“NO CONFIÉIS EN LOS PRÍNCIPES” 

“No confiéis en los príncipes,

seres de polvo que no pueden salvar (…).

Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob,

el que espera en el Señor, su Dios.” (Sal 145,3.5)

La invitación que nuestro Padre nos dirige una y otra vez a confiar en todo y del todo en Él, viene acompañada de la advertencia de no buscar ni en los príncipes ni en hombre alguno la seguridad existencial de nuestra vida.

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ITINERARIO CUARESMAL | Día 22: “Fidelidad a la Tradición”

Empecemos la meditación de este día escuchando las palabras que el Señor dirige a sus discípulos en el evangelio de hoy:

“No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su plenitud. En verdad os digo que mientras no pasen el cielo y la tierra, de la Ley no pasará ni la más pequeña letra o trazo hasta que todo se cumpla. Así, el que quebrante uno solo de estos mandamientos, incluso de los más pequeños, y enseñe a los hombres a hacer lo mismo, será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Por el contrario, el que los cumpla y enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos” (Mt 5,17-19).

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“CONFÍA EN MÍ SIN RESERVAS”

“Confía en mí sin reservas” –escuché un día en la oración.

El amor de nuestro Padre nos invita a confiar ilimitadamente en Él. No hay nada que Dios no sepa; Él nos conoce mejor que nosotros mismos, conoce nuestro corazón:

“Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.” (Sal 138,1-3)

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ITINERARIO CUARESMAL | Día 21: “La gracia de los sacramentos”

  1. La Santa Eucaristía

Dentro de nuestro camino espiritual, merecen una atención especial los santos sacramentos de la Iglesia, en particular la Santa Eucaristía. Ésta debería ser el punto culmen de la vida de la Iglesia y pertenecer naturalmente a nuestra amada identidad católica.

En la meditación de anteayer, mencioné el término “Santa Misa dignamente celebrada”. Por desgracia, hay Santas Misas en el “Novus Ordo” que están marcadas por un carácter subjetivo, con intervenciones que no forman parte de la liturgia, con cantos que no corresponden a la santidad del acontecimiento, etc…

En realidad, habría que evitar asistir a tales Misas, porque, debido a la banalización, la falta de reverencia y los elementos ajenos, el alma no sale fortalecida ni es atraída hacia el misterio de la fe; sino que más bien se queda en la periferia. Por tanto, es aconsejable –siempre que haya la posibilidad– participar en aquellas Santas Misas que preservan la sacralidad. Aunque haya que recorrer un camino más largo y arduo para llegar a una iglesia donde se la celebre así, vale la pena asumirlo, porque el mayor tesoro que hemos recibido debe ser venerado con santa devoción y alimentar verdaderamente nuestra alma.

Esto sucede especialmente en las Santas Misas del rito tradicional (Tridentinas), que transmiten la fe católica sin experimentos litúrgicos. Por eso, se las puede recomendar indiscriminadamente, porque en ellas se hace presente una santa reverencia, el alma se fortalece en la fe y puede insertarse en la milenaria tradición de cómo la Misa era celebrada a lo largo de los siglos, siendo alimento de muchísimos santos y generaciones de fieles.

  1. El sacramento de la penitencia

Otro sacramento con un valor invaluable es la santa confesión, cuyo efecto es de enorme profundidad. Cuando el sacerdote perdona nuestros pecados en el Nombre de Jesús, nuestra alma se sana y obtiene nuevas fuerzas. Experimenta un encuentro con la misericordia de Dios, y así descubre cada vez más el Ser de Dios. Lejos de ser un proceso mecánico o un mero desahogo psicológico, la santa confesión es un encuentro vivificante con nuestro bondadoso Padre del cielo. Él no sólo levanta nuevamente al alma, sino que, habiendo perdonado su culpa, la adorna con el vestido de la gracia y se deleita en ella.

