Evangelio de San Juan (Jn 8,21-36): “¿Tú quién eres?”  

Jesús les dijo de nuevo: “Yo me voy y me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado; adonde yo voy vosotros no podéis venir”. Los judíos decían: “¿Es que se va a matar y por eso dice: ‘Adonde yo voy vosotros no podéis venir’?” Y les decía: “Vosotros sois de abajo; yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo; yo no soy de este mundo. Os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados”. Entonces le decían: “¿Tú quién eres?” Jesús les respondió: “Ante todo, lo que os estoy diciendo. Tengo muchas cosas que hablar y juzgar de vosotros, pero el que me ha enviado es veraz, y yo, lo que le he oído, eso hablo al mundo”. Ellos no entendieron que les hablaba del Padre. Les dijo por eso Jesús: “Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que como el Padre me enseñó así hablo. 

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Evangelio de San Juan (Jn 8,12-20): “Disputas de Jesús en Jerusalén”  

De nuevo les dijo Jesús: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Le dijeron entonces los fariseos: “Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero”. Jesús les respondió: “Aunque yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es verdadero porque sé de dónde vengo y adónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde voy. Vosotros juzgáis según la carne, yo no juzgo a nadie; y si yo juzgo, mi juicio es verdadero porque no soy yo solo, sino yo y el Padre que me ha enviado. En vuestra Ley está escrito que el testimonio de dos personas es verdadero. Yo soy el que da testimonio de sí mismo, y el Padre, que me ha enviado, también da testimonio de mí”. 

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Evangelio de San Juan (Jn 8,1-11): “Jesús y la mujer adúltera”  

Jesús marchó al Monte de los Olivos. Muy de mañana volvió de nuevo al Templo, y todo el pueblo acudía a él; se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos trajeron a una mujer sorprendida en adulterio y la pusieron en medio. “Maestro -le dijeron-, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés en la Ley nos mandó lapidar a mujeres así; ¿tú qué dices?” -se lo decían tentándole, para tener de qué acusarle. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir con el dedo en la tierra. Como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “El que de vosotros esté sin pecado que tire la primera piedra.” Y agachándose otra vez, siguió escribiendo en la tierra. 

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