“Aunque vuestros pecados fuesen repugnantes como el fango, vuestra confianza y vuestro amor me los harán olvidar, a tal punto que no seréis juzgados. Es verdad que soy justo, ¡pero el amor lo paga todo!” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Nuestro Padre habla aquí de pecados graves y repugnantes, que quizá a nosotros mismos nos cueste perdonarnos. No pocas veces sucede que las personas, una vez que reconocen la magnitud de sus culpas, caen en desesperación y no son capaces de perdonarse a sí mismas. Así, bloquean su propia vida y, a pesar de haber recibido el perdón de Dios, el pecado sigue proyectando su sombra sobre ellas.