Así, el alma puede continuar su camino con la serenidad de saberse perdonada, agradecida por el incesante amor del Padre Celestial, agradecida por el sacrificio de amor de Jesús en la Cruz, agradecida con el Espíritu Santo por revelárselo y hacérselo entender cada vez más en su luz.

Lamentablemente, hoy en día hay que advertir que uno debe acercarse al sacramento de la confesión con la debida seriedad. Esto incluye la contrición; es decir, el arrepentimiento por el pecado cometido, así como el firme propósito de cambiar. También hay que añadir que se debe seguir llamando al pecado por su nombre. Las tendencias de que el sacerdote dé la absolución sin el arrepentimiento y propósito de enmienda del penitente no corresponden a la praxis católica.

La regularidad en la recepción de estos sacramentos también confiere estabilidad a nuestro camino espiritual y nos alimenta constantemente. Éstos son grandes ayudas e instrumentos espirituales que Dios nos da para el camino de la santidad. Nunca debemos desaprovecharlos por negligencia, y hemos de acudir con más frecuencia al confesionario. Si, además de recibir el perdón de los pecados, el confesor nos da un buen consejo para nuestra vida con Dios, saldremos agasajados y nos volveremos capaces de agasajar a otros también.

  1. El sacramento del matrimonio

Son cada vez más las personas –por desgracia, también católicas– que ya no están conscientes del valor del santo matrimonio. Piensan que pueden simplemente posponer la boda eclesiástica hasta encontrar una fecha en que todas las circunstancias externas encajen, pero ya antes conviven como cónyuges, con los correspondientes actos íntimos. Esto está mal, y peor aún sería pensar que no es necesario contraer matrimonio en absoluto.

La Iglesia tiene una visión muy elevada y positiva del matrimonio, porque el hombre y la mujer, en su unión, han de reflejar la relación de Cristo con su Iglesia (Ef 5,22-33). Por eso, la exclusividad y la indisolubilidad, la apertura a la vida y la búsqueda del bien del otro son componentes básicos de un matrimonio. El matrimonio vive del amor y de la fidelidad, y puede renovarse y profundizarse cada vez más por la gracia de Dios. Así como la Iglesia debe amar y ser fiel a su Señor, también deben serlo los cónyuges. Por eso en el Antiguo Testamento se solía comparar la infidelidad del Pueblo de Israel a Dios con el adulterio (cf. p.ej. Os 2,7).

El matrimonio y la familia son queridos por Dios y es lo normal y deseable para la mayoría de las personas. Sin embargo, a algunas el Señor las llama a una vida totalmente entregada al servicio de Dios y de los hombres, para lo cual deben ser completamente libres. Tal vocación es una gran muestra del amor de Dios, y dichosos son aquellos que responden a este llamado.

Un “matrimonio” entre personas homosexuales, tal como se lo pretende establecer y legalizar hoy en día en el ámbito civil, es algo que la Iglesia no puede avalar, ni mucho menos bendecir. Ella está llamada a ayudar a las personas con tales inclinaciones, para que puedan llevar una vida de acuerdo con la Voluntad de Dios.

Debido a la indisolubilidad del matrimonio y el vínculo sacramental que surge entre los cónyuges “hasta que la muerte los separe”, sólo es posible volver a contraer matrimonio si muere el esposo o la esposa, o si se constata la nulidad del primer matrimonio. Con un sabio acompañamiento pastoral, hay que atender a aquellas personas cuya situación de vida no corresponde a la norma objetiva, mostrándoles los caminos para ponerla en orden ante Dios y la Iglesia, para que puedan volver a recibir los sacramentos.

De la meditación de hoy, concluyamos que los santos sacramentos forman parte de aquello que San Nicolás de Flüe suplica en la segunda parte de su oración, cuando dice: “Señor mío y Dios mío, dame todo lo que me acerca a ti”.

