TÚ PASAS POR ALTO LOS PECADOS DE LOS HOMBRES

“Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan” (Sab 11,23).

Estas palabras de la Sagrada Escritura nos revelan por qué nuestro Padre a menudo espera tanto tiempo hasta que los hombres se conviertan, mientras que nosotros ya hace mucho habríamos perdido la paciencia e invocado el juicio sobre ellos. También los discípulos tuvieron que aprender esta lección, cuando hubieran querido hacer bajar fuego del cielo sobre una aldea que no dio acogida a Jesús (Lc 9,51-56).

Sólo podremos comprender –al menos un poco– el inconmensurable amor y la longanimidad de nuestro Padre hacia el pecador cuando este mismo amor ha empezado a transformar nuestro corazón conforme al Suyo. Sin relativizar en lo más mínimo el pecado ni trivializar su fealdad, Él sale en busca del pecador y siempre le ofrece la posibilidad de la conversión. Por eso Él espera… El Padre no quiere que su hijo se pierda; sino que esté con Él por toda la eternidad. ¡Esta es la razón de su incansable espera!

Durante el tiempo de espera, lo llama sin cesar hasta la última hora. Esta paciencia de Dios de ningún modo debe ser motivo para que las personas vivan frívola y ligeramente, porque también puede llegar el punto en que sea demasiado tarde para convertirse.

Antes bien, la longanimidad de Dios es la gran esperanza para la humanidad; y para nosotros, que queremos obedecer a nuestro Padre, es un profundo consuelo junto con la firme confianza de que aun aquellos que están lejos de Dios pueden todavía salvarse.

En la meditación de mañana, quisiera ilustrar con un pasaje del Mensaje a Sor Eugenia esta paciencia de Dios para con nosotros, que pasa por alto los pecados de los hombres y sigue esperándonos con amor a pesar de que nos alejemos de Él. Es una historia que el Padre mismo relata sobre un hombre que, habiendo vivido lejos de Dios, se encuentra a las puertas de la muerte… ¡No hará falta comentar nada, pues la historia habla por sí misma!