«Un amor que no conoce el sufrimiento no es digno de ese nombre» (Santa Clara de Asís).
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Sanación interior en Dios (Parte VII)
La ascesis: centinela de la libertad
Al acercarnos poco a poco al final del tema que hemos estado desarrollando durante los últimos días, estoy consciente de que habría muchos otros aspectos que tratar con respecto a lo que Dios nos ofrece para la sanación y fortalecimiento de nuestra alma.
Lo que quería mostrar en esta serie es que, como católicos, disponemos de un camino auténtico a través del cual nuestra alma, herida por el pecado original y por los pecados personales, puede ser restablecida por Dios. Si lo recorremos con perseverancia, nuestra alma sanará cada vez más y el Espíritu de Dios podrá impregnar nuestro ser.
“VERDADERA GRANDEZA Y FELICIDAD”
«Dios no se hace más grande cuando le adoras. Pero tú te haces más grande y más feliz cuando le sirves» (San Agustín).
Sanación interior en Dios (Parte VI)
Como vemos, son diversas las posibilidades que Dios nos ofrece en el seguimiento de Cristo para la sanación de nuestra alma. El camino de santificación al que todos estamos llamados quiere conducirnos a la comunión total con Dios que alcanzará su plenitud en la eternidad. Cuando nuestra alma herida esté totalmente sanada y transformada, ya no habrá nada que nos separe de Dios. Estaremos totalmente unificados con Él en el amor y viviremos la visión beatífica, es decir, lo veremos tal cual es. Todo esto lo haremos en comunión con los santos ángeles y con todas aquellas personas que han sido acogidas en la gloria celestial. Entonces, el hombre habrá llegado a su destino eterno.
“AMOR A LA ESPOSA DEL CORDERO”
«Después del amor a nuestro Señor, os recomiendo el amor a su Esposa, la Iglesia. Ella es la paloma noble y delicada, la única capaz de dar hijos a su divino Esposo» (Santa Juana Francisca de Chantal).
Sanación interior en Dios (Parte V)
La oración
Gracias a la fe, a la Palabra de Dios, al perdón de los pecados y al poder sanador de los sacramentos, el hombre es rescatado de su perdición y conducido hacia una creciente cercanía con Dios. Su presencia sanadora y fortificante en el alma hace que en ella se despliegue la nueva vida de Dios. Esta vida nueva, que restaura en el hombre la imagen de Dios, necesita alimento diario para poder crecer y madurar. Este alimento nos lo proporciona el Señor a través de los diferentes medios que hemos meditado durante los últimos días y, de forma eminente, mediante una vida de oración.
“AMOR Y CONOCIMIENTO”
«El saber sin amor infla; el amor sin saber cae en el error» (San Bernardo).
Fue San Bernardo quien nos legó esta máxima. Él mismo afirmó que «arder es mejor que saber». ¡Y así es!
“EL AMOR DE DIOS ES MÁS GRANDE”
«Mantente sereno y gozoso, pues mi amor es más grande que tu debilidad» (Palabra interior).
¡Qué maravillosa frase de consuelo! ¡Cuántas veces nos encontramos con nuestra propia debilidad cuando nos miramos con realismo! Entonces, puede suceder que nos pongamos muy tristes cuando, una vez más, no logramos lo que nos habíamos propuesto o cuando las viejas debilidades que aún no hemos superado vuelven a acosarnos.
Sanación interior en Dios (Parte IV)
La Santa Misa y la Adoración eucarística
La fe restaura nuestra verdadera relación con Dios y la Palabra de Dios la alimenta, concediéndonos cada vez más profundamente la luz de la verdad y señalándonos una y otra vez el camino. En el perdón de los pecados, Dios abre de par en par las puertas de su corazón para nosotros y podemos experimentar su indecible misericordia. Al experimentar el amor de Dios a través del sacramento del Bautismo y de la Penitencia, el alma empieza a sanar las consecuencias de haberse alejado de Él. Ya no vive sumida en tinieblas y, a pesar de todos los combates que aún debe afrontar, ha hallado el camino para ser receptiva a la gracia de Dios y acoger así su bondad sanadora. Esta nueva vida que ha comenzado es realmente distinta, una vida que devuelve al hombre su originaria hermosura y dignidad.
Sanación interior en Dios (Parte III)
El perdón
Gracias al don de la fe, se despierta en el hombre la consciencia de su destinación eterna. La Palabra de Dios lo alimenta día a día, ilumina su entendimiento y ahuyenta las tinieblas de la ignorancia y el error.
Pero para que esto surta efecto en lo más profundo de su ser, es necesario que sus culpas hayan sido perdonadas, ya que constituyen un peso en su vida y oscurecen su relación con Dios.
A través de la Muerte y Resurrección de su Hijo, Dios ofrece al hombre el perdón de sus culpas. ¡Es un acto de infinito amor y misericordia, en el que Dios mismo asume las culpas de la humanidad para levantar al hombre caído!
