¡NO TEMAS!

“No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío.” (Is 43,1)

El Apóstol Pablo exclama: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (Rom 8,35), y nos asegura entonces que absolutamente nada – “ni la muerte, ni la vida, (…) ni las cosas presentes, ni las futuras, ni las potestades, (…) ni cualquier otra criatura– podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús, Señor nuestro” (v. 38-39). leer más

SANTA INÉS – Parte III: «Intacta en su pureza»

ESCENA 12

PREFECTO MINUCIO RUFO: Hoy abro la última sesión de este proceso, para anunciar pública y solemnemente la sentencia contra la acusada. ¡Levántate, acusada, para escuchar el dictamen de la Suprema Corte de Justicia de Roma! En nombre del Augusto Emperador, de la santa Ciudad de Roma y del pueblo romano. En su duodécimo año de vida, la virgen Inés, hija del patricio Honorio Plácido y su esposa Laurencia, ha sido acusada de alta traición y de blasfemia. Después de haber investigado los hechos y examinado justa e imparcialmente a la persona de la acusada en sus actos y omisiones, ponderando el grado de su responsabilidad y el peso de sus propias declaraciones, dictamos la siguiente sentencia: La acusada es hallada culpable de blasfemia. Aunque la acusada afirme que renunciar a nuestros dioses no necesariamente implica blasfemar contra ellos, es evidente que la fe en los dioses resulta del todo incompatible con la doctrina cristiana. Por tanto, la sentencia contra la virgen Inés, acusada y condenada por blasfemia contra los dioses, es: a perpetuidad el trabajo forzado más despreciable, en un burdel del más bajo nivel.

GRITOS EN LA PLEBE:

“¡No basta la deshonra! ¡Muerte a la blasfema!”

“¡Quemad a la cristiana! ¡La cristiana ha de arder! ¡Quemadla!”

“¡Esta niña es la inocencia en persona!¡Al condenarla atraeréis sobre vosotros la ira divina!”

“Su corazón valiente triunfará sobre aquellas mentes retorcidas.”

PREFECTO MINUCIO RUFO: ¡Llevadla al burdel!

INÉS (sollozando): Me rodea una oscura noche; el espanto escalofría y hace temblar mi entero cuerpo. ¡Yo sé, Señor: aun cada uno de los cabellos de mi cabeza está contado! Y, sin embargo, solo veo oscuridad; una terrible oscuridad. ¡Señor, ven en mi auxilio! ¡No permitas que el cuerpo de tu Esposa quede expuesto a la deshonra.

AMBROSIO: Y os aseguro, hermanos: cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente; escucha sus gritos y los salva (Sal 145,18-19). Mientras despojaban a Inés de su túnica –tal como en el Calvario lo hicieron con su divino Esposo– para conducirla humillada al lugar de la deshonra, a la casa de la prostitución, he aquí que sus cabellos crecieron de tal forma que envolvieron cual manto su puro cuerpo. Y cuando fuese introducida en la casa de la vergüenza, un ángel la esperaba allí, dióle un manto de luz y convirtióse el lugar del pecado en un lugar de oración… No obstante, cuanto más resplandece la luz de Dios, tanto más las tinieblas se resisten, porque saben que se acerca la hora de su juicio…

ESCENA 13

(Esta escena tiene lugar en una cantina.)

CLAUDIO: ¡Mirad al gran abogado defensor! Habéis fracasado, Aurelio Valeriano. ¡Así pasa cuando se defiende lo imperdonable! Y ahora finalmente se cumplirá mi deseo… Todo marchó a la perfección, tal como lo pensé desde un inicio. Inés se negó a ser mía; ahora tendrá que serlo a la fuerza.

AURELIO VALERIANO: ¡Aguardad, muchacho! ¡Habéis bebido de más! Aún es demasiado pronto para cantar victoria. Esta niña tiene defensores más potentes que yo… ¿Ya habéis oído que hoy, cuando fue llevada a la casa de la deshonra, un ser invisible se plantó en la entrada, impidiendo que sea tocada por la impureza?

CLAUDIO: ¡Un ser invisible! Pues esta noche tendrá que demostrar su poder, porque nada ni nadie me detendrá.

