“SÉ FIEL HASTA LA MUERTE”

“Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida” (Ap 2,10).

En el Libro del Apocalipsis, el Padre nos transmite estas palabras por boca del Señor glorificado. Dios quiere darnos la “corona de la vida”, que es una corona de victoria. El Señor quiere adornarnos con su gloria y hacernos partícipes de su triunfo sobre la muerte y el infierno. Para ello, hemos de ser fieles hasta la muerte.

La mayoría de los exégetas interpretan estas palabras, destinadas al “ángel de la iglesia de Esmirna” (Ap 2,8), como dirigidas al obispo de esta iglesia en Asia Menor. Sin embargo, se extiende también a todos los fieles en general.

Junto con la exhortación a ser fieles hasta la muerte, el Señor nos concede también su gracia para lograrlo. En efecto, el Padre jamás espera algo de nosotros sin darnos al mismo tiempo todo cuanto necesitemos para cumplirlo.

En Jesús nos ha manifestado su fidelidad hasta la muerte; una fidelidad inquebrantable, que ha mostrado y sigue mostrando a su Pueblo Israel y a la humanidad entera.

Esta fidelidad hace parte del ser de nuestro Padre, y Él mismo nos fortalece para que también nosotros podamos ser fieles en todos los ámbitos de nuestra vida. Se trata de una “fidelidad que ve”, y no debe confundírsela con una mera lealtad y solidaridad que pueden llegar a ser ciegas.

Por encima de todo, es la fidelidad a Dios y a sus mandamientos la que tiene la primacía y de la cual todo lo demás debe partir. Desde esta jerarquía todo se ordena y cada cosa ocupa el lugar que Dios le ha designado. A partir de aquí, la fidelidad adquiere su esplendor, porque lleva en sí la marca del amor a Dios:

Somos fieles a Dios porque Él es nuestro amantísimo Creador y Padre. Somos fieles a Jesús y a la fe de la Iglesia porque el Padre nos la ha confiado. Permanecemos fieles a nuestra misión en este mundo porque a través de ella glorificamos a Dios y servimos a la verdad.

“El que es fiel en lo insignificante, lo es también en lo importante; y el que es injusto en lo insignificante, también lo es en lo importante” (Lc 16,10).