CON SU FUERZA ME ATREVERÉ UNA Y OTRA VEZ

«Es mejor estar a solas con Dios. Su amistad no me defraudará, ni su consejo, ni su amor. Con su fuerza me atreveré y me seguiré atreviendo una y otra vez, hasta que muera» (Santa Juana de Arco).

Estas palabras fueron pronunciadas por Santa Juana de Arco, a quien el Señor encomendó la gran misión de llevar a la coronación al rey legítimo de Francia y expulsar a las tropas de ocupación inglesas de su patria. Todo lo hizo con la mirada puesta en el Padre, y solo Dios fue su consuelo en la etapa más difícil de su vida, cuando, siendo aún muy joven, fue apresada por sus enemigos, que posteriormente se encargaron de que fuera condenada a la hoguera.

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TU PADRE VE EN LO SECRETO

«Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,6).

El Señor pronuncia estas palabras en relación con su recomendación de orar y dar limosna en lo secreto.

Nuestro Padre se complace en que hagamos el bien en lo escondido, sin buscar llamar la atención de los demás. Ciertamente, existen obras que deben realizarse públicamente para que Dios sea alabado y reconocido en ellas (cf. Mt 5,16). Pero el Señor no se refiere a éstas, sino a aquellas que alcanzan su mayor fecundidad cuando se realizan en lo escondido para Dios. leer más

EL AMOR NOS APREMIA

«Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20).

Esta es la respuesta de los apóstoles cuando las autoridades religiosas de la época pretendían prohibirles que siguieran anunciando al Señor Resucitado. Pero, ¿cómo podían callar?

¿Cómo podríamos nosotros callar si hemos sido tocados por el amor del Señor y por la verdad? Es el Espíritu Santo mismo quien nos apremia, pues el amor de nuestro Padre quiere llegar a todos los hombres. Nuestro Padre quiere calmar su sed, saciar su hambre y despertar su amor. ¿Y nosotros? Podemos convertirnos en instrumentos de su bondad, apóstoles de su amor paternal. De este modo, nosotros, que hemos sido destinatarios de su amor, nos convertimos en dadores del mismo, pues también de nosotros han de manar ríos de agua viva (Jn 7,38).

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EL TRÁNSITO HACIA NUESTRO PADRE

«Para el justo no hay muerte, sino tránsito» (San Atanasio).

¡Qué hermoso sería si día a día comprendiéramos mejor esta realidad! En efecto, es así: si hemos centrado nuestra vida en nuestro Padre Celestial y le servimos con sinceridad, la muerte será el retorno a la casa de nuestro Padre, que nos espera. Y cada día que transcurre en nuestra vida terrenal nos acerca más a la eternidad.

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LA CONFIANZA DE DIOS EN NOSOTROS

«No hay mejor medida del amor que la confianza» (Maestro Eckhart).

Cuanto más confiamos en Dios, más le amamos. Podemos entender bien esta medida y recurrir a ella para examinar el estado de nuestro amor. Lo mismo se puede decir a la inversa: cuanto menos confiamos, menos ha triunfado el amor en nosotros. Si incluso hubiera desconfianza en nuestro corazón, sería señal de que éste está cerrado y nuestra relación con el Padre Celestial se ha oscurecido.

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EL REGALO DE NUESTRO PADRE CELESTIAL

«¡Elevaos todos a esta dignidad de hijos de Dios!» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).

La dignidad que el Padre nos otorga no la alcanzamos por nuestros propios esfuerzos. Es sencillamente un regalo de su bondad. En otro pasaje del Mensaje a Sor Eugenia, el Padre nos dice: “Fue Él [Jesús] quien vino a trazaros el camino a la perfección. A través de Él os adopté en mi amor infinito como verdaderos hijos, y, desde entonces, ya no os llamo por el simple nombre de ‘criaturas’; sino que os llamo ‘hijos’.”

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AMISTAD EN LA VERDAD

«No puede haber amistad entre personas con una visión moral opuesta» (San Ambrosio).

La verdadera amistad se basa en valores comunes, y éstos deben ser acordes a la verdad. De lo contrario, sería una especie de camaradería. La amistad se destruye cuando uno de los amigos abandona el fundamento común. Esto es especialmente importante en el caso de los valores morales. En una amistad, uno se fortalece y apoya mutuamente en la visión común de la verdad y comparte los mismos principios, por lo que no puede subsistir tal relación si las convicciones morales divergen. ¡Esta es una deuda con la verdad!

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LA PRIMACÍA DE LA VERDAD

“Si la verdad constituye un escándalo, que se produzca el escándalo y se diga la verdad” (San Ambrosio).

Nunca se puede sacrificar el bien supremo de la verdad en aras de una falsa unidad. De hecho, sería solo una aparente unidad que no podría perdurar. Sería como pretender vivir en comunión y en paz con nuestro Padre y, al mismo tiempo, despreciar sus mandamientos y no esforzarnos por cumplirlos. Esto se puede aplicar a muchos ámbitos y siempre llegaríamos a la misma conclusión: la verdad es un bien tan alto que debemos someternos a ella. Dios mismo es la verdad y nunca puede actuar sin ella.

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DIOS NOS ESPERA EN NUESTRO CORAZÓN

“Dios está siempre en nosotros; somos nosotros quienes rara vez estamos en casa” (Maestro Eckhart).

¡Con qué insistencia los místicos nos exhortan a buscar la vida interior, es decir, la vida de Dios en nuestra propia alma! Es allí donde la Santísima Trinidad ha establecido su morada. Nuestro Padre está siempre presto a entablar el diálogo más íntimo con nosotros. Pero, como dice el Maestro Eckhart, rara vez estamos en casa, es decir, nuestros pensamientos y aspiraciones a menudo están centrados en lo exterior y, por tanto, nos dejamos llevar fácilmente por la inquietud de este mundo.

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UN AMOR INCOMPARABLE

“¿Quién nos ama más que el Padre Celestial? ¡Nadie!” (Palabra interior).

Nosotros, los hombres, dependemos fundamentalmente del amor. Fue él quien nos llamó a la existencia, es nuestra vida y nos perfecciona. Por eso siempre estamos en busca del amor. Una vida sin amor es difícil, casi insoportable y acaba marchitándose.

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