Fuentes de la verdadera alegría

Fil 2,12-18

Ya que siempre habéis obedecido, no sólo cuando yo estaba presente, sino mucho más ahora en mi ausencia, trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, pues es Dios quien, por su benevolencia, realiza en vosotros el querer y el obrar. Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones, para que seáis irreprochables y sencillos hijos de Dios sin tacha, en medio de una generación perversa y depravada, en medio de la cual brilláis como estrellas en el mundo, manteniendo en alto la palabra de la vida. Así, en el Día de Cristo, seréis mi orgullo, ya que sentiré que no he corrido ni me he fatigado en vano. Y aunque mi sangre se derrame como libación sobre el sacrificio y la ofrenda de vuestra fe, me alegro y congratulo con vosotros. De igual manera, también vosotros alegraos y congratulaos conmigo.

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La humildad es servir a la verdad

Fil 2,5-11

Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo, el cual, siendo de condición divina, no reivindicó su derecho a ser tratado igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre, se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre.

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Sanas advertencias del Apóstol de los Gentiles

Rom 12,3-13 (Lectura correspondiente a la memoria de San Carlos Borromeo)

En virtud de la misión que me ha sido confiada, debo deciros que no os valoréis más de lo que conviene; tened más bien una sobria autoestima según la medida de la fe que Dios ha otorgado a cada cual. Pues así como nuestro cuerpo, aunque es uno, posee muchos miembros, pero no todos desempeñan la misma función, así también nosotros, aunque somos muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo; los unos somos miembros para los otros. Pero tenemos dones diferentes, según la gracia que Dios nos ha concedido: si es el don de profecía, ejerciéndolo en la medida de nuestra fe; si es el ministerio, sirviendo en el ministerio; si es la enseñanza, enseñando; si es la exhortación, exhortando.

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Saber escuchar

Mc 12,28b-34

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”Jesús le respondió: “El primero es: ‘Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor;y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.’ El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo.’ No existe otro mandamiento más grande que éstos”.

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Las almas en estado de purificación

Lam 3,17-26

Me han arrancado la paz, y ni me acuerdo de la dicha; me digo: “Se me acabaron las fuerzas y mi esperanza en el Señor.” Fíjate en mi aflicción y en mi amargura, en la hiel que me envenena; no hago más que pensar en ello y estoy abatido. Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión: antes bien, se renuevan cada mañana: ¡qué grande es tu fidelidad! El Señor es mi lote, me digo, y espero en él. El Señor es bueno para los que en él esperan y lo buscan; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor.

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El llamado universal a la santidad

Ap 7,2-4.9-14

Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del Oriente con el sello del Dios vivo. Gritó entonces con voz potente a los cuatro ángeles a quienes se había encomendado causar daño a la tierra y al mar: “No causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios.” Pude oír entonces el número de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil sellados, de todas las tribus de los hijos de Israel. Después miré y pude ver una muchedumbre inmensa, incontable, que procedía de toda nación, razas, pueblos y lenguas. Estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con ropas blancas y llevando palmas en sus manos. Entonces se ponen a gritar con fuerte voz: “La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.”

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Sobre el Combate Espiritual

Ef 6,10-18

Hermanos, reconfortaos en el Señor y en la fuerza de su poder, revestíos con la armadura de Dios para que podáis resistir las insidias del diablo, porque no es nuestra lucha contra la sangre o la carne, sino contra los principados, las potestades, las dominaciones de este mundo de tinieblas, y contra los espíritus malignos que están en los aires. Por eso, poneos la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo y, tras vencer en todo, permanezcáis firmes. Así pues, estad firmes, ceñidos en la cintura con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia y calzados los pies, prontos para proclamar el Evangelio de la paz; tomando en todo momento el escudo de la fe, con el que podáis apagar los dardos encendidos del Maligno. 

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La puerta estrecha

Lc 13,22-30

Mientras caminaba Jesús hacia Jerusalén, iba atravesando ciudades y pueblos enseñando. Uno le preguntó: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” Él les respondió: “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, los que estéis fuera os pondréis a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’ Pero os responderá: ‘No sé de dónde sois.’ Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas.’ Pero os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois.

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Auténtica sumisión

Ef 5,21-33

Sed sumisos los unos a los otros, por respeto a Cristo: las mujeres a sus maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia, el salvador del cuerpo. Como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua y la fuerza de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres, como a sus propios cuerpos.

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Si el mundo os odia

NOTA: Escucharemos hoy el evangelio de la fiesta de los apóstoles Simón y Judas según el leccionario tradicional.

Jn 15,17-25

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Esto os mando: que os améis los unos a los otros. Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia. Acordaos de las palabras que os he dicho: no es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán. Si han guardado mi doctrina, también guardarán la vuestra. 

