EL PEQUEÑO PARAÍSO

“Habiendo comprendido cuál es el lugar de mi reposo, ¿no querréis dármelo? Yo soy vuestro Padre y vuestro Dios… ¿Os atreveríais a negarme esto? ¡Oh! ¡No me hagáis sufrir por vuestra crueldad frente a un Padre que os pide esta única gracia!”(Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

¡Hasta qué punto nuestro Padre se abaja a nosotros! ¿Quién puede permanecer indiferente al escuchar estas palabras? El Padre Celestial, el Creador de todo cuanto existe, no escatima esfuerzos para rescatarnos de nuestro extravío. Él pide nuestro amor, quiere habitar en nosotros y encontrar su reposo en nuestras almas. ¿Por qué? Porque nos ama y quiere concedernos todo lo que nos tiene preparado, y no quiere que nos perdamos.

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Santa Lucía: portadora de luz

En medio del Adviento, resplandece una brillante luz: es una virgen prudente cuyo solo nombre –y aún más su testimonio– proclama al Señor. Es Santa Lucía, la “portadora de luz”. Ella fue una de esas maravillosas vírgenes que dieron su vida por Cristo sin vacilar. Al igual que Santa Águeda, Santa Inés, Santa Catalina de Alejandría y tantas otras, Lucía se había desposado con un solo hombre: Cristo. Esta santa también tiene el honor de ser mencionada día a día en el canon de la Santa Misa.

Lucía nació y creció en el seno de una familia noble y adinerada en Siracusa. Su padre murió cuando ella tenía apenas 5 años. Su madre quiso casarla con un joven pagano. Sin embargo, el amor de Lucía hacia Jesús era ya tan grande que quería pertenecerle sólo a Él. Por ello, retrasaba cada vez más el desposorio. Cuando su madre cayó gravemente enferma, peregrinó junto con Lucía a la tumba de Santa Águeda. Y, efectivamente, allí quedó curada de su enfermedad. Estando ante el sepulcro de la santa, Lucía tuvo un sueño en el cual escuchó la voz de Águeda, que le decía las siguientes palabras:

SANTA ÁGUEDA: ¡Hermana mía, virgen piadosa! ¿Por qué me pedís algo que vos misma podéis conseguir? Vuestra fe ha ayudado ya a vuestra madre; ella ha sido curada. Pero habéis de saber que, así como la ciudad de Catania fue glorificada por Cristo a través de mí, la ciudad de Siracusa será honrada por medio de vos, pues, por medio de vuestro voto de virginidad, habéis preparado una morada nupcial en vuestro corazón para el Señor Jesús.

Rebosante de alegría por la curación de su madre, Lucía vio que había llegado el momento oportuno para contarle el secreto de su promesa a Jesús.

LUCÍA: “Querida madre, os ruego que ya no me sigáis hablando de un esposo terrenal ni esperéis de mi vientre un fruto mortal, pues Cristo es mi prometido. Lo que queríais darme como dote para un esposo terrenal, dádmelo para desposarme con mi Señor Jesús.”

EUTIQUIA: “Todo lo que tu difunto padre te dejó como herencia, yo lo he custodiado e incluso aumentado. Ya sabes lo que poseo. Espera hasta mi muerte y luego dispón de tu herencia como bien te parezca.”

LUCÍA: “Oh madre, no habléis así. No es grato a Dios quien da después de su muerte aquello que igual ya no podrá llevarse ni disfrutar. Por eso, dad a Dios lo que es vuestro mientras viváis; dadle aquello que habéis prometido darme.”

Su madre le cumplió el deseo y Lucía entregó toda su dote a los pobres. Cuando el joven a quien ella había sido prometida se enteró de que había perdido tanto a Lucía como a su considerable fortuna, la denunció ante el prefecto Pascasio por ser cristiana y por despreciar a los dioses. Entonces el prefecto le exigió ofrecer sacrificio a los dioses.

LUCÍA:  “El sacrificio puro e intachable ante Dios Padre es éste: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y guardarse incontaminado de este mundo” (St 1,27). Desde hace tres años no hecho otra cosa que ofrecer sacrificio al Dios vivo. Puesto que ahora no me queda nada más que ofrecerle, me entrego a mí misma como sacrificio a Dios. ¡Que Él haga con éste Su sacrificio lo que le sea grato!”

PREFECTO PASCASIO: “¡Obedece a los emperadores y sacrifica a los dioses!”

LUCÍA:  “Vos os fijáis en el mandato de los emperadores; yo, en cambio, en la Ley de Dios. Vos teméis al Emperador; yo temo a Dios. Vos no queréis irritar al Emperador; yo no quiero encolerizar a mi Dios. Vos queréis agradar al Emperador; yo quiero agradar a mi Dios. Haced, por tanto, lo que os parezca bien; yo, por mi parte, haré lo que sirva a mi salvación.”

El interrogatorio se prolongó durante un buen tiempo, hasta que Lucía habló del Espíritu Santo y le dijo al prefecto:

LUCÍA: “Quien vive casta y puramente, es un Templo del Espíritu Santo”.

Entonces Pascasio la amenazó con llevarla a un burdel, para que el Espíritu Santo se apartase de ella. Pero Lucía respondió:

LUCÍA: “El cuerpo no se vuelve impuro mientras no se consienta con la voluntad. Por eso, aunque pretendas quitarme a fuerza la pureza, no podrás coaccionar mi voluntad a consentir. Así, me será otorgada una doble recompensa por mi pureza virginal.”

