Espíritu Santo, hoy vengo ante ti con una intención especial y te presento un problema que oscurece la vida de tantas personas. Se ha perdido la sensibilidad por la castidad, y a muchos les parece ser solamente una reliquia del pasado. Si se habla sobre la pureza, frecuentemente uno se choca con una total incomprensión, e incluso en círculos de la Iglesia podremos encontrarnos con personas que nos miran con lástima y nos consideran anticuados porque aún creemos en la castidad… ¡Pero en realidad es un fruto que brota de la vida contigo, oh Espíritu Santo, y es un maravilloso regalo que realza sobremanera la dignidad de la persona!
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“ESCUCHADLE”
“Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle” (Mt 17,5).
Nuestro Padre nos da esta instrucción en el Monte Tabor, durante la Transfiguración de Jesús, dirigiéndose en primera instancia a los 3 discípulos que acompañaron a Jesús en ese momento. Ellos pudieron experimentar la gloriosa Transfiguración del Señor, y sabemos cuán sobrecogido quedó Pedro al ver que aparecieron también Moisés y Elías, los representantes de la Ley y de los Profetas. ¡Qué plenitud! Ciertamente los discípulos apenas podían creer lo que sus ojos estaban viendo.
Meditaciones sobre el Espíritu Santo (9/14): “Luz en la oscuridad”
Ven, Espíritu Santo, ilumínanos, pues Tú eres la luz que esclarece nuestra oscuridad. Aparta de nosotros toda ceguera espiritual, para que podamos reconocerte mejor y sepamos percibir la realidad a tu luz. Y es que hay una gran diferencia entre ver la realidad simplemente en su dimensión natural, o saber reconocer tu obra en todo.
“QUIERO QUE ESTÉN CONMIGO”
“Padre, quiero que donde yo estoy también estén conmigo los que Tú me has confiado” (Jn 17,24a).
En estas palabras, Jesús expresa a plenitud su amor por nosotros. Él quiere tenernos para siempre consigo. A ningún mejor lugar podría llevarnos que a su Reino eterno, en comunión con el Padre Celestial, el Espíritu Santo y todos aquellos cuyo corazón pertenece a Dios.
Meditaciones sobre el Espíritu Santo (8/14): “La paz”
Amado Espíritu Santo, uno de tus maravillosos frutos es la paz. Es una paz que el mundo no puede dar (cf. Jn 14,27), pero tampoco puede arrebatar. Se trata, entonces, de una paz distinta a la que usualmente conocemos; una paz que permanece.
“RECONOCER A DIOS COMO PADRE”
“En mi bondad paternal os lo daré todo, siempre y cuando me reconozcáis como vuestro verdadero Padre” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Nuestro Padre puede y quiere darnos todo; dársenos Él mismo junto con todo lo que necesitamos para nuestra vida natural y sobrenatural; darnos alegría en la vida presente y dicha incesante en la eternidad. Y la condición que nos pone para recibir todo ello es muy fácil pero indispensable: es necesario que lo reconozcamos como nuestro Padre.
Meditaciones sobre el Espíritu Santo (7/14): “La amabilidad”
Espíritu Santo, de ti se dice que eres un espíritu amable y amante de los hombres, y uno de los frutos que Tú haces crecer en las almas es precisamente la amabilidad.
EL NOMBRE DE JESÚS
“Padre Santo, guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros” (Jn 17,11b).
El Nombre de Jesús…
¡Cuán fuerte resuena en el corazón!
Su Nombre puede y debe convertirse en el gran amor de nuestra vida.
Fue el Padre quien le dio “el Nombre que está sobre todo nombre” (Fil 2,9) y “no hay ningún otro Nombre bajo el cielo dado a los hombres, por el que tengamos que ser salvados” (Hch 4,12).
Es el Padre quien nos preserva en el Nombre de su Hijo.
Si morimos con el Nombre de Jesús en los labios, viviremos para la eternidad.
Meditaciones sobre el Espíritu Santo (6/14): “La alegría”
Amado Espíritu Santo, uno de los más bellos frutos que Tú haces crecer en nosotros es la alegría. Es aquella alegría que, al igual que el amor, hace que todo sea más fácil y vence el peso que tantas veces trae consigo la vida; una alegría que es espiritualmente contagiosa, y puede darle un rayo de luz y algo de consuelo a la otra persona, siempre y cuando ella no se cierre.
“SALÍ DEL PADRE”
“Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre” (Jn 16,28).
Esta es la realidad de nuestro Señor Jesús, que todo lo abarca. El Señor procede del Padre, cumple su misión en el mundo y vuelve al Padre. Todo se orienta al Padre; todas las palabras que Jesús pronuncia, todas sus obras, todo es un testimonio vivo del amor del Padre por el Hijo y por nosotros, así como también del amor del Hijo por el Padre y por nosotros, los hombres.