VÍA CRUCIS – VII Estación: “Jesús cae por segunda vez bajo la cruz”



V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)

R. Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).

Nuevamente vemos lo difícil que es el camino. Cuántas penurias carga sobre sí el Señor: el peso físico, el peso espiritual, todo lo que sucede a su alrededor, la crueldad de tantos… Pero lo que más le pesa es la carga del pecado, que trae consigo la separación de Dios, y que ahora Jesús asume en su propia carne por nuestra causa, privándose de la gloria del Padre.

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LEER EN UN LIBRO DISTINTO






«Escucha atentamente el Corazón de Dios. Eso es más importante que leer muchas cosas» (Palabra interior).

Nunca se pierde tiempo al escuchar atentamente al Corazón de nuestro Padre. En cambio, perdemos mucho tiempo cuando no aprovechamos su invitación y dejamos pasar esos momentos. A menudo estamos tan inmersos en nuestras tareas y tan habituados a ellas, que ni siquiera percibimos realmente los valiosos momentos de silencio en nuestra vida. Sin embargo, son precisamente esos momentos los que más nos marcan y nos convierten en personas interiores.

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 VÍA CRUCIS – VI Estación: “Verónica enjuga el rostro de Jesús”


V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)

R. Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).

En Verónica, Jesús encuentra un alma bondadosa, un alma que se compadece de Él. Ella no se burla de Él, no le da la espalda ni le es indiferente. Le muestra su corazón con ese gesto de amor y compasión al ofrecerle un pañuelo. Jesús comprende el gesto e imprime su faz en el paño. Deja marcada una profunda huella de su ser en aquella alma piadosa.

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UN DULCE DOLOR



«Oh, mi buen Señor, si tan sólo mi alma pudiera llamarse tu amada»(Beato Enrique Suso).

Esta exclamación procede de un místico inflamado de amor, el beato Enrique Suso, que experimentó el fuego del Espíritu Santo en su encuentro interior con el Señor, despertando así al amor a Dios. Hay un despertar tan profundo al amor de Dios que el alma ansía la unificación con el Amado y anhela con creciente intensidad el encuentro con Él. Sufre un «dulce dolor». Por un lado, es dulce, puesto que llena el alma con la dicha del incomparable amor de Dios; por otro lado, representa un dolor, ya que suscita en ella un hambre de amor cada vez mayor, que no puede saciarse plenamente en esta vida y que solo se consuela con la perspectiva de la eternidad.

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 VÍA CRUCIS – V Estación: “Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la Cruz”



V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)

R. Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).

Si el Señor acababa de ser consolado por el encuentro con su Madre, que lo amaba con todo su corazón, experimenta ahora la ayuda forzada de Simón. Las Escrituras no nos revelan lo que pudo sentir el Cireneo al encontrarse de repente tan estrechamente unido al destino del Señor. ¿Será que simplemente cumplió su obligación para después retomar su camino? ¿O acaso el Señor pudo tocar su corazón, de manera que algo sucedió en su interior? ¿Era antes un mero espectador de los acontecimientos en torno a Jesús de Nazaret o ya tenía su corazón abierto hacia el Señor? ¡No lo sabemos!

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LA VERDAD HABITA EN EL INTERIOR DEL HOMBRE

“No salgas fuera; vuelve en ti: en el interior del hombre habita la verdad” (San Agustín).

¡Cuántas veces buscamos fuera, en el mundo, en los acontecimientos, en los medios de comunicación, en los encuentros y en otras personas aquello que en realidad solo podemos encontrar en nuestro interior! A menudo olvidamos que, si vivimos en estado de gracia, la mismísima Trinidad ha puesto su morada en nuestra alma y ha erigido en ella su templo de verdad. A este templo interior podemos retirarnos en todo momento y dialogar íntimamente con Dios en nuestro interior.

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VÍA CRUCIS – IV Estación: “Jesús se encuentra con su Madre”


V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)

R. Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).

Un encuentro de gran profundidad… La Madre ve a su Hijo sufriente.

Ella había dicho «sí» a la voluntad del Padre y comprendía que su Hijo era el Redentor del mundo. Ahora le ve recorriendo este camino de humillación para enaltecernos a nosotros, los hombres, tal como el anciano Simeón le había predicho:

“Éste está destinado para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción – ¡a ti misma una espada te atravesará el alma!” (Lc 2,34-35).

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LA MIRADA A DIOS PADRE

“Desde la cruz de este mundo, que causa tanto sufrimiento, elevad conmigo la mirada al Padre” (Palabra interior).

