VÍA CRUCIS – III Estación: “Jesús cae por primera vez bajo la cruz”



  1. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)
  2. Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).

¡El camino del Señor es inimaginablemente difícil! No era solo el sufrimiento físico lo que le atormentaba, sino sobre todo el peso del pecado que Él cargó a la cruz por nosotros, los hombres. Si un solo pecado nos pesa inmensamente hasta habérselo presentado al Señor y haber recibido su perdón, ¡cuánto más las incontables culpas de toda la humanidad!

“Fue herido por nuestras faltas, molido por nuestras culpas. Soportó el castigo que nos regenera, y fuimos curados con sus heridas” (Is 53,5).

Solo en la eternidad seremos capaces de ver y reconocer, llenos de gratitud, la inmensidad del sufrimiento de Jesús, y nunca nos cansaremos de alabarle.

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LÍBRANOS DEL MAL

“…y líbranos del mal” (Mt 6,13).

Este es el clamor constante y suplicante que el alma afligida dirige a Dios Padre: que la libre del mal que hay en ella misma, del mal que la rodea y de todas las fuerzas destructoras del mal. Nunca debemos acostumbrarnos a la malicia, a todas las perversidades y absurdos que encontramos en la tierra y en el mundo humano. ¡Dios nunca quiso nada de esto! Nuestro Padre nunca tuvo en mente abandonar a sus criaturas al mal, sino que proyectó para ellas una vida distinta. Sin embargo, puesto que dotó a sus criaturas de la libertad que correspondía a su dignidad, éstas pudieron abusar de ella y volverse contra Dios, pervirtiendo así el sentido de su existencia.

¡Líbranos del mal, amado Padre!

Para ello enviaste a tu Hijo al mundo, que vino para destruir las obras del diablo (1Jn 3,8). Él, el sin pecado, no solo nos dio ejemplo de cómo debemos vivir, sino que nos comunicó la gracia para sustraernos a la seducción del mal. Cuando dejamos entrar su Espíritu en nuestro corazón, Él lo transforma para que sea dócil al impulso de la gracia y no se deje llevar por los múltiples engaños que se le presentan. Quiere convertirnos en pacificadores en medio de un mundo discorde.

¡Líbranos del mal, amado Padre!

Siempre podemos acudir a ti después de haber caído en las trampas del Maligno. Tu amor es más fuerte que todo lo demás. Tu amor puede limpiarnos y levantarnos. Puede impulsarnos a servir al Reino de Dios aun en medio de este «valle de lágrimas».

¡Líbranos del mal, amado Padre!

Queremos que las tinieblas sean ahuyentadas y que se expanda tu Reino de amor: no más guerras, no más injusticia, no más perversión, no más errores. Anhelamos la comunión con los santos ángeles y con todos aquellos que te pertenecen, en la medida de lo posible ya en esta vida terrenal y, luego, sin más perturbaciones, en la eternidad.

NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN

“No nos dejes caer en la tentación” (Mt 6,13).

Todos sabemos que nuestro Padre no permite que nos sobrevengan tentaciones que superen nuestra capacidad. Antes bien, nos ayuda a combatirlas y a crecer en esta lucha: “Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de poder resistirla con éxito” (1Cor 10,13).

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 VÍA CRUCIS – II Estación: “Jesús carga la cruz”


  1. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)
  2. Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).

En la época romana, se castigaba a los criminales con la crucifixión. Era una muerte de deshonra y vergüenza. Los condenados morían por asfixia.

Jesús no sólo es condenado a la crucifixión; sino que tiene que cargar con su propia cruz. Quieren convertirlo en un espectáculo para la gente.

Jesús carga con la cruz, pero no porque sus verdugos lo obliguen. La recibe de las manos del Padre. Así, se la arrebata a la malicia y a la intención de aniquilarlo y borrar su memoria. ¡Sucede todo lo contrario! La cruz se convierte en el signo de la victoria sobre los poderes de las tinieblas; de la victoria del amor sobre el odio.

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TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS

“…como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12).

Sabemos bien cuán importante es para nuestro Padre que, habiendo experimentado su misericordia una y otra vez, también nosotros seamos misericordiosos con los demás. De hecho, una de las peores actitudes es cuando las personas no quieren perdonar. Cierran su corazón y, con su acusación, siguen ejerciendo un cierto poder sobre aquellos que, en su opinión, han hecho cosas imperdonables.

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VÍA CRUCIS – I Estación: “Jesús es condenado a muerte”



  1. Adoramus te Christe et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)
  2. Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).

Jesús, el inocente, se encuentra frente a Pilato. Un juez terrenal, el representante de Roma, ha de juzgar al Hijo de Dios.

Los jefes de su propio pueblo son sus acusadores. Aquellos que debían guiar al pueblo escogido y prepararlo para la venida del Mesías, no le reconocieron porque no conocían al Padre (Jn 8,19). Jesús se lo había dicho claramente.

La acusación más grave contra Jesús es la de haber blasfemado contra Dios. Él, que nos dio a conocer al Padre, Él, que reposa en su seno, Él, que cumplió su voluntad en todo y fue acreditado por incontables signos y milagros, es acusado de esta terrible transgresión. No le reconocieron porque no conocían al Padre.

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PERDONA NUESTRAS OFENSAS

 

“Perdona nuestras ofensas” (Mt 6,12).

El gran acto de amor de Dios consiste en perdonarnos nuestras culpas en virtud del sacrificio de su Hijo. ¿Quién podría resistir si no fuera por este amor, siendo así que todos hemos contraído deudas, no sólo por nuestras malas obras, sino también por nuestras omisiones?

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EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 19,31-42): “La sepultura y el descenso a los infiernos”  

Jn 19,31-42

Como era la Pascua, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, los judíos rogaron a Pilato que les rompieran las piernas y los retirasen. Vinieron los soldados y rompieron las piernas al primero y al otro que había sido crucificado con él. Pero cuando llegaron a Jesús, al verle ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado con la lanza. Y al instante brotó sangre y agua. 

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NUESTRO PAN DE CADA DÍA

“Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt 6,10).

Jesús nos invita a incluir con naturalidad en nuestra oración las necesidades de nuestra vida cotidiana. Nuestro alimento diario también procede de nuestro Padre celestial, aunque tengamos que trabajar con el sudor de nuestra frente para conseguirlo (cf. Gen 3,17b). En última instancia, nuestras capacidades y el éxito de nuestro trabajo dependen de la gracia de Dios.

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EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 19,16-30): “Todo está consumado”  

Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Y se llevaron a Jesús. Y, cargando con la cruz, salió hacia el lugar que se llama la Calavera, en hebreo Gólgota. Allí le crucificaron con otros dos, uno a cada lado de Jesús. Pilato mandó escribir el título y lo hizo poner sobre la cruz. Estaba escrito: “Jesús Nazareno, el Rey de los judíos”. Muchos de los judíos leyeron este título, pues el lugar donde Jesús fue crucificado se hallaba cerca de la ciudad. Y estaba escrito en hebreo, en latín y en griego. Los príncipes de los sacerdotes de los judíos decían a Pilato: “No escribas: ‘El Rey de los judíos’, sino que él dijo: ‘Yo soy Rey de los judíos’.” “Lo que he escrito, escrito está” -contestó Pilato. Los soldados, después de crucificar a Jesús, recogieron sus ropas e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y además la túnica. La túnica no tenía costuras, estaba toda ella tejida de arriba abajo.

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