AURELIO VALERIANO: Desde que vi por primera vez a esta niña, se me plantearon tantos enigmas. ¿En qué radica su poder? Es evidente que, en su presencia, en unos se suscita el mal; en otros, el bien. En ti, indudablemente ha despertado el mal; en los centinelas de la prisión, en cambio, el bien. Cuanto más reflexiono sobre Inés, tanto menos descubro lo extraordinario en ella… Exteriormente, es la típica niña en etapa de desarrollo. Bella, pero no fuera de lo común. ¿Dotes intelectuales que sobresalgan? Mmm.. Escuché cada una de sus afirmaciones en el proceso… ¿Algo que llamara la atención? No, solamente una cierta ingenuidad de niña y algo de perspicacia. Sin embargo, ¡ese poder que ejerce sobre las personas! No me explico de dónde viene… ¿Sabríais decírmelo vos, Claudio?

CLAUDIO (entre dientes): ¡La bruja!

AURELIO VALERIANO: ¡Cuidado, cuidado! No he notado ni el más mínimo indicio de brujería. Vuestro enloquecimiento de amor es asunto vuestro. De hecho, la niña no quiere nada con vos y, por tanto, tampoco tendría motivo de embrujaros para que os enloquezcáis por ella. ¡No, muchacho, ella no es una bruja! Pero, os lo advierto, no desafiéis ese poder que actúa en ella.

CLAUDIO: ¡Nada ni nadie podrá interponerse en mi plan!

ESCENA 14

AMBROSIO: Y así aquel corazón pervertido emprendió el camino hacia su propio juicio. Pero cuando las tinieblas se densan y están seguras de su victoria, Dios hace resplandecer su luz sobre los suyos. De repente, cuando Claudio se disponía a cruzar el umbral de la puerta para deshonrar a Inés, una alta llama de fuego se elevó. No, en realidad, no era una llama de fuego; era un ser de fuego; un ser de luz, un ser más divino que humano. Claudio se tambaleó hacia atrás, soltó un grito y  cayó muerto por tierra. Inmediatamente vino su padre, el Prefecto, y lloró a su hijo perdido. Levantó el cadáver y lo colocó a los pies de la virgen Inés…

PREFECTO MINUCIO RUFO: Inés, mi querida niña, ¿qué ha sucedido?

(Breve silencio)

INÉS: Claudio pretendió deshonrarme. Pero Aquel cuyos mandatos quiso violar, ha manifestado su poder sobre él y le ha matado. Dios quiso preservarlo del pecado y envió a su ángel para salvarlo.

PREFECTO: ¡Haz algo, Inés! ¡Haz algo! ¡Devuélveme a mi hijo!

INÉS: ¿Yo?

PREFECTO: ¿No dijiste tú que tu Amado es Aquel que con el solo soplo de su boca revive a los muertos?

AMBROSIO: Entonces la doncella se arrodilló temblorosa frente al cadáver, cruzó sus brazos sobre su pecho e invocó silenciosa y humildemente al Dios de vivos y muertos.

INÉS: Oh, Cordero de Dios, ten piedad de nosotros. Oh Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Agnus Dei, qui tollis peccata mundi: miserere nobis.

AMBROSIO: Y he aquí que el que había muerto volvió a respirar, se incorporó y, habiendo recuperado la vida, no sólo del cuerpo sino aún mucho más la del espíritu, se unió a la plegaria de la doncella.

CLAUDIO: Oh Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. (Un breve silencio) Confieso a tu Dios y mi Dios, Jesucristo, nuestro Señor y Redentor.

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AMOR DESINTERESADO

“Desde la creación del hombre, ni un solo instante he dejado de estar cerca de él. Como su Creador y Padre, siento la necesidad de amarlo” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Asimilemos profundamente hasta qué punto nos ama el Padre, con total desinterés. Dios no nos necesita para sí, porque es perfecto en sí mismo y no carece de nada. Así lo describe en el Mensaje a Sor Eugenia: “No es que yo lo necesite, pero mi amor de Padre y Creador me hace sentir la necesidad de amar al hombre.”

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SANTA INÉS – Parte II: «Firme en la tribulación»

ESCENA 7

CLAUDIO (en la Corte Suprema de Justicia): Vengo a poner una denuncia pública contra la virgen Inés, hija del patricio Honorio Plácido y su esposa Laurencia. Los cargos que presento contra ella son blasfemia y alta traición. Para evitar una fuga, solicito inmediata aprehensión de la acusada.