El inconmensurable sufrimiento que soportó en la Cruz del Calvario nos trajo la Redención. Jesús lo hizo todo con la mirada puesta en el Padre, para cumplir su Voluntad. Como sugiere san Pablo, también nosotros estamos llamados a participar en el sufrimiento de este mundo: “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24).

Si elevamos la mirada al Padre, todo saldrá bien, sea lo que fuere. Para nosotros, que seguimos al Señor, siempre traerá consigo sufrimiento. Pero este sufrimiento se vuelve fecundo para el Reino de Dios, como sucedió con el Apóstol de los Gentiles. No es un sufrimiento que nos devore o nos lleve a la desesperación. Más bien, si lo sobrellevamos en el Señor y mirando a nuestro Padre, nos ennoblecerá y nos llevará a grandes profundidades. Si somos capaces de cargar la cruz con dignidad y serenidad, se convertirá en un gran tesoro. Pensemos en aquellos que aceptaron su cruz con esta actitud y contribuyeron así a completar «lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su Cuerpo».

Cuando atravesemos tales sufrimientos, siempre podremos refugiarnos en el Señor y en nuestro Padre y unirnos profundamente a ellos.

Esta meditación está estrechamente relacionada con un acontecimiento que tuvo lugar hace dos años, el 7 de abril de 2023, en una de nuestras casas en Alemania: aquel Viernes Santo, a las 9 de la mañana, se formó el Rostro de Jesús sobre el velo que cubría el crucifijo. Hasta el día de hoy este Rostro permanece visible.

Quienes quieran conocer más sobre este signo, al que llamamos «la mirada de Jesús al Padre Celestial», pueden acceder al enlace que figura en el texto: https://cloud.harpadei.com/s/RostrodeCristo

VÍA CRUCIS – III Estación: “Jesús cae por primera vez bajo la cruz”



  1. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)
  2. Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).

¡El camino del Señor es inimaginablemente difícil! No era solo el sufrimiento físico lo que le atormentaba, sino sobre todo el peso del pecado que Él cargó a la cruz por nosotros, los hombres. Si un solo pecado nos pesa inmensamente hasta habérselo presentado al Señor y haber recibido su perdón, ¡cuánto más las incontables culpas de toda la humanidad!

“Fue herido por nuestras faltas, molido por nuestras culpas. Soportó el castigo que nos regenera, y fuimos curados con sus heridas” (Is 53,5).

Solo en la eternidad seremos capaces de ver y reconocer, llenos de gratitud, la inmensidad del sufrimiento de Jesús, y nunca nos cansaremos de alabarle.

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LÍBRANOS DEL MAL

“…y líbranos del mal” (Mt 6,13).

Este es el clamor constante y suplicante que el alma afligida dirige a Dios Padre: que la libre del mal que hay en ella misma, del mal que la rodea y de todas las fuerzas destructoras del mal. Nunca debemos acostumbrarnos a la malicia, a todas las perversidades y absurdos que encontramos en la tierra y en el mundo humano. ¡Dios nunca quiso nada de esto! Nuestro Padre nunca tuvo en mente abandonar a sus criaturas al mal, sino que proyectó para ellas una vida distinta. Sin embargo, puesto que dotó a sus criaturas de la libertad que correspondía a su dignidad, éstas pudieron abusar de ella y volverse contra Dios, pervirtiendo así el sentido de su existencia.

¡Líbranos del mal, amado Padre!

Para ello enviaste a tu Hijo al mundo, que vino para destruir las obras del diablo (1Jn 3,8). Él, el sin pecado, no solo nos dio ejemplo de cómo debemos vivir, sino que nos comunicó la gracia para sustraernos a la seducción del mal. Cuando dejamos entrar su Espíritu en nuestro corazón, Él lo transforma para que sea dócil al impulso de la gracia y no se deje llevar por los múltiples engaños que se le presentan. Quiere convertirnos en pacificadores en medio de un mundo discorde.

¡Líbranos del mal, amado Padre!

Siempre podemos acudir a ti después de haber caído en las trampas del Maligno. Tu amor es más fuerte que todo lo demás. Tu amor puede limpiarnos y levantarnos. Puede impulsarnos a servir al Reino de Dios aun en medio de este «valle de lágrimas».

¡Líbranos del mal, amado Padre!

Queremos que las tinieblas sean ahuyentadas y que se expanda tu Reino de amor: no más guerras, no más injusticia, no más perversión, no más errores. Anhelamos la comunión con los santos ángeles y con todos aquellos que te pertenecen, en la medida de lo posible ya en esta vida terrenal y, luego, sin más perturbaciones, en la eternidad.