La ceguera de los pastores

Mt 23,13-22

En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis, pero además impedís el paso a los que están entrando. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, lo hacéis hijo de la condenación el doble que vosotros!

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La hora de la decisión

Jos 24,1-2a.15-17.18b

Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquén, llamó a los ancianos de Israel, a sus jefes, jueces y escribas, que se situaron en presencia de Dios. Josué dijo a todo el pueblo: “Si no os parece bien servir a Yahvé, elegid hoy a quién habéis de servir, o a los dioses a quienes servían vuestros antepasados más allá del Río o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis ahora. Yo y los míos serviremos a Yahvé.”

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Una lección de humildad

Mt 23,1-12

En aquel tiempo, Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos, diciéndoles: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan, pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas.

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Los mandamientos más importantes

Mt 22,34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al enterarse de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en grupo. Entonces uno de ellos le preguntó, con ánimo de ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la ley?” Él le dijo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas.”

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Preparar el Retorno del Señor

Mt 22,1-14

En aquel tiempo, tomó Jesús de nuevo la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió a sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero éstos no quisieron venir. Volvió a enviar otros siervos, con este encargo: ‘Mirad, mi banquete está preparado. Ya han sido matados mis novillos y animales cebados, y todo está a punto. Venid a la boda.’

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Dios es nuestra recompensa

Con la meditación del día de hoy, retornamos al marco acostumbrado de las reflexiones bíblicas, con las cuales continuaré mientras Dios me permita realizar este valioso servicio. Quiero agradecer de corazón por los numerosos correos que nos llegaron después de las meditaciones sobre Dios Padre y la Virgen María. Aún estamos en el proceso de elaborar una lista con las personas que nos han escrito expresando su deseo de cooperar con nosotros en la “obra de amor” del Padre Celestial. Una vez que lo hayamos terminado, daremos una que otra pauta sobre cómo podrían unirse aún más a nosotros para la glorificación del Padre. Les pedimos un poco de paciencia hasta que nos pongamos en contacto con ustedes… Mientras tanto, les invito a seguir las meditaciones diarias. Espero que éstas ayuden a todos los oyentes a encontrar en estos tiempos confusos una clara orientación, que nos es dada en la Sagrada Escritura, en la auténtica doctrina de la Iglesia y en la sana enseñanza espiritual.

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María: Esposa del Espíritu Santo

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Amada Virgen: ¡Cuántas manifestaciones del amor resplandecen en ti! En relación con el Padre, te vemos como una amorosa hija; para el Hijo eres madre y discípula; al Espíritu Santo te une un amor esponsal.

Si ya aquí, en nuestra realidad terrenal, nos conmueve el tierno amor de una esposa humana, y podemos observar cómo ella florece y le dirige todo su corazón y su atención a su esposo, ¡cuánto más sucede así contigo, siendo así que tu Esposo es el Espíritu Santo mismo!

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María: Madre del Hijo

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¡Cuán excelsa es la elección que te fue concedida, amada Madre de nuestro Señor Jesucristo!

Con asombro constatamos que no sólo te fue confiado el mismo Hijo de Dios; sino también todos aquellos que le pertenecen y entonan el cántico de los redimidos (cf. Ap 14,3). Y más aún: tú eres Madre de todos los hombres, y te conviertes en luz y consuelo para los que retornan a casa.

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