AMBROSIO (en la homilía): Fue así como la pequeña Inés, contando apenas 12 años de vida, fue encadenada y encerrada en un calabozo… En la prisión y en el proceso, la doncella demostró que verdaderamente pertenecía al séquito del Cordero, no solo habiendo preservado a todo precio su virginidad, sino también en cuanto que “no se halló mentira en su boca” y la veracidad resplandecía en cada una de sus palabras. leer más

LA VERDADERA PAZ

El gran anhelo de paz que habita en el corazón de tantas personas puede hacerse realidad si recurren a la verdadera fuente de la paz. Primero es necesario estar en paz con Dios, viviendo conforme a su Voluntad. Esto nos lo ofrece en su Hijo, por quien “quiso reconciliar consigo todos los seres, restableciendo la paz, por medio de su sangre derramada en la Cruz” (Col 1,20). A sus discípulos les dice: “Mi paz os doy” (Jn 14,27).

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SANTA INÉS – Parte I: «Esposa de Cristo»

ESCENA 1

(Una mujer ve a un hombre que parece algo perdido…)

FIEL: ¿Sois nuevo aquí en Milán?

PAULINO: Sí, vengo de un largo viaje y regreso a Roma, pero he tenido que hacer una parada aquí.

FIEL: Parecéis clérigo.

PAULINO: ¡Lo soy!

FIEL: Pues no querréis perderos hoy el sermón de nuestro obispo Ambrosio. Apresuraos, estamos pasados de la hora tercia. ¡La celebración de los santos misterios ha empezado ya! ¿Lo escucháis? Están cantando el Aleluya…

PAULINO (hablando consigo mismo): Ah, claro, el gran Ambrosio, obispo de Milán…

AMBROSIO: Dominus vobiscum.

ASAMBLEA: Et cum spiritu tuo.

AMBROSIO: Sequentia sancti evangelii secundum Ioannem.

ASAMBLEA: Gloria tibi Domine.

AMBROSIO: En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, allí queda, él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; pero el que odia su vida en este mundo la guardará para una vida eterna. (Jn 12,24-25)

ASAMBLEA: Laus tibi, Christe.

(Todos se sientan.)

AMBROSIO: Hermanos, celebramos hoy el nacimiento para el cielo de una virgen, imitemos su integridad; se trata también de una mártir, ofrezcamos el sacrificio. Es el día natalicio de santa Inés. Sabemos por tradición que murió mártir a los doce años de edad. Destaca en su martirio, por una parte, la crueldad que no se detuvo ni ante una edad tan tierna; por otra, la fortaleza que infunde la fe, capaz de dar testimonio en la persona de una jovencita… Si no fuera porque estos acontecimientos yacen apenas algunas décadas atrás, resultaría difícil creer ésta su historia…

ESCENA 2

(Se escucha el sonido de platos. Crescencia, la nodriza de Inés, está poniendo la mesa en una noble casa romana.)

INÉS: ¿Puedo ayudarte?

CRESCENCIA: Mi pequeña, eso es impropio para la hija de un noble patricio romano. Para eso me tienen a mí y a los otros esclavos…

INÉS: Pero el domingo, en el sermón, nuestro presbítero nos repitió las palabras de Nuestro Señor: “el que quiera ser el primero, sea el servidor de todos”. ¡Y yo quiero ser la primera!

CRESCENCIA: Lo serás, mi niña, si sigues practicando fervorosamente las virtudes.

INÉS: Crescencia, hay algo que nunca he entendido… Si nuestra fe es tan bella, ¿Por qué tenemos que escondernos cuando vamos a la celebración de los santos misterios? ¿Por qué papá y mamá insisten en que en la escuela no mencione el nombre de Cristo? ¡Cuánto quisiera que también mis amigas conocieran al verdadero Dios!

CRESCENCIA: Inés, mi querida, recuerda que Nuestro Señor mismo, que era la luz que vino a este mundo, fue rechazado. Y él ya nos lo dijo: “Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros.” (Jn 15,20). Aunque sin razón, nos ven como traidores del Imperio porque no queremos sacrificar a los dioses romanos.

