚS
“Si los hombres pudieran penetrar en el Corazón de Jesús, con todos sus deseos y su gloria, verían que su más ardiente deseo consiste en glorificar al Padre, a Aquél que lo envió” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Muchos de nosotros llevaremos un buen tiempo conociendo y siguiendo al Señor Jesús. Una vez que nos hemos encontrado realmente con Él, jamás querremos abandonarlo. Ya hemos conocido demasiado su amor, saboreado la verdad y recibido su bondad. Quien conoce de verdad al Señor, no querrá otra cosa que lo que Él quiere.
DICHOSA DEPENDENCIA
“Vengo de Dios, mi Padre, y a Él vuelvo, pues sólo a Él le pertenezco” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
ARDOR DIEZ VECES MAYOR
“Ya que entonces decidisteis alejaros de Dios, convertíos y buscadle ahora con ardor diez veces mayor” (Bar 4,28).
EL ADORNO DE LA SANTIDAD
“Postraos ante el Señor en la hermosura de la santidad, tiemble en su presencia la tierra toda” (Sal 95,9).
LA PACIENCIA DEL SEÑOR
“Como gota de agua del mar, como grano de arena, tan pocos son sus años frente a la eternidad. Por eso el Señor es paciente con ellos, y derrama sobre ellos su misericordia” (Sir 18,10-11).
A TI NO TE ALCANZARÁ
“Caerán a tu izquierda mil, diez mil a tu derecha; a ti no te alcanzará” (Sal 90,7).
LAS INSTRUCCIONES DEL SEÑOR
“Dichoso el hombre a quien tú educas, al que enseñas tu ley” (Sal 93,12).
Si hemos entablado una amistad con nuestro Padre, no nos faltarán las instrucciones de su parte, pues nuestro amigo divino es al mismo tiempo nuestro guía en el camino de la salvación. De un amigo humano no podríamos esperar esto del mismo modo, y tal vez ni siquiera sería apropiado. De nuestro Padre Celestial, en cambio, recibimos con seguridad esa gracia.