Digno es el Cordero

Ap 5,1-10

Yo, Juan, vi que el que estaba sentado en el trono sujetaba con su mano derecha un libro, escrito por el anverso y el reverso, y sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso que proclamaba con voz potente: “¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?” Pero nadie era capaz -ni en el cielo ni en la tierra ni bajo tierra- de abrir el libro ni de leerlo. Yo no paraba de llorar, porque no se podía encontrar a nadie digno de abrir el libro ni de leerlo. Pero uno de los Ancianos me dijo: “No llores, pues ha triunfado el León de la tribu de Judá, el Retoño de David. Él podrá abrir el libro y sus siete sellos.” Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero, que parecía degollado.

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Santa reverencia

Ap 4,1-11

Yo, Juan, miré y vi una puerta abierta en el cielo, y aquella voz que me había hablado antes, parecida al sonido de una trompeta, me decía: “Sube acá, que te voy a enseñar lo que ha de suceder después.” Al instante caí en éxtasis. Vi entonces un trono erigido en el cielo, y a Uno sentado en el trono. El que estaba sentado tenía el aspecto del jaspe y la cornalina. Y su trono estaba nimbado por un arcoiris que parecía una esmeralda. Vi otros veinticuatro tronos alrededor del trono; en ellos estaban sentados veinticuatro Ancianos vestidos de blanco, con coronas de oro sobre sus cabezas. Del trono salen relámpagos y truenos, y se oye un gran estruendo.

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Las iglesias de Sardes y Laodicea

Ap 3,1-6.14-22

Yo, Juan, escuché al Señor que me decía: “Al ángel de la iglesia de Sardes escríbele: Esto dice el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas: conozco tu conducta; tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto. Mantente en vela y reanima lo que te queda, pues está a punto de morir. Pues he descubierto que Dios no considera perfectas tus obras. Acuérdate, por tanto, de cómo recibiste y oíste mi palabra: guárdala y arrepiéntete. Porque, si no estás en vela, vendré como ladrón, sin que sepas a qué hora caeré sobre ti. Tienes, no obstante, en Sardes unos pocos que no han manchado sus vestidos. Ellos andarán conmigo vestidos de blanco, porque lo merecen. El vencedor será así revestido de blancas vestiduras, y no borraré su nombre del libro de la vida, sino que me declararé a su favor delante de mi Padre y de sus ángeles. El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.

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La iglesia de Éfeso y el primer amor

 

Ap 1,1-4;2,1-5a

Revelación de Jesucristo, que le fue confiada por Dios para que manifestase a sus siervos lo que ha de suceder pronto. Él envió a su ángel para dárselo a conocer a su siervo Juan, que ha dado fe de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo: de todo lo que vio. Dichoso el que lea y dichosos los que escuchen las palabras de esta profecía y tengan en cuenta lo escrito en ella, porque el Tiempo está cerca. Juan, a las siete iglesias de Asia: “Gracia y paz a vosotros de parte de Aquel que es, que era y que va a venir, de parte de los siete Espíritus que están ante su trono.” Escuché al Señor que me decía: “Al ángel de la iglesia de Éfeso, escríbele: Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha, el que camina entre los siete candeleros de oro. Conozco tu conducta: tus fatigas y tu paciencia.

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La virtud de la justicia

“La justicia es la constante y firme voluntad de dar a cada uno lo que le corresponde.” (Santo Tomás de Aquino)

En esta sencilla definición encontramos la base para la práctica de esta virtud cardinal. La justicia se dirige, en primer lugar, a Dios mismo, pues no hay nada que sea más justo que rendirle a Él el culto que le corresponde como Creador y Padre: la adoración, el honor, la gloria, la gratitud, la confianza, el fiel cumplimiento de sus mandamientos, el humilde y entregado servicio a Él…

A nivel objetivo, la omisión de todas estas cosas es la mayor injusticia, aun si por lo demás procurásemos practicar la justicia para con el prójimo, respetando sus derechos y cumpliendo las diversas obligaciones que tenemos hacia él.

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La virtud de la prudencia

“Porque es el Señor quien da la sabiduría y de su boca brotan el saber y la prudencia” (Prov 2,6).

La virtud de la prudencia suele considerarse como la “auriga virtutum”; es decir, la moderadora o conductora de las otras virtudes, porque ella nos ayuda a aplicar la virtud que corresponda en las circunstancias dadas, de forma sabia y sensata. Con ella aprendemos a discernir debidamente las cosas, y nos enseña a dar la respuesta correcta en cada situación.

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La virtud de la templanza

Ayer habíamos tematizado la virtud de la fortaleza, que es tan importante para seguir firme y perseverantemente al Señor. Hoy nos fijaremos en otra de las cuatro virtudes cardenales: la templanza.

“Si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis.” (Rom 8,13)

El desorden que quedó en el hombre a consecuencia del pecado original, ha de retornar al orden dispuesto por Dios, a través de su gracia y nuestra cooperación. Es necesario refrenar sabiamente la rebelión de los sentidos y pasiones contra el espíritu.

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La virtud de la fortaleza

Para avanzar en la vida espiritual es esencial obedecer al Espíritu Santo. Él es nuestro guía y maestro interior. Cuando nos familiarizamos con Él y aprendemos a escuchar y seguir cada vez mejor su voz, nuestro camino espiritual puede volverse más ligero y ágil.

Después de que el Espíritu Santo nos ha conducido a la primera conversión (me refiero a aquel momento crucial en que se toma la clara decisión de seguir a Jesús y no anteponerle nada, a diferencia de una actitud indecisa e indiferente hacia Dios), Él seguirá llevando a cabo su obra en nuestro interior (Véase la conferencia del Hno. Elías “El camino de la primera a la segunda conversión”: https://www.youtube.com/watch?v=Zn5k-uC4ko8&t=3742s).

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La vida espiritual (Parte II)

 

Habíamos concluido la meditación de ayer con estas palabras del Señor: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo” (Mt 5,48).

Para entender mejor el camino de la transformación interior que Dios obra en nosotros, miremos primero atrás, para fijarnos en el estado originario que gozaba el hombre en el Paraíso y cuáles fueron las consecuencias que marcó en el alma la caída en el pecado.

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La vida espiritual (Parte I)

Puesto que durante las próximas semanas llevaremos a cabo una misión que nos llevará a varias partes de América, saldremos durante algunos días del marco acostumbrado de las meditaciones diarias. Sin embargo, esto no debería ser una desventaja, pues trataremos temas que son importantes para el desarrollo de una vida espiritual sana. Aunque ya hayamos escuchado este tema, siempre resulta provechoso repetirlo, pues, como dice el refrán, “la repetición es la madre de la sabiduría”.

Después de esta pequeña serie sobre la vida espiritual, meditaremos a partir de la próxima semana las lecturas del Libro del Apocalipsis que la Iglesia nos propone antes de cerrar el año litúrgico.

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