“¡TEN EL VALOR DE SER COMO ERES!”

“Ten el valor de ser como Yo te creé y como quiero formarte. Entonces Yo viviré en ti y tomaré forma en tu vida” (Palabra interior).

No pocas veces sucede que las personas se sienten presionadas por diversas expectativas que otros tienen de ellas sobre cómo consideran que deberían ser. Pero estos ideales, ya sean de ciertas personas o de la sociedad a nivel general, no necesariamente ayudan a encontrar la propia identidad. Tal vez uno mismo también se haya creado imágenes de cómo cree que debe ser ante los demás. Todas estas expectativas pueden convertirse en una gran presión, sobre todo cuando se trata de una identidad ficticia, que no corresponde a la esencia más profunda de la persona. Así, ella puede llegar hasta el punto de vivir en la constante tensión de tener que cumplir un ideal que no es su verdadera identidad. Esto puede suceder también en el ámbito religioso.

Nuestro Padre, en cambio, nos señala un camino distinto, pues nuestro ideal no debe ser una identidad artificial y, a fin de cuentas, ajena a nuestro ser.

Nuestro Padre conoce nuestra verdadera identidad, pues Él nos creó a su imagen. En la relación amorosa con Él, llegamos a ser aquello que Él quiere que seamos y descubrimos nuestra verdadera identidad.

Hace falta una cierta valentía para desprendernos de las identidades artificiales o de los estándares que el mundo nos pone, y abandonarnos simplemente en manos de Dios. Pero precisamente así superamos los respetos humanos y ya no tenemos que estar constantemente demostrando nuestra valía ante los demás. Cuanto más natural se nos vuelva la relación con nuestro Padre, tanto más podrá Él modelarnos y tomar forma en nuestra vida.

Nuestro valor nos viene de Dios, y al interiorizar esta certeza dejaremos de buscarlo en las alabanzas y confirmaciones de los hombres. Nuestro valor más profundo consiste en ser sus amados hijos, como nos recuerda el Padre en un bello pasaje del Mensaje a la Madre Eugenia: “¡Elevaos todos a esta dignidad de hijos de Dios! ¡Sabed apreciar vuestra grandeza, y yo seré más que nunca vuestro Padre, el más amoroso y misericordioso de los padres!”