Meditación sobre la lectura del día: http://es.elijamission.net/2022/03/22/

Meditación sobre el evangelio del día: http://es.elijamission.net/2021/03/09/

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EL AMOR DE DIOS ESTÁ SIEMPRE AHÍ

Todas las personas han de cobrar consciencia de que tienen un Padre amantísimo. Es ésta la realidad objetiva sobre la cual se cimentan sus vidas. Sólo al interiorizar esta certeza podrán despertar a la plenitud de la vida (cf. Jn 10,10b).

Es el Padre Celestial quien puede sanar todas nuestras heridas y hacernos descubrir el sentido amoroso de nuestra existencia, al dársenos a conocer. ¡Aquí reside la verdadera felicidad del hombre!

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ITINERARIO CUARESMAL Día 20: “La purificación pasiva”

A medida que avanzamos en nuestro camino de seguimiento y el Señor ve que nos lo tomamos en serio y luchamos por la santidad, Él responde a nuestros esfuerzos enviándonos las así llamadas “purificaciones pasivas”.

Hay quienes se asustan con tan sólo escuchar esta palabra. No están conscientes de que se trata de una muestra de gran amor y cuidado por parte de nuestro Padre. La purificación significa que nuestra capacidad de amar ha de despertar y robustecerse, y, al mismo tiempo, que hemos de desprendernos de todo aquello que nos impide responder plenamente al amor de Dios. Por tanto, la purificación es una gracia, que suele ir de la mano con la intensificación de la oración interior y el paso a la contemplación.

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JESÚS PROCEDE DEL PADRE

Habiendo llegado su hora, Jesús se dirige al Padre y le encomienda a los Suyos y le asegura: “[Ellos] Entendieron que en verdad salí de Ti, y creyeron que Tú Me enviaste” (Jn 17,8b).

Conocer a Jesús significa comprender más profundamente que Él salió del Padre y vino para dárnoslo a conocer. Es de inconmensurable importancia que los judíos, a los cuales Jesús fue enviado en primer lugar (cf. Mt 15,24), sepan que su Mesías y el Mesías de toda la humanidad es el Hijo del único Dios; el mismo que los había elegido para que sean su Pueblo (cf. Jer 30,22).

En la Encarnación de Jesús y en su Venida al mundo, el Padre Celestial se les manifiesta de forma excepcional. Jesús es el testimonio vivo de la bondad de nuestro Padre. Cada paso, cada palabra, cada obra suya testifica a Aquél que lo envió. ¡Y su testimonio es veraz (cf. Jn 21,24)!

“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito” (Jn 3,16).

Dichosos aquellos que sean capaces de entenderlo y se convenzan de que la suprema obra de amor del Padre Celestial es venir a nuestro encuentro en la Persona de su Hijo.

Dichosos aquellos que, a la luz del Espíritu Santo, penetran en el misterio del amor entre el Padre y el Hijo.

Dichosos aquellos a los que se les revela la Palabra de Dios y que día a día encuentran en ella el alimento para su alma.

Dichosos aquellos en los que la Palabra de Dios encuentra cabida, de modo que puede impregnar su corazón.

Dichosos aquellos que han encontrado el verdadero alimento en las praderas eternas de Dios, y lo comparten con sus hermanos.

Dichosos los que ya no buscan otra cosa que lo que saciaba a Jesús:

“Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra.” (Jn 4,34)

“Dichosos los que creen sin haber visto” (Jn 20,29b).

ITINERARIO CUARESMAL | Día 18: “La oración regular”

“Señor mío y Dios mío, concédeme todo lo que me acerca a Ti” –exclama San Nicolás de Flüe en la segunda parte de su famosa oración.

En la teología mística se llamaría a esta parte del camino espiritual la “vía iluminativa”. Esto quiere decir que, después de los intensos procesos de purificación –tanto la activa (de la que ya hemos hablado un poco) como también la pasiva– podemos conocer mejor a Dios.  En la vía iluminativa, la Sagrada Escritura empieza a hablarnos con más claridad, nuestra forma de orar cambia, obtenemos más luz para nuestro camino de seguimiento del Señor… En pocas palabras, el camino se torna más fácil.

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