INÉS: ¿Traidores? ¡Pero si los cristianos amamos Roma! Aunque claro, sabemos que la salvación sólo vendrá de Nuestro Señor Jesucristo. ¡No hay otros dioses fuera de Él que pudiesen salvar, tampoco a Roma! Neptuno, Apolo, Vesta… ¿Sabes que de mi escuela van a elegir a algunas para ser vírgenes y sacerdotisas de la diosa Vesta? ¡Pero conmigo no cuentan! ¡Yo ya sé a quién amo!

CRESCENCIA: Mi niña, ¡cuán contento estará el Señor contigo!

INÉS: No lo sé, pero mi mayor anhelo es agradarle… Desde que recibí el bautismo, he querido pertenecerle a Él. Y, a propósito de bautismo, estoy tan feliz de que Emerenciana, mi hermana de leche, sea ahora una catecúmena.

CRESCENCIA: Y si tú estás feliz, ¡figúrate cómo estoy yo! Pero ahora ve a llamar a tus padres. ¡La cena está servida!

INÉS: Sí, nana…

(Se escuchan pasos mientras Inés se aleja.)

CRESCENCIA: ¡Mis dos pequeñas! ¡Cómo recuerdo cuando las crié a ambas! ¡Y pensar que ahora incluso serán hermanas en la fe!

ESCENA 3

CRESCENCIA: Mis niñas, ¿cómo estuvieron hoy las clases?

EMERENCIANA: Bien, nana.

CRESCENCIA: Si queréis, adelantaos un poco para que podáis hablar vosotras solitas. Yo os sigo.

EMERENCIANA: Inés, ¿verdad que ya no está tan lejos la Pascua? ¡Oh, en este año la anhelo como nunca!

INÉS: ¡Sí! ¡Será una gran fiesta! No puedes imaginar cómo es cuando te sumerjen 3 veces en el agua y escuchas en el fondo las palabras: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.”

EMERENCIANA: ¿Y después?

INÉS: Después te imponen una túnica blanca que llevarás puesta durante los próximos 8 días… ¡Y ya verás que harás todo por no mancharla!

EMERENCIANA: Y supongo que aún más por no manchar mi alma, ¿verdad?

INÉS: ¡Exacto! Para estar con el traje de fiesta preparado para las Bodas del Cordero.

EMERENCIANA: ¿Las bodas del Cordero?

INÉS: Lo mismo le pregunté yo al presbítero, y él me dijo que lo entendería en su momento. ¡No sabes cuánto le insisto al Señor en que llegue pronto ese momento!

EMERENCIANA: ¡Oh! ¡El presbítero Ceferino es tan bueno! Nos dijo que el primer día de la semana nos llevaría a repartir limosnas.

INÉS: ¡Cómo me encantaría ir con vosotros! Amo dar lismona a los más pobres, aunque claro, en realidad no son mis limosnas; simplemente doy lo que mis padres generosamente me dan.

CRESCENCIA (llega desde atrás y les susurra en voz baja): Niñas, apresurad el paso…

EMERENCIANA: ¿Pero cuál es el apuro, nana?

CRESCENCIA (todavía en voz baja): No me gusta como ese joven te está mirando, Inés. Si mis ojos no me engañan, es el hijo del prefecto.

ESCENA 4

PREFECTO MINUCIO RUFO: Por eso, la Suprema Corte de Roma y la justicia han decidido este caso a favor de…

CLAUDIO: Padre!

PREFECTO: Finalmente llegas, hijo. ¡Copista, déjanos solos! (Se esuchan pasos que se alejan). Claudio, creo que tenemos algo que aclarar… ¿Qué son esas tonterías que tengo que escuchar sobre vosotros? Andar siguiendo a las niñas a la hora en que salen de la escuela… ¡Como si no hubieran cosas más importantes que hacer! La maestra Elena me ha escrito enfurecida… ¿Qué se supone que debo responderle ahora?

CLAUDIO: Respóndele que esta historia se ha terminado.

PREFECTO: ¡Así que tan rápido te das por vencido ante la furia de la maestra!

CLAUDIO: No, no, ella no me interesa; pero he encontrado a la doncella que buscaba.

PREFECTO: Vamos, deja la poesía. ¿De qué doncella estás hablando?

CLAUDIO: De aquella a la cual amo.

PREFECTO: ¿Quieres hacerme reír?

CLAUDIO: ¡No, padre, hablo en serio!

