HONRAR AL PADRE

Dios anhela que nosotros, los hombres, lo amemos y que este amor se exprese también en un culto y una veneración especial.

Podemos imaginar cómo es cuando nosotros mismos estamos llenos de amor y queremos compartir este amor con las personas… Y si a nosotros, que somos tan imperfectos, nos urge transmitir este amor a los demás, ¡cuánto más a nuestro Padre, que es la fuente misma del amor! En efecto, el culto y la veneración que Dios Padre pide, tienen como profundo objetivo que nuestros corazones se dirijan a Él y que descubramos y correspondamos al verdadero sentido de nuestra existencia.

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EL TESORO DE DIOS EN NOSOTROS

Dios nos creó a partir de la nada. Su única motivación fue su amor por nosotros. Por ello, creó al hombre a su imagen y semejanza (Gen 1,27) y lo revistió de una gran dignidad.

Así nos lo transmite el Padre en el Mensaje a la Madre Eugenia:

“Cuando Yo creo a una persona de la nada, del polvo, del elemento de la tierra, le concedo algo muy grande; algo que procede de mí: el espíritu, el alma. Así, cuando la persona llega a este mundo, es ya muy grande, pues porta en sí misma aquel tesoro de la belleza que procede de Dios, su Padre, y que hace que esta alma sea divina.”[1]

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EL ESPÍRITU SANTO

A través de la Cruz, también Dios Padre desciende hasta nosotros, y en la Eucaristía el Señor nos concede verdadera vida (cf. Jn 6,35). En los sagrarios de las iglesias Él establece su trono, esperando que acojamos su cercana presencia y sus gracias.

Pero también a través del Espíritu Santo el Padre quiere morar en nuestra alma, como nos da a entender en el Mensaje a la Madre Eugenia:

“La obra de esta Tercera Persona de mi Divinidad se realiza sin bullicio, y a menudo el hombre no lo percibe. Pero para Mí es una manera muy apropiada de permanecer, no solo en el Tabernáculo, sino también en el alma de todos aquellos que están en estado de gracia, para establecer allí Mi trono y morar siempre ahí, como un verdadero Padre que ama, protege y asiste a su hijo.”

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LA EUCARISTÍA 

¡Cuánto se ha preocupado nuestro Padre por nosotros, al abrirnos los caminos de la salvación! Sus tesoros son siempre accesibles para nosotros. Desgraciadamente, a menudo pasamos de largo sin aprovecharlos, y demasiadas veces el Señor permanece solo en el Sagrario, sin visita. Sin embargo, Él espera anhelante que vengamos y le permitamos así colmarnos de bendiciones. ¡Qué inmenso valor tiene la Santa Misa, que actualiza el sacrificio del infinito amor de Jesús en la Cruz! “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal 34,9).

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LA CRUZ ES MI CAMINO HACIA VOSOTROS

El amor de Dios resplandece incomparablemente en la Cruz: el amor del Padre, que envío a su Hijo para redimirnos; el amor del Hijo a su Padre y a nosotros, los hombres; el amor del Espíritu Santo, quien nos revela más profundamente este acontecimiento de amor y lo actualiza en nosotros.

“¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” –exclama San Pablo (Gal 6,14).

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LA DEBILIDAD DE MIS HIJOS

En su compasión, nuestro Padre abarca toda nuestra realidad. Como Creador nos ha concedido una maravillosa existencia como seres humanos, que debemos vivir plenamente en su gracia. Él siempre nos invita a recibirlo todo de su mano, para que podamos llevar una vida que corresponda a nuestra vocación. Nuestro Padre ha pensado en nosotros desde toda la eternidad, y cuando llegó el momento de llamarnos a la existencia pronunció por amor su “hágase” creador. Si estuviésemos más conscientes de ello, moraría siempre en nuestro corazón aquella paz que Dios da.

Sin embargo, el Padre también se apiada de nuestras debilidades. Él conoce bien nuestros límites e imperfecciones, las cargas que tenemos que llevar, nuestras malas inclinaciones y pecados.

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PAZ EN DIOS

“Nos hiciste para Ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Las Confesiones, i, 1, 1).

San Agustín, el incansable buscador de Dios, nos dejó estas maravillosas palabras. Con lo que sea que pretendamos llenar nuestro corazón, éste nunca hallará la verdadera paz ni la verdadera felicidad mientras no se abra al amor de Dios. ¡Sólo para este amor fue creado!

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APÓSTOLES DEL AMOR DE DIOS

Si escuchamos al Señor y seguimos su llamado, Él nos hace partícipes de su plan de salvación. Las Sagradas Escrituras nos relatan cómo Jesús envía a sus apóstoles para que lleven el mensaje de la salvación a todas partes: “Seréis mis testigos (…) hasta los confines de la tierra.” (Hch 1,8b)

En el Mensaje a la Madre Eugenia, Dios Padre nos dice:

“Puesto que Yo deseo, sobre todo, darme a conocer a todos vosotros, para que todos podáis gozar de Mi bondad y ternura ya aquí en la Tierra, convertíos en apóstoles de aquellos que no me conocen todavía, y Yo bendeciré vuestros trabajos y esfuerzos, preparándoos una gran gloria cerca de Mí en la eternidad.”

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LA DEBILIDAD DE MIS HIJOS 

En su compasión, nuestro Padre abarca toda nuestra realidad. Como Creador nos ha concedido una maravillosa existencia como seres humanos, que debemos vivir plenamente en su gracia. Él siempre nos invita a recibirlo todo de su mano, para que podamos llevar una vida que corresponda a nuestra vocación. Nuestro Padre ha pensado en nosotros desde toda la eternidad, y cuando llegó el momento de llamarnos a la existencia pronunció por amor su “hágase” creador. Si estuviésemos más conscientes de ello, moraría siempre en nuestro corazón aquella paz que Dios da.

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LA VERDADERA PAZ

El gran anhelo de paz que habita en el corazón de tantas personas puede hacerse realidad si recurren a la verdadera fuente de la paz. Primero es necesario estar en paz con Dios, viviendo conforme a su Voluntad. Esto nos lo ofrece en su Hijo, por quien “quiso reconciliar consigo todos los seres, restableciendo la paz, por medio de su sangre derramada en la Cruz” (Col 1,20). A sus discípulos les dice: “Mi paz os doy” (Jn 14,27).

Las fuentes de la paz nos son familiares y siempre accesibles. Pero la paz no sólo debe entrar en el corazón de algunas personas; sino que todos los hombres han de recibirla.

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