IMPLORAR EL AMOR A DIOS

“¡Oh, Señor! Si tan sólo pudiera trazarte en mi corazón, grabarte en lo más íntimo de mi corazón y de mi alma con letras doradas, para que nunca te borraras” (Beato Enrique Suso).

¿Cómo podría nuestro Padre desoír una súplica tan ardiente que nace de lo más profundo del corazón? ¿Cómo podría negarle este deseo? Es imposible, porque estas palabras tan profundas y tan santas no pueden sino brotar del Espíritu Santo que inhabita en el corazón. Una vez que las haya pronunciado, el Padre se apresurará a cumplir su deseo.

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BAJO LA MIRADA DEL PADRE

“Tu vida está totalmente en mis manos, y yo decido qué y cuándo sucede” (Palabra interior).

Quien se haya entregado a nuestro Padre y haya correspondido así a su amor, puede apelar con gran confianza a estas palabras. Éstas le acompañarán en todas las situaciones críticas de la vida y le darán la fuerza no sólo para superarlas, sino para reconocer en ellas la providencia y el cuidado de nuestro Padre.

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ENTREGARSE AL PADRE SIN RESERVAS

“Dame, Señor, lo que me pides y pídeme luego lo que quieras” (San Agustín).

Con la mirada puesta en nuestro Padre Celestial, podemos pronunciar confiadamente esta oración, que nos mueve a entregarnos completamente al Señor y a no negarle nada. A menudo todavía vacilamos a la hora de confiarnos sin reservas a nuestro Padre y nos aferramos al fundamento aparentemente sólido de nuestras inclinaciones naturales. Tal vez incluso puede haber un cierto temor de que nuestro Padre pudiese pedirnos algo que no estaríamos dispuestos a darle.

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