PREFECTO: Vaya, vaya…. Así que mi hijo Claudio está enamorado… Oh, todas las historias de amor son tristes. Tristes al inicio; tristes al final. Al inicio, porque aún no se tienen; al final, porque se tienen hartos.

CLAUDIO: ¡Te ruego, padre, no te mofes! Éste es el primer asunto serio y verdaderamente grande en mi vida!

PREFECTO: Eso lo piensa todo enamorado…

CLAUDIO: ¡Tú también lo pensarás cuando conozcas a la elegida!

PREFECTO: Entonces, suéltalo: ¿quién es la afortunada?

CLAUDIO: Inés, la hija del patricio Honorio Plácido.

PREFECTO: ¿Qué? ¡Estás loco! ¡Es sólo una niña! Ahora entiendo la furia de la maestra Elena. ¡Menos mal que has dicho que esta historia se ha terminado!

CLAUDIO: Se ha terminado en la salida de la escuela. Pero, por lo demás, esta historia está apenas por iniciar.

PREFECTO: ¿Me estás tomando el pelo? ¡Una niña de doce años!

CLAUDIO: En un año tendrá edad para casarse…

PREFECTO: ¿Y cuántas otras vírgenes habrás descubierto hasta entonces?

CLAUDIO: Ninguna, padre.

PREFECTO: Vamos, hijo, te vendría bien un baño bien frío para apagarte la pasión.

CLAUDIO: Padre, esto no es una simple pasión. ¡Tengo que verla, o moriré! Te lo ruego, acompáñame a la casa del patricio Honorio Plácido. ¡Tú eres Prefecto y Supremo Juez de Roma! ¿Quién podría negarte algo?

(Breve silencio)

PREFECTO: Claudio, te daré una oportunidad. Pero te lo advierto: si noto aun la más mínima señal de que ésta no es más que una de tus aventuras, ten por cierto que nunca más podrás contar conmigo como intermediario para tus historias de amor…

ESCENA 5

INÉS: Mi Jesús, ¿cómo pudo suceder que un hombre me mirara tan feo al regresar de la escuela? ¿Es que soy una pecadora? ¡Jesús mío! ¡Soy toda tuya!

ESCENA 6

(Toca a la puerta de la habitación de Inés.)

CRESCENCIA: Niña Inés, tus padres me han enviado para alistarte…

INÉS: ¿Alistarme para qué, si hoy no es día de escuela?

CRESCENCIA: No, mi niña, pero esperan visita. Ven, siéntate, voy a peinar esa preciosa cabellera. Hoy tus padres quieren verte resplandecer en toda tu belleza.

INÉS: Crescencia, pero yo quiero reservar mi belleza para el Señor; y que mi adorno sean las virtudes en lugar de las perlas.

CRESCENCIA: Te entiendo, pequeña. Ven, sólo cubriré tu cabello con un velo.

(Toca a la puerta de la casa del patricio Honorio Plácido.)

LAURENCIA: De prisa, Crescencia, traed a la niña.

PREFECTO MINUCIO RUFO: Es un honor poder hacer una visita a tu domus, Honorio Plácido. Y a vos, noble señora Laurencia, os traigo un especial saludo de mi esposa. Permitidme presentaros a mi hijo Claudio.

CLAUDIO: Ave.

HONORIO PLÁCIDO: Por favor, sentaos…

CLAUDIO: Antes debo pedir una disculpa a vuestra hija. Inés, recientemente, cuando salías de la escuela, te vi por primera vez y creo que te miré como hipnotizado. Quizá –eso espero– no lo notaste siquiera.

INÉS: Sí me di cuenta, y aparté la mirada y te perdoné.

CLAUDIO: Gracias…

PREFECTO: Joven Inés, mi hijo Claudio quiere entregarte un presente.

CLAUDIO: ¿Puedo regalarte esta copa? ¡Quiero que de ella bebas felicidad! Es una copa griega, dorada y adornada con cinco perlas.

INÉS: No puedo aceptar tu presente.

CLAUDIO: Pero tampoco quiero que me lo regreses.

INÉS: Entonces véndelo y da el dinero a los pobres.

CLAUDIO: Me estás ofendiendo, aunque seguramente no sea esa tu intención.

INÉS: Mi copa está colmada de sufrimiento.