“Pero os harán todas estas cosas a causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. Si no hubiera venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado. Pero ahora no tienen excusa de su pecado. El que me odia a mí, también odia a mi Padre. Si no hubiera hecho ante ellos las obras que ningún otro hizo, no tendrían pecado; sin embargo, ahora las han visto y me han odiado a mí, y también a mi Padre. Pero tenía que cumplirse la palabra que estaba escrita en su Ley: ‘Me odiaron sin motivo’.”

Cuando escuchamos el testimonio de la Sagrada Escritura, podemos notar que ciertos conceptos que se nos dan a entender hoy en día en la Iglesia no corresponden a la realidad. Por ejemplo, la idea de que nuestra fe cristiana tendría que adaptarse al mundo, o que a las personas les resultaría más fácil llegar a la Iglesia y a Dios si se pasaran por alto o se relativizaran aquellos pasajes bíblicos que presentan al cristiano en oposición al mundo.

Sin embargo, en el evangelio de hoy el Señor nos habla incluso del odio que el mundo puede tener hacia el cristiano, y de las persecuciones que los discípulos tendrán que sufrir por causa suya.

¿De dónde procede este odio? Uno podría pensar que bastaría con que el mundo reaccionara con indiferencia ante el mensaje cristiano, no queriendo tener nada que ver con él o simplemente ignorándolo.

Pero, a largo plazo, no sucede así. La sola existencia de un cristiano que profesa su fe parece ser una especie de amenaza para el mundo. Por los evangelios, sabemos que el odio de los fariseos y escribas hacia Jesús aumentó cada vez más, hasta que se desencadenó por completo en el momento de exigir a gritos su crucifixión (cf. Jn 19,15).

La respuesta a la pregunta planteada anteriormente (¿de dónde procede este odio?), podemos encontrarla en el prólogo del evangelio de San Juan:

“La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron. (…) El Verbo era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo se hizo por él, y el mundo no le conoció. Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron.” (Jn 1,5.9-11)

Todo auténtico discípulo del Señor ha sido elegido por Él (cf. Jn 15,16). Jesús lo ha sacado del mundo, con su forma de pensar y de actuar; lo ha sacado del mundo, que no reconoció la luz que vino a él. Al seguir a Cristo, el discípulo da testimonio de la presencia del Señor, acogiendo su enseñanza e imitando su forma de ser y de actuar. Así, la sola existencia del discípulo le recuerda al mundo que él no existe por sí mismo, sino que se debe a otro, que es más grande.

Puesto que, al alejarse de Dios, el mundo quedó bajo el dominio del “príncipe de este mundo”, este último actúa en y a través suyo y persigue a los “hijos de la luz”. Ciertamente le resulta insoportable que los cristianos le recuerden que él mismo es una creatura y no Dios; que él no es el origen y la causa de todas las cosas, ni el objetivo de la Creación.

El pasaje de las tentaciones de Jesús en el desierto nos muestra que el Adversario busca la adoración para sí mismo (cf. Mt 4,9). Sin embargo, los discípulos de Cristo se la niegan, mientras que los hijos de este mundo a menudo ni siquiera perciben sus engaños ni reconocen sus disfraces. Puesto que muchas veces las personas consideran a las cosas de este mundo como lo importante y definitivo en la vida, sin darse cuenta, caen en una especie de idolatría. Detrás de ella, se ocultan las intenciones de los poderes hostiles a Dios, que quieren alejar a los hombres de Dios y ofrecerles sustitutos.

La negativa de los discípulos a aceptar tales ofrecimientos despierta el odio del demonio, que se ve confrontado con el Señor mismo a través de su discípulo.

Jesús nos indica otro motivo por el cual las personas pueden perseguir a los cristianos: no conocen a Aquel que envió a Jesús. No conocen al Padre, no conocen su bondad ni su sabiduría. Muchas veces tienen imágenes equivocadas de Dios, o viven en la ignorancia, o le han dado la espalda al Señor.

La visión realista de la Biblia sobre el mundo nos ayuda a comprender las cosas en su esencia y a adoptar la actitud correcta. El discípulo no debe caracterizarse ni por una falsa apertura frente al mundo, ni tampoco por una estrechez y cerrazón temerosa. Por un lado, Jesús sabía exactamente lo que hay en el corazón del hombre (cf. Jn 2,24-25) y a veces se escondía o se escapaba de sus manos (cf. Jn 10,39). No obstante, llevó a cabo hasta el final su misión en el mundo y anunció el Reino de Dios, que se había hecho presente en Él.

Nosotros, que seguimos a Cristo, estamos llamados a hacer lo mismo: anunciar el Reino de Dios con valentía, pero sabiendo cómo es el mundo al cual portamos este mensaje. Debemos contar con que habrá resistencia e incluso persecución, y no podemos salir al encuentro del mundo con una falsa apertura e ingenuidad. Pero la oposición que nos espera no debe hacernos desfallecer, porque el Señor, que ha sacado a los suyos del mundo, jamás los abandonará (cf. Mt 28,20).