“Que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor” (Sal 103,34).
La vigilancia al hablar es muy grata al Señor. De hecho, Él mismo nos exhorta a la claridad y a que no haya ambigüedad en nuestro hablar: “Que vuestro modo de hablar sea: ‘Sí, sí’; ‘no, no’. Lo que exceda de esto, viene del Maligno” (Mt 5,37). Las palabras que salgan de nuestros labios han de ser como agua cristalina, sin turbidez, que broten de un corazón purificado y alegren a Dios y a los hombres.