Sal 90, 1-2.10-11.12-13.14-15
Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: “Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti.”
Sal 90, 1-2.10-11.12-13.14-15
Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: “Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti.”
Is 58,9b-14
Así habla el Señor: “Si no apartas de ti todo yugo; si no delatas y no acusas en falso, si partes tu pan con el hambriento, si sacias el hambre del indigente, resplandecerá en las tinieblas tu luz, y lo oscuro de ti será como el mediodía. Te guiará Yahvé de continuo, saciará tu hambre en las sequedades, dará vigor a tu cuerpo y serás como huerto regado, como manantial de aguas cuyo cauce nunca falla.
Is 58,1-9a
Clama sin tregua, bien fuerte; levanta tu voz como trompeta y denuncia a mi pueblo su rebeldía, a la casa de Jacob sus pecados. A mí me consultan día a día, les agrada conocer mis propósitos, como gente que practica la justicia, que no abandona el mandato de su Dios. Me consultan sobre normas de justicia, la vecindad de su Dios les agrada.
Mira, yo pongo hoy delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Si escuchas los mandamientos de Yahvé tu Dios que yo te mando hoy, amando a Yahvé tu Dios, siguiendo sus directrices y guardando sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás y te multiplicarás; Yahvé tu Dios te bendecirá en la tierra en la que vas a entrar para tomarla en posesión. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar y te postras ante otros dioses y les das culto, yo os declaro hoy que pereceréis sin remedio y que no viviréis muchos días en el suelo que vais a tomar en posesión al pasar el Jordán.
Jl 2,12-18
“Mas ahora -oráculo de Yahvé- volved a mí de todo corazón, con ayuno, con llantos y con duelo.” Desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos; volved a Yahvé, vuestro Dios, porque él es clemente y compasivo, lento a la cólera, rico en amor, y se retracta de las amenazas. ¡Quién sabe si volverá y se compadecerá, y dejará a su paso bendición, ofrenda y libación para Yahvé, vuestro Dios! ¡Tocad la trompeta en Sión, promulgad un ayuno santo, convocad la asamblea, congregad al pueblo, purificad la comunidad, reunid a los ancianos, congregad a los pequeños y a los niños de pecho!
Estando ya en vísperas de la Cuaresma, quisiera tocar un último tema en este “ciclo de espiritualidad”. Se trata de un tema que, si bien no es central, tampoco es insignificante para el camino espiritual. A lo largo de estas semanas, habíamos visto cómo Dios quiere conducirnos paso a paso hacia un seguimiento de Cristo cada vez más intenso. En primera instancia, dependemos de Su gracia, aunque nuestra cooperación consciente tiene también un rol fundamental.
Aun si ponemos toda nuestra voluntad para llevar a cabo la purificación activa, no seremos capaces de refrenar y vencer todo aquello que nos impide corresponder plenamente al amor del Señor. Hay actitudes y apegos que están demasiado arraigados, y a menudo ni siquiera estamos conscientes de ellos… Por eso el Señor viene a nuestro auxilio mediante otro proceso, que va más allá de lo que podría llevarnos el esfuerzo en la purificación activa: Se trata de la así llamada “purificación pasiva”.
En la clásica tradición mística, el camino de seguimiento suele describirse en tres “vías”: la vía purgativa (purificación), la vía iluminativa (iluminación) y la vía unitiva (unificación).
El tercer enemigo que puede alejarnos enormemente del camino del Señor es el mundo. Si el mundo no está impregnado por el espíritu cristiano; es decir, si no ha sido transformado y fermentado por la levadura de la que nos habla el evangelio (cf. Mt 13,33), entonces su orientación es hostil a Dios, y será, por tanto, una amenaza para nuestra vida espiritual. Lo difícil en relación a este enemigo es que se percibe muy poco su constante influencia; mientras que podemos identificar con más claridad los ataques del Diablo o las tentaciones que proceden de nuestra carne.
Como fieles, estamos llamados a edificar nuestra vida sobre Dios, y no en el frágil fundamento de nuestra naturaleza humana. Nuestra seguridad, aquella que podrá resistir en todas las tormentas de la vida, está cimentada en su amor, en su Palabra, en su deseo de salvarnos. A través de la confianza y de la fe, ponemos nuestra seguridad en Dios, y así vivimos sobre una base sólida.