Sobre la contemplación (Parte I)

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El mes está llegando a su fin y, así como de costumbre, quiero responder a las preguntas que nos han sido planteadas por parte de quienes escuchan las meditaciones diarias. Dos de ellas se refieren directamente a la vida espiritual, por lo cual encajan muy bien en el marco de estas meditaciones.

Hoy empezamos con la primera de ellas:

¿Cómo podemos ser contemplativos los que tenemos un estilo de vida “común y corriente”?

Quisiera responder a esta pregunta en dos partes. Hoy hablaré sobre algunos aspectos teóricos de la contemplación, mientras que mañana me referiré a lo práctico, para dar pautas de cómo puede llevarse un estilo de vida contemplativo en la vida cotidiana.

En primera instancia, conviene tener presente que existe una vocación propiamente contemplativa, que normalmente se vive en las así llamadas “órdenes contemplativas”, en ermitas u otros estilos de vida semejantes.

Pero, al fijarnos en la vida de algunos santos, vemos que también brotaron muchas obras a partir de la contemplación, las cuales de ninguna manera restringieron la contemplación. Antes bien, las labores recibieron una impregnación especial gracias a la contemplación. Pensemos, por ejemplo, en Santa Teresa de Ávila, que era un alma contemplativa por excelencia, y, no obstante, llevó a cabo muchas labores exteriores.

De ello podemos concluir que también es posible la contemplación en un estilo de vida normal, si bien tendrá sus diferencias respecto a una vida que esté específicamente enfocada en la oración.

Si tomamos como ejemplo a Jesús mismo, veremos que siempre había tiempos en que Él se retiraba para orar a solas (cf. Lc 5,26), además de los cuarenta días que estuvo solo en el desierto (cf. Mt 4,1-2).

La mejor forma de encontrar orientación es tomando el ejemplo de Jesús mismo, para entonces aplicar lo que sea posible de acuerdo a nuestra situación de vida. De hecho, también la vida del Señor implicaba intensas actividades, y no era un estilo de vida meramente retirado y contemplativo. Además, podemos ver también el ejemplo de otras personas, en las cuales se reflejó de diversas maneras la vida del Señor y cuyas labores exteriores emanaban de una profunda vida interior. Encontraremos suficientes santos que recorrieron un camino tal…

Antes de entrar a ver lo que es propiamente la contemplación, conviene echar un vistazo a la meditación. En efecto, lo normal es que la contemplación sea precedida por una larga etapa de oración meditativa, y ésta, a su vez, por diversas formas de oración vocal, litúrgica, entre otras. Entonces, es posible preparar el terreno para la contemplación, que también puede ser llamada un “sumergirse en Dios” o un “influjo directo de Dios en el alma”. En este proceso, el alma experimenta cada vez más a Dios.

San Francisco de Sales (1567-1622), un importante autor espiritual y fundador, distinguía entre la meditación y la contemplación. A la meditación la comparaba con las abejas que vuelan alrededor, coleccionando néctar; a la contemplación, en cambio, con el deleite de la miel en el panal. La meditación implicaría esfuerzo, mientras que la contemplación sería fácil y gozosa. La contemplación, de acuerdo a San Francisco de Sales, no sería cosa de principiantes; sino que presupone práctica en la meditación.

Francisco de Sales enseñaba una forma de meditación y contemplación que, en sus puntos esenciales, se difundió también ampliamente en círculos de fieles laicos. Se procuraba cultivar la noción de la omnipresencia de Dios y, en particular, su presencia en el propio corazón.[1] En las corrientes espirituales de los siglos XVII y XVIII cobró gran importancia el ejercicio de la presencia de Dios. Incluso halló aprecio fuera del mundo católico.

Respecto a la pregunta planteada al inicio, sinteticemos lo esencial de lo dicho hasta aquí: La contemplación es una intensa experiencia de la presencia de Dios; en otras palabras, es Dios mismo quien toma directamente las riendas de nuestra vida, y, a través del Espíritu Santo, la vida de la gracia se despliega.

En la contemplación, uno se convierte más y más en una persona interior, que no se define tanto por lo que haga o rinda exteriormente, sino que pone su enfoque en que despierte el amor a Dios, de corazón a corazón, y en cultivarlo. La persona interior no actúa tanto a partir de sus propias fuerzas; antes bien, sigue los impulsos y la guía del Espíritu Santo, por lo cual, como acertadamente decía San Francisco, la vida se torna más fácil y gozosa, incluidas las labores exteriores.

Si bien, a fin de cuentas, es Dios quien, en su Sabiduría, concede la contemplación de acuerdo a su beneplácito, y no podemos nosotros alcanzarla por nuestros propios esfuerzos, sí hay diversas etapas preparatorias que “allanan el terreno”, las cuales van de la mano con todo lo que corresponde al camino de seguimiento del Señor, el camino concreto de la santidad.

 

[1]Volveremos sobre el ejercicio de la presencia de Dios en el corazón cuando hablemos sobre la aplicación práctica del tema.