El amor a Dios y el amor al prójimo

Lc 10,25-37

Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?”. Jesús le preguntó a su vez: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?”. Él le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo”. “Has respondido exactamente“, le dijo Jesús; “obra así y alcanzarás la vida”. Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?”. Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.

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Proclamar el evangelio desde las azoteas

Mt 10, 24-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: “Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo. Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados! No les tengáis miedo, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído, pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre.

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“CRISTO VIVE EN MÍ”  

«Traed todo ante mí para que tome posesión de ello y me proclame a través vuestro» (Palabra interior).

En el seguimiento del Señor, todo en nosotros debe transformarse. Hemos de convertirnos en «hombres nuevos», en «personas espirituales», como nos enseña el Apóstol de los Gentiles (cf. 1 Cor 3, 1). Esto significa que el Espíritu Santo toma cada vez más las riendas y nosotros seguimos dócilmente sus instrucciones, de manera que nuestros pensamientos y acciones se transforman bajo su influjo. Entonces, ya no son principalmente los impulsos naturales los que determinan nuestra vida, sino que, con la gracia de nuestro Padre Celestial, aprendemos a comprender la perspectiva de Dios y a regirnos por ella.

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“LA TRANSFORMACIÓN DEL CORAZÓN”  

«Ecce enim veritatem dilexisti (Te gusta un corazón sincero)» (Sal 50,7).

Conocemos las palabras del Profeta Jeremías sobre el corazón retorcido: «El corazón es lo más retorcido, no tiene arreglo: ¿quién lo conoce?. Yo, el Señor, exploro el corazón, examino el interior del hombre, para dar a cada cual según su conducta, según el fruto de sus obras» (Jer 17,9).

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Alcanzar la sabiduría

Pr 2,1-9

Lectura correspondiente a la memoria de San Benito Abad

Hijo mío, si aceptas mis palabras y retienes mis mandatos, prestando atención a la sabiduría y abriendo tu mente a la prudencia; si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia; si la buscas como al dinero y la rastreas como a un tesoro, entonces comprenderás el temor de Yahvé y encontrarás el conocimiento de Dios. Porque es Yahvé quien da la sabiduría y de su boca brotan el saber y la prudencia. Él concede el éxito a los hombres rectos, es escudo para quienes proceden sin tacha, vigila las sendas del derecho y guarda el camino de sus fieles. Entonces comprenderás la justicia, el derecho y la rectitud, y todos los caminos del bien. leer más

Dios sabe valerse incluso del mal        

Gen 44,18-21.23b-29;45,1-5

En aquellos días, Judá se acercó a José y le dijo: “Permite a tu siervo hablar en presencia de su señor; no se enfade mi señor conmigo, pues eres como el Faraón. Mi señor interrogó a sus siervos: ‘¿Tenéis padre o algún hermano?’, y respondimos a mi señor: ‘Tenemos un padre anciano y un hijo pequeño que le ha nacido en la vejez; un hermano suyo murió, y sólo le queda éste de aquella mujer; su padre lo adora.’ Tú dijiste: ‘Traédmelo para que lo conozca. Si no baja vuestro hermano menor con vosotros, no volveréis a verme.’ Cuando subimos a casa de tu siervo, nuestro padre, le contamos todas las palabras de mi señor; y nuestro padre nos dijo: ‘Volved a comprar unos pocos víveres.’ Le dijimos: ‘No podemos bajar si no viene nuestro hermano menor con nosotros’; él replicó: ‘Sabéis que mi mujer me dio dos hijos: uno se apartó de mí, y pienso que lo ha despedazado una fiera, pues no he vuelto a verlo; si arrancáis también a éste de mi presencia y le sucede una desgracia, daréis con mis canas, de pena, en el sepulcro’.” 

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La expulsión de los espíritus inmundos

Mt 10,1-7

En aquel tiempo, Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder para expulsar a los espíritus inmundos y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el que le entregó. Jesús envió a estos doce, después de darles las siguientes instrucciones: “No toméis las rutas de los paganos ni entréis en poblados de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id y proclamad que el Reino de Dios está cerca.” leer más