CLAUDIO: ¡Oh, sí! ¡Conozco ese dolor: es el sufrimiento del amor! ¿Me lo entregarías?

INÉS: Otro te lo dará… Aquel a quien yo amo…

CLAUDIO: ¿Aquel a quien amas?

HONORIO PLÁCIDO: ¡Hija! ¿Qué estás diciendo?

INÉS: Te lo digo, Claudio, para que lo sepas de una vez y por todas: jamás seré tu esposa.

PREFECTO: Permíteme que me ría, pequeña. Eso es lo que suelen decir las niñas y no se dan cuenta de que Cupido ya está dispuesto a soltar la flecha. Vamos, Claudio, nada de caras largas…

CLAUDIO: Dime, Inés: ¿soy yo el problema?

INÉS: No, Claudio, te lo repito una vez más: Ya le pertenezco a otro. (Breve silencio) Mi Amado es tan rico que su riqueza no disminuye jamás. Y Él mismo se dona a los pobres. Mi Amado es mucho más noble que un rey por su linaje y su dignidad. Su madre es una virgen y su padre jamás conoció mujer. Amo a Aquel a quien sirven los ángeles y ante cuya belleza se maravillan el sol y la luna. El soplo de su boca revive a los muertos; los enfermos se sanan con sólo tocarlo. Su amor es castidad; su proximidad es santidad; la unión con Él es la virginidad misma. ¿Quién poseyera mayor nobleza; quién poder más fuerte, aspecto más bello, amor más dulce y gracia más abundante? ¡Ese es mi Amado!

PREFECTO: ¡Por Júpiter! ¡Esta niña está loca!

HONORIO PLÁCIDO Y LAURENCIA: ¡Inés!

CLAUDIO: ¿Y cuál es el nombre de ese ridículo amante? ¡Si es que existe! ¡Habla! ¡Di su nombre!

INÉS: Él es… ¡Jesucristo!

(Gran alboroto)

CLAUDIO: ¡Ante tus ojos pisoteo esta copa, así como te pisoteo a ti, miserable cristiana! (Sale por la puerta, mientras grita:) ¡La denunciaré!

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LA VIDA ETERNA 

Alzando sus ojos al cielo, Jesús dijo: “Padre, glorifica a tu Hijo (…), por cuanto le diste autoridad sobre todo ser humano, para que Él dé vida eterna a todos los que Le has dado. Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” (Jn 17,2-3)

El Padre le ha dado a su Hijo el poder sobre todo ser humano. Sabemos de qué tipo de poder se trata: es el “poder del amor”. Cuando los fieles doblan sus rodillas ante Jesús, se postran ante un Rey que dio su vida por ellos y obtuvo así poder sobre sus corazones. Más que servir al Señor por temor a su majestad, nos adherimos a Él con gran amor.

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El combate por la pureza

Durante las tres últimas meditaciones, desarrollamos un consejo indirecto que nos da San Antonio Abad, un sabio padre del desierto. En este contexto, reflexionamos sobre el combate en lo que escuchamos, hablamos y miramos, y vimos cuán necesario es colocar estos importantes ámbitos de la vida humana bajo el dominio de Dios y defenderlos contra múltiples ataques.

“El que está sentado en el desierto y procura tener el corazón calmado, ha quedado a salvo de tres combates: el de la escucha, el del habla y el de la vista. Sólo le queda un combate por librar: la lucha contra la impureza.”

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LA GLORIFICACIÓN DE DIOS 

“Jesús dijo: ‘Glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti’” (Jn 17,1b).

Así como el Padre quiere ser glorificado a través del Hijo, también quiere Él mismo glorificar al Hijo:

“Glorifícame Tú, Padre, junto a ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera” (Jn 17,5).

Jesús pide ahora al Padre que también su humanidad sea glorificada con toda la gloria que poseía desde la eternidad como Dios, para que los hombres reconozcan a Aquel que lo envió, a Aquel en cuyo Nombre habla y cuyas obras realiza, a Aquel cuya gloria procura…

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El combate en lo que miramos

Retomemos una vez más la meditación de estas palabras de San Antonio Abad:

“El que está sentado en el desierto y procura tener el corazón calmado, ha quedado a salvo de tres combates: el de la escucha, el del habla y el de la vista. Sólo le queda un combate por librar: la lucha contra la impureza.”

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