El don de la salvación

La salvación la obtenemos gracias a la Cruz de Cristo, y no por nuestros propios méritos.

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Gal 3,1-5 

¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó a vosotros, que habéis tenido ante los ojos a Jesucristo en la cruz? Sólo quiero saber de vosotros esto: ¿habéis recibido el Espíritu por las obras de la Ley o por la obediencia a la fe? ¿Tan insensatos sois? Habéis empezado con el Espíritu, ¿y acabáis ahora en la carne? ¿En vano habéis vivido cosas tan grandes? ¡Bien en vano sería! Ahora bien, el que os comunica el Espíritu y obra milagros entre vosotros ¿lo hace por virtud de las obras de la Ley o por la obediencia a la fe?

Podemos ver la gran preocupación del Apóstol de los Gentiles por la joven comunidad de Galacia, que daba cabida a otras doctrinas y corría el riesgo de no permanecer en el mensaje que originariamente le había sido anunciado. ¡El Señor es el Salvador de la humanidad, y gracias a Él hemos recibido la gracia de la Redención, como regalo de nuestro Padre Celestial! Es esto lo que el Espíritu revela y recuerda siempre; es éste el mensaje constante e inmutable de la fe, del cual y por el cual vivimos.

Los gálatas se dejaron seducir por falsas doctrinas, en las que se mezclaban tradiciones judías en el mensaje cristiano, exigiendo que aquellos que venían del paganismo se circuncidasen también, y adoptasen la Ley veterotestamentaria, como condición para la salvación…

Esto es lo que mueve a Pablo a dirigirles esta clara advertencia, pues se estaba poniendo en juego una de las verdades esenciales de la fe: que es Cristo quien otorga la salvación a los gentiles, y no el cumplimiento de la Ley.

Puede que para nosotros, los cristianos de este tiempo, resulte lo más natural esta verdad. Sin embargo, en esta corrección de San Pablo podemos descubrir elementos esenciales para nuestro camino de seguimiento de Cristo.

El mensaje de la fe nos convierte en receptores, pues recibimos nuestra salvación de parte de Dios. Por más necesarias que sean la ascesis y las buenas obras que estamos llamados a practicar; en primer lugar está la gratitud frente al actuar de Dios. Esto nos lleva a amar a Dios y a ser agradecidos con Él, transmitiéndonos una y otra vez cuál es la actitud correcta de nuestra parte y en qué consiste el verdadero orden espiritual: “El Poderoso ha hecho obras grandes por mí” -así alaba el actuar del Señor la incomparable Madre de Dios (Lc 1,49)…

Tenemos un enemigo que es aún más grande que nuestras inclinaciones desordenadas en el campo sensual: ¡Es la soberbia! Recordemos que la tentación en la que cayó el Diablo fue la soberbia, de querer ser como Dios y no servir. Y el hombre fue implicado en esta rebelión, cuando cayó precisamente en la tentación de querer ser como Dios, a través del fruto del árbol de la ciencia.

La salvación obrada por Cristo Crucificado no sólo corresponde a la verdad del anuncio; sino que además es un antídoto a nuestra soberbia, porque todo se lo debemos al don gratuito de Dios. Reconocer al Crucificado como fuente de salvación, nos preserva de fijarnos en nuestras propias obras y poner en ellas nuestra seguridad.

Así, con su corrección a los Gálatas, San Pablo quiere también preservarlos de pretender alcanzar la salvación a través del cumplimiento de la ley; es decir, gracias a sus propios esfuerzos. Esto era lo que hacían no pocas veces los fariseos: ponían énfasis en sus propios méritos y esfuerzos. Y esta es la misma tentación que frecuentemente tenemos los hombres, de considerarnos a nosotros mismos como autores del bien.

En el evangelio, el Señor advierte a sus discípulos de tales actitudes: “Cuando hayáis hecho todo lo que os han mandado, decid: ‘No somos más que siervos inútiles; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer’” (Lc 17,10).

Es un peligro constante para el hombre el ponerse a sí mismo como protagonista, alabar sus propias obras y destacarlas ante los demás.

Pero el Señor nos da el remedio que tanto necesitamos: ¡Es la certeza de que todo cuanto hagamos de bueno, surge de la gracia de Dios! ¡Dios es el punto de partida de todo; sin el cual nada podemos hacer!

Dios quiere reservar para Sí mismo el premiarnos por todo lo que hayamos hecho; de manera que recorramos el camino de seguimiento en la actitud adecuada y no nos demos demasiada importancia a nosotros mismos. Nosotros, por nuestra parte, simplemente servimos al Señor, y si hemos de ser ensalzados, que sea Él quien lo haga.

Así, la clara advertencia de San Pablo a los Gálatas ha de recordarnos siempre que hemos recibido la salvación como un regalo inmenso de la gracia de Dios; regalo que hemos de acoger en gratitud y humildad, alabando Su excelso Nombre.