“Pero tú, Señor, eres nuestro Padre” (Is 64,7).
¡Qué profunda confianza se refleja en estas palabras! Las comprenderemos mejor aún si las leemos en todo su contexto, como haremos en la meditación diaria de mañana.
Es el clamor de un alma que reconoce su culpa y su extravío, pero no se rinde y conquista el Corazón de Dios.