El prefecto Pascasio se enfureció, pero sus esbirros no pudieron mover a Lucía de su lugar. Según relata la “Leyenda Dorada”, en su ciega furia el prefecto mandó traer mil hombres y bueyes para trasladarla a un burdel. Pero nadie fue capaz de mover a la doncella; tampoco los hechiceros que habían sido llamados para este propósito.

Se cuentan también otros milagros que sucedieron sobre cómo Lucía superó las torturas y fortaleció a los cristianos, hasta que finalmente le clavaron una espada en el cuello. Pero incluso entonces no murió de inmediato, sino que permaneció con vida hasta que un sacerdote le trajo la santa comunión, el Cuerpo del Señor.

En nuestros tiempos, también necesitamos la valentía de permanecer fieles a la santa fe y de no negar a Cristo bajo ninguna circunstancia. Los mártires no hacían ningún tipo de compromisos, ni retiradas, ni relativizaciones… Su ejemplo los mantiene para siempre en alto, como aquellos que, con la gracia de Dios, combatieron el noble combate y salieron victoriosos (cf. 2Tim 4,7). Es imposible pasar de largo ante el ejemplo que nos dejaron, pues en ellos resplandece el Señor mismo.

Pero no son sólo un modelo a seguir; sino que son también nuestros hermanos en el cielo, que están siempre dispuestos a levantarnos a los débiles. Ciertamente el martirio cruento no está previsto para cada persona, pero todo aquel que siga sinceramente al Señor está llamado a permanecerle fiel hasta la muerte (Ap 2,10), cada cual en el sitio donde Dios lo haya colocado.

Santa Lucía se entregó al Señor siendo aún muy joven, repartió sus riquezas a los pobres y mostró su amor a Jesús hasta la muerte.

Ruega por nosotros, Santa Lucía, para que también en nuestra vida resplandezca la luz del Señor y para que nunca lo neguemos.

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LA PAZ PARA NUESTRO PADRE

“Es a través de mi Hijo y del Espíritu Santo que yo vengo a vosotros y en vosotros, y busco en vosotros mi paz” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Cuanto más dialoguemos con nuestro Padre y estemos en contacto vivo con Él, más aprenderemos a comprenderle, porque Dios podrá comunicársenos más profundamente. Recordemos que Jesús mismo les dijo a sus discípulos que aún no podía transmitirles todo, porque todavía no hubieran sido capaces de sobrellevarlo. Entonces les prometió que les enviaría al Espíritu Santo (cf. Jn 16,12-13).

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Nuestra Señora de Guadalupe

Lc 1,39-48 (Lectura correspondiente a la memoria de Nuestra Señora de Guadalupe)

En aquellos días, se puso en camino María y se dirigió con prontitud a la región montañosa, a una población de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno; Isabel quedó llena del Espíritu Santo y exclamó a gritos: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; ¿cómo así viene a visitarme la madre de mi Señor? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”

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LA LIBERTAD DEL AMOR 

“Existe un Padre sobre todos los padres, que os ama y que jamás cesará de amaros, siempre y cuando lo queráis” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

El amor de nuestro Padre Celestial está siempre ahí para nosotros y, sin embargo, hay una condición para que pueda entrar en nuestro corazón. Esta condición es nuestro querer y, por tanto, también la disposición a recibirlo y corresponder a él.

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La vía sacra

Is 35,1-10

Que se alegren desierto y sequedal, que se regocije y florezca la estepa; que estalle en flores y se regocije, que lance gritos de júbilo. Le va a ser dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Podrá verse la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón inquieto: “¡Sed fuertes, no temáis! Mirad que llega vuestro Dios vengador, Dios que os trae la recompensa; él vendrá y os salvará.

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La paciencia de Dios

2Pe 3,8-14

Hay algo, queridos, que no podéis ignorar: que, para el Señor, un día es como mil años, y mil años, como un día. No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen; lo que ocurre es que tiene paciencia con vosotros, pues no quiere que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión. El Día del Señor llegará como un ladrón. Entonces los cielos se desharán con ruido ensordecedor; los elementos, abrasados, se disolverán; y la tierra y cuanto contiene se consumirá. Puesto que todo esto va a ser consumado así, conviene que, afincados en vuestra santa conducta y en la piedad, esperéis y aceleréis la venida del Día de Dios, el momento en que los cielos se disolverán entre llamas, y los elementos, abrasados, se fundirán.

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EL CONSUELO CELESTIAL 

“Ya no pasarán hambre, ni tendrán sed, no les agobiará el sol, ni calor alguno, pues el Cordero, que está en medio del trono, será su pastor, que los conducirá a las fuentes de las aguas de la vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos” (Ap 7,16-17).

Todas las penurias terrenales han llegado a su fin para aquellos que dieron testimonio de nuestro Padre y del Cordero, permaneciéndoles fieles hasta la muerte. Ellos recibirán el gran consuelo del Espíritu Santo y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos.

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Necesitamos buenos pastores y obreros

Mt 9,35–10,1.6-8

En aquel tiempo, Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver tanta gente, sintió compasión de ellos, porque estaban vejados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.”

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